Ocho estrategias para limitar el daño colateral de la pandemia

Personal de la Policía realiza controles este lunes en un ingreso a la ciudad de Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Como cardiólogos, especialistas en insuficiencia cardíaca y manejando pacientes graves de edad avanzada, muchos de ellos frágiles y algunos inmunodeprimidos, podemos afirmar que conocemos la población vulnerable al virus SARS CoV-2 (comúnmente llamado coronavirus). Todos los inviernos se nos descompensan muchos de nuestros pacientes por cuadros respiratorios infecciosos provocados por otros gérmenes, ya sean virus como la gripe invernal o bacterias causantes de neumonía, y observamos que muchos de ellos fallecen con o por el virus y sus daños colaterales.

La experiencia observada en el resto del mundo vio y ve actualmente cómo muchos países perdieron gran parte de una generación. El virus no es selectivo a la hora de infectar (significado epidemiológico), pero es “altamente selectivo” a la hora de matar (significado clínico), ataca predominantemente varones de edad avanzada, debilitados por factores predisponentes y en urbes de alta densidad poblacional.

La provincia de Buenos Aires reporta diariamente, en su sala de situación, las comorbilidades que padecen aquellos pacientes que fallecen a raíz de la enfermedad provocada por el coronavirus o sus consecuencias. De los 946 fallecidos en la provincia de Buenos Aires con una tasa de letalidad de 1.67%, la mayoría (80.5%) se encuentran por encima de los 60 años de edad. Muchos de ellos padecían comorbilidades que incrementaban su riesgo de muerte como: hipertensión arterial (40.8%), diabetes (29.9%), insuficiencia cardíaca (15.2%), obesidad (10.9%), enfermedades neurológicas (10.8%), enfermedades oncológicas (7.3%) e insuficiencia renal (5.1%).

El virus también ataca a los profesionales de la salud expuestos a altas cargas virales y a la población más joven, pero con una menor tasa de letalidad en este grupo que en el de mayor edad.

Un reconocido epidemiólogo de la Universidad de Stanford afirma que menores de 45 años sin factores de riesgo su mortalidad es cercana a cero y entre 45 y 70 es inferior al 1%, aumentando exponencialmente en mayores de 70 años de edad, particularmente si se agrega en ellos patologías que puedan empeorar el pronóstico.

Podríamos afirmar que cualquiera puede infectarse, pero principalmente un grupo vulnerable puede llegar a terapia intensiva o morir como consecuencia del coronavirus. Los diferentes países se debatieron entre salud y economía como extremas dicotomías antagónicas diferenciando entre aquellos que prevalecen la salud o priorizan la economía tratando de evitar el daño indirecto que producen las medidas de aislamiento en la sociedad. El primer extremo se lo escuchamos al vicegobernador de Texas, Dan Patrick, que al comenzar la pandemia en Estados Unidos declaró que la población de tercera y cuarta edad debía sacrificarse en pos de un futuro para las otras generaciones. La otra punta la vemos en nuestro país, donde celebramos la solidaridad hacia una población vulnerable que debería enfrentar a un sistema de salud debilitado, y para salvaguardarla se impuso uno de los Aislamientos Sociales Preventivos Obligatorios (ASPO) más prolongados de la historia, con chances de prolongarse como mínimo hasta la primavera.

El ASPO y la cuarentena de aquellos infectados es la única herramienta propuesta frente a la ausencia de terapias y vacunas disponible. Sin embargo, y en particular el aislamiento, no podemos dejar de afirmar que posee severos efectos adversos del lado de la salud (incremento de muertes domiciliarias, suicidios, agravamiento de enfermedades crónicas, depresión, violencia familiar y de género) y del lado económico (colapso económico con cierre de comercios y fabricas y una ruptura de la cadena de pagos).

Estudios recientes en Europa y Estados Unidos muestran un significativo exceso de la mortalidad global respecto de años previos y solo una porción de ella es explicada por el virus, lo que quiere decir que los efectos adversos de la cuarentena no son despreciables. Al igual que las guerras, el daño colateral es notable y se ve aun mayor ante el colapso observado en los sistemas de salud que impiden asistir adecuadamente a pacientes vulnerables con y sin COVID-19. En pos de ser solidarios, podemos tener efectos paradójicos.

La inadecuada interpretación y un incumplimiento de los conceptos de aislamiento preventivo y cuarentena han obligado a una detención de actividades que atenta, al igual que el coronavirus, contra el bienestar de todos. Algunos “infectadores” no toman en consideración la posibilidad de estar contagiados y que contagiar al prójimo es uno de los factores principales de contagio, particularmente porque el virus circula en muchos asintomáticos y oligosintomaticos. Actitudes como las innecesarias reuniones multitudinarias observadas (fiestas, asados, casamientos, protestas, etc.) con gente que desconocemos y sin tomar las precauciones necesarias obligarán a perpetuar medidas de aislamiento en pos de aquellos que sí buscan el beneficio y la salud del prójimo. En el siglo XXI no es imposible idear modificaciones a la cuarentena medieval.

1) Proteger a los grupos vulnerables: sabemos exactamente que el virus puede infectar, e infectará a la mayoría de los habitantes, pero solo atacará mayormente y en forma grave a aquellos que se encuentren en el grupo vulnerable. Creemos que con modelos predictivos podemos identificar con gran certeza dichos grupos e intentar prevenirles el daño.

2) Cuarentena estricta: debemos indicar una cuarentena muy estricta a los infectados y aislamiento preventivo solo al grupo identificado como vulnerable (10-15% de la población), asegurando que los contactos de los vulnerables estén libres de virus.

3) Estrictos aislamientos preventivos: los contactos estrechos de los pacientes infectados (sintomáticos o no) deben también aislarse hasta tanto se determine que no son portadores del virus.

4) Buscar el virus: debemos buscar el virus con testeos masivos, pero focalizados en los grupos vulnerables (pacientes con comorbilidades, adultos mayores, etc.) y sus contactos (tengan o no tengan síntomas) y en aquellos grupos que a pesar de no encontrarse en los grupos de riesgo puedan convertirse en vectores importantes del virus por su alta posibilidad de exposición (personal de salud y seguridad) y conglomerados en los que se detecta la aparición de la infección.

5) Prevenir: es nuestro deber idear los métodos para prevenir los efectos indeseables del ASPO estricta en el grupo vulnerable con el uso de la telemedicina y telemonitoreo con derivación -cuando es necesario- a los centros de salud sin riesgo de contagio.

6) Cambio de hábitos: el distanciamiento, el uso de barbijos/máscaras y el lavado de manos debe incluirse en nuestros hábitos hasta tanto tengamos la vacuna o la terapéutica adecuada para poder vencer la enfermedad. La cuarentena estricta debe ser la norma inviolable en el infectado confirmado y el aislamiento preventivo obligatorio de los contactos estrechos (sintomáticos o no) debe constituirse en una rutina hasta demostrar mediante el testeo que no han sido contagiados y por ende no pueden diseminar aun más el contagio.

7) Evitar la saturación del sistema de salud reservando las hospitalizaciones para aquellos con síntomas severos o para los vulnerables con síntomas. Simples medidas de control (síntomas/temperatura/saturación de oxígeno) y una comunicación estrecha con los pacientes evitará hospitalizaciones de casos leves.

8) Delimitar áreas libres de infección: realizar un estricto control de aquellos que ingresan a las zonas libres de infección viral o con cuadros controlados debe ser una responsabilidad de todos.

Estas y seguramente otras estrategias pueden y deberán desarrollarse para poder limitar el daño colateral de la pandemia (físico, psicológico, social y económico) evitando el colapso del sistema sanitario y la reduciendo la morbimortalidad, pero continuando con la maquinaria productiva. No debemos sacrificar a quienes son vulnerables al virus ni a aquellos que no lo son, pero tampoco a las consecuencias del aislamiento ni a la economía de un país. Esta batalla debe ser enfocada no solamente desde un punto de vista infectológico y epidemiológico, sino desde una visión global que incluya todos los aspectos de la vida diaria de una sociedad y, seguramente, encontraremos la forma de lograr el mejor equilibrio con el menor número de victimas. Seamos socialmente responsables: de nuestras actitudes surge la diferencia entre libertad y responsabilidad. Durante la pandemia, la primera sin la última puede significar el abrazo del oso.

Sergio V. Perrone. Cardiólogo especialista en Insuficiencia Cardíaca, Hipertensión Pulmonar y Trasplante, Codirector de la diplomatura de Insuficiencia Cardíaca UCA, Director de la Revista Insuficiencia Cardíaca.

Alejandro Barbagelata. Cardiólogo especialista en Insuficiencia Cardíaca e Intervencionismo, Codirector de la diplomatura de Insuficiencia Cardíaca UCA y profesor adjunto Universidad de Duke.