Una famosa fábula de Esopo cuenta que cuando una zorra hambrienta vio unos hermosos racimos de uvas y relamiéndose de ganas intentó alcanzarlas de diversas formas. Como no logró su objetivo, para justificarse la zorra dijo “las uvas no están maduras”.
Tal vez sea una impotencia similar la que lleva a Alberto Fernández a decir que no cree en los planes. La frase puede ser un error de traducción o fruto de una mala interpretación, ya que antes se afirmó que había un plan. Simplemente diré que hasta ahora no se conoce un plan económico y espero que sí se esté trabajando en otros planes: sanitarios, energéticos, educativos, de seguridad y un largo etcétera.
Me referiré exclusivamente al tema económico, y las dificultades para diseñar un plan. Definamos primero de qué se trata tener un plan: fundamentalmente es tener una visión de los objetivos, definir el criterio para elegir entre distintos instrumentos y evaluar las distintas alternativas. Se dice fácil, hacerlo es muy difícil.
Justamente es difícil porque en economía toda decisión debe incluir los costos. A veces lo mejor es más caro, o más lento, o más difícil. No tomar decisiones también tiene costos, tanto para el que las debería tomar como para quienes esperan una decisión. Un caso evidente es la negociación de la deuda, donde los intereses siguen corriendo y donde el sector privado no puede acceder a crédito. Evitar la toma de decisiones o simplemente postergarla no soluciona ningún problema.
A su vez las decisiones han de ser coherentes para el resultado buscado. No se puede mantener precios o tarifas congelados y esperar aumentos de producción, no se puede subsidiar la energía y reducir el déficit fiscal, no se puede aumentar impuestos y clamar por más inversiones, o extender las retenciones a todas las regiones del país y generar aumentos en las exportaciones.
Adicionalmente no hay que confundir objetivos con instrumentos. Por ejemplo, el tipo de cambio, la apertura de la economía o las expropiaciones son instrumentos, no los objetivos. La forma más fácil de distinguirlo es tratar de contestar la pregunta: ahora que ya logré (ponga usted lo que quiera en este espacio), ¿qué ocurre? ¿En qué mejora la situación del país?
Debería ser obvio recordar que el Estado es quien pone las reglas de juego, pero no quien juega. No puede ser juez y parte. Un plan económico define la cancha, pero no las jugadas: el sector privado es quien debe actuar. Un ejemplo es la cuarentena donde no se pueden abrir los negocios y vender, pero hay que seguir pagando impuestos y salarios y cumplir con los proveedores.
También hay que lograr un equilibrio entre incentivos y castigos, entre zanahorias y garrotes. Sorprendentemente, ante múltiples objetivos y pocas herramientas, el Gobierno opta muy frecuentemente por prohibiciones o castigos, y rara vez por incentivos o estímulos. Más que educación para evitar contactos y más contagios, hay prohibiciones de circulación o castigos como perder el carnet de conducir. Ante problemas inflacionarios se castiga al ahorrista, se modifican las reglas de los FCI, se dificulta comprar dólares, se ponen condiciones para los canjes de bonos. Esas medidas no siempre funcionan, y a su vez generan frustración del regulador. En lugar de repensarlas, hace aún más estrictas sus condiciones.
Es necesario que el Gobierno claramente defina objetivos y herramientas. Los objetivos solos no alcanzan y las herramientas tienen que ser coherentes entre sí. Cuando cambie la realidad ojalá que cambien algunas políticas, como hacen los sabios. No olvidemos que la incertidumbre es un gran enemigo de la economía.
El fracaso de la zorra le lleva a despreciar las uvas. Tal vez la zorra no tenía las características o herramientas apropiadas para subir una parra. Esa es una fábula escrita hace 25 siglos. Ya tuvimos tiempo de aprender.
La autora es economista de la UCEMA