Cristina Kirchner coincide con el establishment: el gabinete de Alberto Fernández es mediocre

El presidente Alberto Fernández y la vice Cristina Kirchner (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)

Estuvieron quince días sin hablar. Ni en persona ni por teléfono. En el medio, pasaron cosas. Y el silencio acrecentó los malos entendidos. Pero como esos matrimonios de toda la vida en que ambos saben cómo desandar las broncas, de a poco la comunicación volvió a hacerse cotidiana. Para tranquilidad de los propios y desilusión de los ajenos, la dupla Fernández-Fernández volvió a convivir bajo el mismo techo tras la crisis de los siete meses...

Desde ya que las discusiones de fondo son políticas. Ella pretendería más celeridad en la gestión y no la satisface la explicación de la pandemia para entender el adormecimiento de determinadas áreas. Él está cansado de sentir que vive rindiendo explicaciones y dando examen. Y pretende, como buen varón, más aire.

A todo esto se suma la falta de fluidez en el trato cotidiano que en muchas ocasiones se reduce al WhatsApp. La inexistencia de una mesa política que represente a cada integrante de la alianza electoral —ahora del Gobierno— y dos personalidades difíciles por donde se las mire, que suelen desatar en la intimidad grandes bravuconadas de ambos lados.

Pero también la falta de tacto y caballerosidad de Alberto, quien, vaya a saber por qué razón de diván, es más propenso a estallar con las mujeres que con los hombres, como ya lo demostró en innumerables situaciones públicas con diversas periodistas.

CFK no fue convocada al acto del 9 de julio (Presidencia)

Cristina rechazó cada una de las invitaciones a eventos públicos de la Presidencia a los que fue convocada desde que asumió. Una vez fue el propio Julio Vitobello el que la llamó personalmente para la reinauguración del Salón de la Mujer en la Casa de Gobierno. Al igual que cuando era primera dama en la Presidencia de Néstor Kirchner, Cristina elige hoy un sobreactuado ostracismo público.

Pero hubo una invitación que no le llegó nunca. Y desató bronca, frustración y dolor en ella: Cristina no fue convocada, ni oficial ni extraoficialmente, a la famosa puesta en escena de la unidad transversal del 9 de julio. Como el común de los mortales, la vicepresidenta se enteró del acto del Día de la Independencia en Olivos por televisión.

La responsable del yerro fue la Secretaría General de la Presidencia. Y la explicación que dieron dejó aún más al desnudo el grado de improvisación y de falta de lectura política del entorno presidencial: usaron el protocolo heredado del Gobierno de Macri para elegir a los que estarían presentes. Es decir, copiaron el listado de invitados del 9 de julio de 2019.

Ergo, ni CFK ni la CTA fueron de la partida. De hecho Alberto tuvo que disculparse telefónicamente con Hugo Yasky. Pero no tuvo el mismo gesto con Cristina. Como nunca asiste a ningún evento, el Presidente creyó erróneamente que no había necesidad de dar explicaciones.

(NdR: No se me ocurre mejor manera de ilustrar esta gafe que usar un emoji: el de la carita tapada. Ojalá los incorporen pronto en los textos porque son mucho más ilustrativos que mil palabras). 🤦🏻‍♀️

La reacción de Cristina no se hizo esperar. Tres días después, más exactamente el domingo pasado, lanzaba un misil en forma de tuit que abriría la Caja de Pandora de quienes —como ella— no se ven reflejados en el accionar del Gobierno. Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas, Víctor Hugo Morales -y siguieron las firmas- se vieron habilitados a marcarle la cancha en público al Presidente.

La titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini (EFE/Tono Gil/Archivo)

Ni los carapantallas de Pepe Albistur con el “Fuerza Alberto”, ni el “hay que abrazar a Presidente” del ministro de Defensa y ex precandidato presidencial, Agustín Rossi, sirvieron para detener la andanada. Al contrario, dejaron una agria sospecha de “debilidad” presidencial.

Finalmente, al menos para la militancia, sirvió que fuera La Cámpora en voz del ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, Andrés “Cuervo” Larroque, quien saliera a encolumnarse, y encolumnar al resto, atrás del Presidente.

Y la paz se selló en lo formal con la cena de Alberto con Máximo Kirchner en Olivos el pasado jueves. En esa oportunidad, entre otras cosas, se empezó a desandar el camino de la discordia interna.

El episodio del 9 de julio y la posterior explicación de por qué no había sido invitada le sirvió a CFK para terminar de ser lapidaria con su análisis del Gobierno. La vicepresidenta coincide más de lo que ella misma imagina con la mirada del establishment local. Al igual que Héctor Magnetto y Paolo Rocca, que la UIA, que muchos banqueros, que la mayoría de los gobernadores y que la oposición política, Cristina está convencida de que al actual gabinete nacional le falta peso político y ejecutividad. “Son muy mediocres”, es la sentencia.

Y ya no lo oculta. Se lo dice a quien logre perforar la intimidad de su despacho o su casa, que son mucho más frecuentados por personas del poder de lo que se cuenta. El tema es que las diferencias de criterio o de fondo con el Presidente últimamente se saldan o se acrecientan a través de emisarios. Ahí radican gran parte de los conflictos. En los temas que Alberto y Cristina dejaron de hablar frente a frente. Cansados, posiblemente, de las diferencias.

Lejos de lo que se construye como el gran mito urbano de una vicepresidenta respirándole en la nuca al Presidente, CFK está afuera de decisiones estratégicas. O se entera de ellas minutos antes que acontezcan.

La vicepresidenta Cristina Kirchner (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

Y lejos de ser una muestra de determinación presidencial, parecería casi un rapto adolescente. “En los hechos es la accionista mayoritaria porque fue quien puso la mayor cantidad de votos, y no tiene lugar en el directorio porque el CEO ni la consulta”, resumió esta semana alguien que conoce a ambos por igual y que fue parte de la mesa de armado preelectoral de la que se desprendió la formula ganadora.

Sin embargo, CFK, como buena estratega, hay un tema sobre el cual mantiene absoluto silencio: la renegociación de la deuda externa. En eso Alberto tiene toda la confianza y el campo disponible. Porque fue justamente en lo que pensó Cristina el día que lo eligió a Alberto como candidato a presidente.

“Yo puedo llegar con los votos pero no seamos ingenuos, no me van a dejar gobernar. Son capaces de todo, hasta de hacerme lo que le hicieron a Lula”, decía entonces CFK ante sus íntimos.

Hoy sigue pensando lo mismo. Y no está arrepentida de su elección, pero sí ansiosa de pasar al siguiente estadío. Alberto lo sabe. Hace varios días que está esperando poder coronar la renegociación de la deuda externa con un llamado telefónico con Donald Trump que se demora más de lo conveniente.

Mientras tanto, el Presidente repele la posibilidad de cambios en su gabinete. Cree que generar movidas de nombres generaría inestabilidad. Y resiste. Quizás sin darse cuenta imita el accionar de su antecesor. Alberto Fernández no solo copió la lista de invitados de Macri al 9 de julio, sino también el sistema de selección de sus colaboradores más inmediatos.

Salvando las distancias ideológicas y de formación académica, Fernández, al igual que Macri, eligió a un jefe de Gabinete en la modalidad discípulo alter ego. Santiago Cafiero, tal como Marcos Peña en tiempos de Macri, admira a su jefe político y cuenta con toda su confianza. Pero con una diferencia sustancial: Marcos llegó al mismo despacho que Santiago después de ocho años de gestión conjunta con Mauricio. Cafiero apenas hace dos años que camina junto a Alberto y con poca experiencia administrativa. Y menos en común.

El jefe de Gabinete Santiago Cafiero (COMUNICACIÓN SENADO.)

Elegir a un jefe de Gabinete tan cercano es un equívoco. Macri no lo pudo cambiar nunca y prefirió sostenerlo hasta la derrota. Alberto toma como una falta de respeto a su persona que cuestionen a Santiago.

Pero igual el sistema es caníbal y horada de a poco el poder del jefe de Gabinete. Ya son muchos los gobernadores que evitan su interlocución. Y lo peor es que para evitar rispideces internas el propio “Wado” De Pedro, ministro del Interior, parece últimamente correrse del lugar más político que tanto lo había hecho lucir en el inicio de la gestión. ¿Celos de principiantes?

Sea por lo que sea que un ministro se repliegue, delata desmadejo de su jefe inmediato. Se supone que los jefes (de Gabinete y de los otros) están para sacar lo mejor de cada uno de sus subordinados. Pero en política el respeto no está dado por la jerarquía protocolar sino por trayectoria o por carácter. Algo que le estaría faltando al seductor Cafiero, del que todos hablan bien pero al que, salvo el Presidente y su entorno, pocos le ven “uña de guitarrero”.

Bonus Track 1

Martín Guzmán no solo debutó en su raid mediático esta semana sino también en ámbitos deportivos. Aún no se calzó los cortos, pero ya es miembro activo de La Logia Gimnasista, un grupo de Whatsapp de triperos entre cuyos miembros se destaca también el ex presidente del Banco Central macrista, Federico Sturzenegger. Un reducto sólo para fanáticos donde se viralizan memes contra los pincharratas y críticas a la actual gestión del club. Como rito iniciático, le exigieron a Guzmán hablar en público sobre su pasión por Gimnasia. Guzmán pasó la prueba en el programa de Marcelo Bonelli el último miércoles.

Bonus Track 2

Alberto Fernández y el rol del director de orquesta

Dicen que el inconsciente siempre aflora. Cuando el viernes le preguntaron a Alberto Fernández por las criticas internas a su espíritu amplio y dialoguista, el Presidente se comparó con un director de orquesta. Y cuando eligió enumerar los distintos músicos con los que tenía que interlocutar para que la orquesta a pleno sonara bien ejemplificó sin ponerse colorado: “No se le puede pedir al director de orquesta que deje de dialogar con el Clarinete…” .

Un Sigmund Freud por ahí, o un “hola, Héctor, aquí Alberto”, con perdón de Cristina…