Piense en un líder mundial moderno (del siglo XX o actual) de cualquier disciplina y describa las razones que lo llevan a calificarlo de tal manera. Seguramente estará pensando en los papas Francisco o Juan Pablo II, en la madre Teresa de Calcuta o Gandhi, en Barak Obama o Vladimir Putin (dudo que piensa en Trump), en Juan Domingo Perón o Hipólito Irigoyen, en Steve Jobs o Bill Gates o Mark Zuckerberg, en Martin Luther King, en Winston Churchill o Eisenhower, en Bono o Madonna, en Picasso o Pablo Neruda, en Albert Einstein o Karl Popper, en Maradona, Roger Federer, Tiger Woods o Michael Jordan. En fin, dependiendo de su profesión, querencias y pasiones, historia personal, ideología, formación y tantos otros factores, su mente rápidamente se posicionará sobre destacadas personalidades, sobresalientes en su disciplina, usualmente ganadores (de premios, elecciones, concursos, medallas, elogios, fortunas) que en algún punto han ejercido una influencia en su vida, aunque sea de una forma lejana. Esta es mi experiencia dictando la materia Liderazgo Estratégico a alumnos de posgrado cada vez que les propongo el mismo ejercicio. Llegamos a los mismos personajes, fundamentalmente por las mismas razones.
Hablar de líderes y de liderazgo acarrea dificultades, diría confusiones, que me obligan a realizar algunas precisiones, en especial en este tiempo de pandemia. No tengo ninguna duda sobre las cualidades deportivas de Federer o Vilas o Guga Kuerten, ni de las capacidades artísticas de Picasso o Daniel Barenboim, ni de las científicas e intelectuales de Einstein, Popper, Sabin o Bernardo Houssay, ni de la espiritualidad de los grandes religiosos modernos de ahora y de siempre. Sin embargo, no puedo aceptar que confundamos estas capacidades sobresalientes con dotes de liderazgo, así que deseo establecer un apropiado vínculo entre esa capacidad de liderar, apropiadamente definida, y el desafío que supone innovar en educación, que es mi campo de interés y actuación profesional.
Muchos suponen que un líder, persona poseedora de la capacidad de liderazgo, es quien manda, o comanda, o ejerce el control, o es la cara visible de un gran movimiento, o es quien triunfa en las ligas o eventos más competitivos de cualquier disciplina, o quien rompe récords y establece nuevos estándares. Para la sociedad, el líder es el encumbrado, el que se encuentra al tope de la organización, a cargo del timón del barco de cada momento, el que lucha con más bravura o el que mayor resistencia muestra frente al dolor o la injusticia. Esta idea viciada del líder, que combina cualidades distintivas de conducción con acciones heroicas de naturaleza suprahumanas, se vincula más con el triunfo, la fortuna y la popularidad, que con la mirada integral del individuo. Es la continuación de una mirada histórico-cultural del ser humano de encontrar afinidad y empatía con el éxito como motivo de apreciación social y de reconocimiento. Es nuestro ego más interior, materializado en el triunfo de los triunfadores a los que admiramos y observamos con particular atención. Las personas que hasta aquí mencioné pueden o no haber sido líderes, pero sin duda fueron personajes públicos exitosos y ganadores, y por ello admirados, muy admirados. Nadie pone en cuestión ello. El problema es que ese éxito, usualmente, es confundido con liderazgo y, en consecuencia, nos vemos inducidos a mirar en el lugar equivocado a la hora de identificarlo o de alentar su emergencia.
Para hablar con precisión y hacer un recorte más restrictivo, propongo trabajar con la siguiente definición de liderazgo, la cual me resulta sumamente útil en mis clases. Defino al liderazgo como: 1. la capacidad de movilizar a terceros por creencia y convicción más que por imposición, 2. una fuerza poderosa (poder en sentido estricto), de carácter neutro, que puede ser utilizada para cualquier fin o propósito, bueno o malo, pequeño o gigantesco, trascendente o irrelevante, 3. un modelo de conducta que muchas personas desean imitar y emular, con la responsabilidad que ello supone, y 4. una relación de confianza de doble vía entre líder y liderados, entre el poseedor de la competencia y aquellos que responden voluntariamente a su invitación.
De esta definición destacan algunas cuestiones, por ejemplo, que el liderazgo es una capacidad y no un don que, por lo tanto, puede ser adquirido. Que lo que moviliza a terceros es la creencia y la convicción y no la fuerza, la intimidación o el miedo a ser despedido, marginado o tratado como desleal. Y, finalmente, que el liderazgo puede ser utilizando tanto para hacer el bien (Ghandi) como para hacer el mal (Hitler), con todo el peso de la responsabilidad que ello supone, no solo para el líder, sino también para los liderados. Esta definición construye conceptualmente al líder desde adentro de su persona hacia afuera, con toda la carga valorativa y de principios asociados, y no desde su condición circunstancial de entorno hacia un objetivo precisamente definido, aun cuando este sea ambicioso y digno. Al líder no lo construye su entorno de relaciones de poder, sino que es el mismo líder el que modela al entorno.
Estas ideas, desarrolladas en profundidad en mi libro Yo qué sé, recargado (#yqsr), la educación de Latinoamérica en la encrucijada, escrito antes de la pandemia, anticipaban, a mi juicio, uno de los principales problemas con los que nos enfrentamos en esta nueva etapa. Estamos viviendo una crisis planetaria sin líderes mundiales de fuste. De tanto que buscamos en los lugares incorrectos, de tan mal que acordamos la definición del término, finalmente cuando más los necesitamos, los líderes escasean.
En educación es evidente la falta de imaginación y coraje, el poco sentido de urgencia, el ego como meta que todo lo enturbia. Hablamos de líderes, pero adoramos cargos y puestos, la bruta fuerza ajustada a este tiempo, mientras despreciamos la capacidad de transformación del ser humano, justo en un momento de la historia en donde estamos colectivamente llamados a transformarlo casi todo.
El líder es un creador de espacios de interacción en donde todos se muestran entusiasmados con la tarea de cocrear el futuro, alentando la emergencia de protagonistas y protagonismos. ¿Quién lo ha invitado últimamente a que sea protagonista? Siempre repito que el líder crea espacios de trabajo, equipos competitivos e impactos transformadores. Solo eso. ¡Todo eso! Y lo logra con entusiasmo y energía, construyendo vínculos de confianza verdaderos, duraderos, basados en la creencia íntima del poder transformador del ser humano, máxime cuando trabaja en equipo, y ni que hablar cuando se siente protagonista.
Lo que venga luego de la pandemia en materia educativa dependerá, en gran medida, de la agenda que impulsen los protagonistas del momento. Usted, yo, todos, estamos llamados a ser protagonistas de este cambio, a ser cocreadores, aún si nadie nos convoca, aún si los ‘líderes’ creen que el camino es otro. ¿Nos animamos a hacer?