Lo que aprendí durante la epidemia del cólera

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Una epidemia es grave, una endemia es más grave y una pandemia es gravísima, pero todas son emergencias y/o grandes tragedias que ponen en riesgo vidas.

En una pandemia, el Estado debe adoptar medidas de excepcionalidad y encarar acciones para mitigarla en sus daños.

En 1992/93, fui secretario de Acción Social De La Nación, período en el que asumimos la responsabilidad de actuar frente a la epidemia del cólera.

El ministro de Salud y Acción Social era el Dr. Julio César Aráoz (quien me había convocado para acompañarlo) a fines de noviembre de 1991.

Sabíamos que el problema existía había comenzado un brote de cólera en Latinoamérica (Perú, Ecuador y Brasil eran los más importantes) pero también se daban algunos casos en Bolivia cercanos a nuestras fronteras.

En diciembre se elevó un informe al Presidente, Dr. Carlos Menem, sobre el cuadro de situación que sostenía factible que en algunas provincias del Norte (Salta, Jujuy, Formosa y Chaco) se produjera un brote también.

Definido el problema a resolver, días después el 16/01/92 el Presidente de la Nación dictó un decreto creando el Comité Nacional de Emergencia contra el Cólera. Lo presidía el ministro Aráoz y participaban todos los ministerios nacionales.

Para la puesta en práctica de la política decidida a nivel nacional, el ministro creó el Comité Operativo de Emergencias. Lo integraban quien escribe esta nota como secretario de Acción Social, el secretario de Salud Dr. Alberto Maza, infectólogos como el Dr. Miroli, todas las Secretarías especificas y de apoyo administrativo del Ministerio, un equipo de comunicación -para informar adecuadamente a la población sobre la epidemia, sus características, los cuidados y las acciones que se adoptarían para enfrentarla- integrado por Jacinto Gaibur, Carlos Campolongo y Víctor La Peña. Colaboraban también Martin Oyuela y Hugo Haime, más los representantes de todos los ministerios. Es decir, un Comité de Emergencias Interdisciplinario.

En 30 días recorrimos las cuatro provincias haciendo un relevamiento de las zonas, los recursos humanos y logísticos disponibles para afrontar la emergencia, se adquirieron los insumos sanitarios necesarios para los tratamientos (sueros, antibióticos, equipamiento para hospitales de campaña) además de partidas de alimentos, junto a una coordinación con las FFAA para la logística, imprescindible para operar en zonas inhóspitas, con casi nula infraestructura y con las comunicaciones de aquellos años.

Apareció el primer caso de cólera en Santa Victoria Este, Salta, y en menos de 48 horas nos instalamos en la zona con toda la infraestructura y elementos para contenerla.

Santa Victoria Este, Salvador Mazza y Embarcación eran los principales centros de operaciones, y había otros en parajes como El Pichanal, Sausal, en Salta. La Quiaca y Abra Pampa en Jujuy.

La mayoría de las comunidades en riesgo eran pobres, y pueblos originarios con los cuales debíamos tener una relación adecuada a su cultura, para poder asistirlos con medicamentos y proveer la alimentación correspondiente. Salimos a recorrer parajes recónditos en la búsqueda de quienes pudieran estar infectados, asistirlos, trasladarlos y aislarlos para evitar contagios.

Ese año hubo 553 casos y 15 muertes.

El cólera produce una infección intestinal y deshidratación rápida y que de no atenderse adecuadamente con suero, sales, potasio y antibióticos dentro de las 12 horas de manifestarse puede terminar con la vida de una persona.

Con el cólera acechándonos, en junio del 92 se produce una gran inundación en Clorinda, Formosa, debimos asistir a más 8000 evacuados, en centros instalados sobre los altos detrás de la ruta hasta donde habían llegado las aguas por crecida de Río Paraguay y el Río Porteño que atravesaba la ciudad. El 70% del casco urbano fue tapado por el agua,

El Comité de Emergencia contra el Cólera se hace cargo, coordinando con las autoridades provinciales.

Ese año 1992 se produjeron grandes inundaciones en Santa Fe, Chaco, Corrientes, Entre Ríos y Misiones, todo nuestro Litoral, con más de 100 mil evacuados. Allí estuvo el Comité de Emergencia Nacional, en algunos lugares directamente y en otros asistiendo a las provincias.

Paralelamente se desarrollaba una intensa campaña de comunicación y difusión de las medidas preventivas para evitar la propagación de la epidemia del cólera en los grandes centros urbanos de país, en especial en el conurbano bonaerense. El solo ingreso de la epidemia en grandes urbes hubiera constituido un agravamiento de la emergencia de manera significativa.

En 1993 tuvimos otro brote importante de cólera, en Jujuy y Salta especialmente en Zonas de Establecimientos de plantación de tabaco donde las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores eran paupérrimas, casi esclavas, trabajo clandestino incluidos menores de edad, y sin medidas sanitarias, ni agua potable. (Vivían en viviendas precarias con letrinas y tomaban agua de acequias contaminadas).

Ese año los infectados fueron 2080 y 34 defunciones. Los fallecimientos se dieron en los casos donde los lugares eran casi de imposible acceso y no se llego a tiempo para atenderlos.

De los países de la región, con brote epidémico fuimos de los que mejor pudimos contener la epidemia de acuerdo al Informe de la Organización Panamericana de la Salud.

Estas grandes emergencias ocurrían en la Argentina del 92/93 que transitaba por enormes transformaciones en lo político, lo social, lo económico (convertibilidad mediante) en infraestructura, comunicaciones, energía. Era la consolidación de lo que luego se denominó la década del 90, sobre la cual hay opiniones diferentes y todas respetables, pero estos son los hechos.

El país seguía funcionando.

La experiencia que me dejó aquella gestión como secretario de Acción Social de la Nación me sugieren algunas conclusiones:

Las emergencias nunca deben ser abordadas solo desde lo sanitario. Son integrales: afectan a las personas en todos sus aspectos.

Los recursos, tanto humanos, logísticos y económicos que dispone el Estado no son infinitos, por lo cual ser eficiente en su gestión es fundamental.

Nadie saca ventaja ni rédito político de las emergencias y/o tragedias. La comunidad las padece y se pierden vidas, por eso hay que enfrentarlas con acuerdos políticos e interacción social.

Requieren ser enfrentadas con autoridad (Menem la tenía), firme conducción estratégica (el ministro Aráoz la ejercía), coordinación y eficiencia en la gestión que los secretarios/subsecretarios de cada área, más los equipos de apoyo y logística ejecutábamos, sintiéndonos plenamente respaldados por la autoridad y la conducción, hasta en decisiones que a veces no había tiempo de consultar, pero que nunca debían ser improvisadas, porque estaban dentro de la planificación inicial, sin marchas y contramarchas.

Aún hoy se discute si la historia es una ciencia. Sin embargo, la historia y las experiencias de situaciones parecidas en el abordaje local deben ser aprovechadas.

Nuestro país tiene para mostrar experiencias con buenos resultados en situaciones de emergencia similares (no iguales) que podríamos rescatar y escuchar, las cuales pueden ser muy útiles hoy en esta pandemia que nos toca vivir. Para ello solo hace falta no tener prejuicios ideológicos: apertura política, un dialogo llano y franco con pensamientos diferentes a los círculos que suelen rodear al poder de turno.

Salir de esta pandemia que nos acosa hoy es una necesidad imperiosa de todos los argentinos.

El autor fue secretario de Acción Social de la Nación (1991/93)

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