Libertad y progreso (L & P) es una fundación dedicada a la educación en economía de los argentinos. La tarea es muy difícil, no por lo que ignoran, sino por lo que creen saber tras casi ochenta años de peronismo, hoy transformado en un falso keynesianismo. La dirige mi amigo el economista Agustín Etchebarne. Ahora están decididos a crear un partido político y tratar de revertir el angustioso declive que vive la nación desde hace muchas décadas.
Lo primero que vale la pena advertir es que es más fácil predicar que dar trigo. Mientras L & P se quedaba en el ámbito de la pedagogía la divulgación era bien recibida por casi todos. Cuando amplió su radio de acción descubrió los insultos y esa hiriente verdad firmemente establecida: “Cuando uno entra en política descubre que le ha echado su honor a los perros”.
Sin embargo, había que intentarlo. Al fin y al cabo, la importancia de Argentina remite siempre a las ideas liberales de Juan Bautista Alberdi (que son, puestas al día, las de L & P) proclamadas en el libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina con que se refundó el país moderno a partir de la Constitución de 1853. En pocas décadas se colocó en la cabeza del planeta junto a Estados Unidos, Canadá e Inglaterra.
Argentina tuvo una de las economías más prósperas del mundo a principios del siglo XX. Tal vez era la sexta o séptima. El país es enorme. El mayor de la América española. Con dos millones setecientos mil kilómetros cuadrado de tierra pródiga y todos los climas, a lo que se agrega petróleo, gas, y grandes reservas de minerales, podría hospedar cómodamente en su territorio a Portugal, España, Francia, Holanda, Bélgica, Gran Bretaña, Alemania, Austria e Italia. Eso, que en tiempos de la Guerra Fría, se llamaba Europa occidental.
Crear hoy un partido político gobernado por las ideas liberales nada tiene que ver con lo que fue esa tarea en el siglo XIX. Para Alberdi “gobernar era poblar”. Y era eliminar el peso muerto de la Iglesia sobre las decisiones del Estado. Y era descentralizar las funciones públicas. Y era reducir las dimensiones del Gobierno. Cuando se hablaba de rediseñar el Estado se pensaba en la arquitectura del gobierno que estaría a su servicio.
De alguna manera era un debate abstracto sobre ideas. Hoy existe un instrumento sin el cual no es posible crear un partido político: las encuestas. Con las encuestas se demuestra que las personas tienen problemas concretos.
Hay que preguntarles a las gentes cuáles son los tres problemas principales de la sociedad. ¿Es la vivienda? ¿El costo de la vida? ¿La inflación? ¿La falta de trabajo? ¿La inseguridad? ¿La corrupción? ¿La falta de justicia? Nos sorprenderán las respuestas.
Los liberales tienen (tenemos) la tendencia a intelectualizar los debates. Sabemos que la libertad debe estar a la cabeza de nuestros valores, pero el conjunto de la sociedad piensa en los problemas que padece y rechaza lo que (equivocadamente) se le antoja como un elegante parloteo.
Me parece muy bien que L & P quiera llegar al poder, pero recuerdo claramente el caso de Singapur, un islote infecto y fracasado que había sido expulsado de Malasia a principios de los sesenta, cuando los Castro iniciaron su revolución.
Hoy la ciudad-estado es el tercer país en renta per cápita del mundo y uno de los más desarrollados. Lee Kuan Yew (1923-2015), el padre del milagro singapurense, un liberal práctico en lo económico, como los dirigentes de L & P, fundador del Partido Acción Popular, comenzó por averiguar cuál era el principal problema del país: era la vivienda, según la mayoría de la sociedad.
Comenzó a solucionarlo y a comunicar que lo había resuelto. Si para Alberdi “gobernar es poblar”, para Singapur “gobernar es comunicar”. No había más secreto que desatar las fuerzas de la libertad y creatividad individuales, dejando que operasen los impulsos formidables del desarrollo espontáneo, mientras se copiaba la arquitectura política de los británicos y los logros de los japoneses en el terreno industrial.
En la época de las redes sociales, como Facebook y Twitter, los liberales argentinos deben llegar al poder y enfocarse en resolver el principal problema de la nación, al tiempo que lo comunican furiosamente para que la sociedad les otorgue en las urnas más tiempo hasta lograr que el país recupere el puesto que tenía a principios del siglo XX.
Es verdad que el Partido de Acción Popular de Singapur, en el poder desde 1965, no es un modelo democrático, pero los singapurenses, como los argentinos, como todas las sociedades desesperadas, están más interesados en resultados que en abstracciones.