“El poder no es bifronte, y el poder peronista menos. Te la tenés que sacar de encima”. Alberto Fernandez tenía mil respuestas adecuadas para la osadía de su interlocutor, pero optó —como pocas veces— por un diplomático silencio. El “consejo”, que no era la primera vez que escuchaba, no venía ahora de un miembro del establishment, o de un amigo más papista que el Papa, o de un adulador del poder.
El reclamo-advertencia-amenaza para que el Presidente diluya la potencia de Cristina Fernández de Kirchner en las decisiones del Gobierno se escuchó el miércoles en la residencia de Olivos en boca de un peronista histórico: Eduardo Alberto Duhalde.
En algún punto el planteo no dejaba de ser paradójico. Duhalde le pedía a Fernández que tirara por la ventana a Cristina tal como Néstor lo había tirado a él mismo. Cuenta una de las tantas leyendas de la historia reciente, que Kirchner llegó a la presidencia con el escaso 22% de los votos y que lo primero que tuvo que hacer para afianzar su Poder fue “jubilar” precisamente a Duhalde.
Alberto llegó a la Presidencia nominado por Cristina. Y lejos de estar pensando en deshacerse de ella, día a día consolida una coalición electoral que se forjó después de mucho desierto compartido por todos los que hoy están en lo mas alto del poder político. Las analogías no solo son injustas sino poco cercanas a la realidad. Kirchner necesitó construir poder propio casi de la nada. Alberto encarna el poder de un armado multicolor. Los mismos que le exigían a Mauricio Macri que escuchara más a sus socios radicales (el propio Duhalde) hoy le piden a Alberto que se repliegue sobre sí mismo.
Pero qué hacer con CFK no fue lo único inquietante del mensaje del ex Presidente. “Hiciste campaña prometiéndole a la gente el regreso del 2003 (inicio de la reactivación económica). Pero ahora estás en el 2002 (devaluación, patacones, etcétera). Y lo peor es que a este ritmo vas camino al 2001 (corralito, estallido social)…”.
Un poco incómodo con la repentina verborragia cruel de Duhalde, el otro invitado al desayuno presidencial, Jose Ignacio de Mendiguren, escuchaba impávido.
Estaba claro que el ex intendente de Lomas de Zamora quería cachetear a Fernández. Despabilarlo. Como si percibiese que el Presidente hubiera caído en un limbo de indefiniciones. El punto cúlmine de esa confusión, a los ojos del bonaerense, había sido el anuncio fallido de la expropiación de Vicentin.
En ese único punto, Alberto encontró una coincidencia con su visitante. Ya nadie niega en el Gobierno que hay un antes y un después de ese fatídico lunes 8 de junio. A tal punto que hay un nuevo calendario albertiano a semejanza del gregoriano: en vez de AC (antes de Cristo) en la Casa de Gobierno se habla del AV y DV (Antes de Vicentin y después de Vicentin).
El Presidente y su entorno cometieron un terrible error político, estratégico y comunicacional. En vez de crear las condiciones públicas para salir al rescate de Vicentin revelando primero el desfalco atrás de los préstamos estatales, las acusaciones mutuas de sus socios y la crítica situación de los pequeños acreedores de la empresa santafesina, hicieron una presentación pública hablando de expropiación que unificó a los halcones de la oposición que hasta ahí venían sin poder elevar ninguna bandera común mas que la anticuarentena.
Fernández reconoce ahora que tuvo varias señales de alarma que no escuchó. Y una fue la de su propio jefe de Gabinete, el novato Santiago Cafiero, quien intentó en vano hacerlo desistir un par de horas antes del deslucido anuncio.
Como pasa en todas las crisis, de ahí en más los yerros se acumularon. Pero hay uno que aparece como central. El Gobierno no logra instalar ninguna otra agenda más que la relacionada con la pandemia. Y cae en las trampas comunicacionales de las corporaciones y la oposición con una ingenuidad lejana a la del tradicional peronismo.
Hay mucho de voluntarismo generalizado y de fobia presidencial. Fernández no quiso nunca asesoramiento de marketing ni de estrategia comunicacional. Él cree que le ganó al aparato marketinero del PRO con política y con la gente y que no necesita nada más que la política.
El problema es que hoy gobernar es comunicar. Y hacer política es básicamente comunicar.
Alberto es un excelente comunicador mientras esté cómodo con su interlocutor de turno (los periodistas que lo chicanean le sacan su peor versión). Pero al mismo tiempo es un pésimo estratega.
En la vorágine cotidiana -y con el récord de contactos periodísticos que tiene- termina actuando como un político poco profesional o del siglo pasado.
Un ejemplo. El Gobierno a pleno está trabajando en algo parecido a un relanzamiento de gestión. Uno de los principales puntos de ese conjunto de medidas iba a ser una extensa moratoria impositiva. Gesto inequívoco para las empresas y empresarios. La noticia se filtró y desató una caza de brujas para ver quién había sido el buchón. Después de una ardua investigación que incluyó intento de rastreo de fuentes periodísticas, los encargados del tema se dieron cuenta que el boca floja había sido el propio Presidente. En uno de los interminables reportajes radiales matutinos, deslizó al pasar lo de la moratoria, el secreto mejor guardado —hasta entonces— por la administración albertista…
Pero tampoco hay reacción ante los embates. Otro ejemplo. El tema de los ataques a los silobolsas se instaló en la agenda mediática como un gran globo a punto de estallar. Siempre con la presunción que eran militantes K los que atentaban nuevamente contra el campo.
Un informe de la policía rural bonaerense aclara un poco los tantos. Hubo en todo el año 14 atentados a silobolsas. En cuatro casos fueron ex empleados despedidos por sus patrones y que actuaron por venganza. Otros seis fueron casos esclarecidos: habían sido cometidos por adolescentes. Otro caso fue el robo literal de alimento para ganado. Y solo tres aun se encuentran en estado de investigación.
Si el Gobierno tiene a mano estos datos, ¿por qué no salió el ministro de Agricultura a desmentir los rumores con datos certeros? Una vez más, falta de reacción y de estrategia.
A pesar de que ya parece una eternidad, el Gobierno tiene solo seis meses en el poder. Está claro que está todo por hacer. El presente aparece tormentoso pero hay mucho tiempo por delante.
Hoy como nunca se percibe una realidad en la cotidianeidad del poder y otra en lo mediático. Tanto del oficialismo como de la oposición. Mientras los halcones de cada uno de los sectores mayoritarios ganan los medios —desde el nuevo Aldo Rico del peronismo, Sergio Berni, hasta la presidenta del PRO, Patricia Bullrich— por lo bajo quienes gobiernan y ganan espacios internos son las palomas.
Alberto y Horacio Rodríguez Larreta están en mayor sintonía que la que tenia el propio jefe de Gobierno porteño con Mauricio Macri. Y en el Congreso Cristian Ritondo conduce halcones, pero las votaciones internas son siempre ganadas por las palomas.
“Se vienen momentos muy difíciles, poner palos en la rueda o hacer declaraciones altisonantes en este momento es vomitivo”, le dice a los suyos alguien que recuerda muy bien no saber qué botones apretar en sus primeros seis meses en el poder, la ex gobernadora Maria Eugenia Vidal.
“Mauricio todavía nos debe una autocrítica y después veremos”, reflexiona en voz alta recién recuperada de Covid-19.
Está claro que lo que se viene no es fácil. Pero también es cierto que después de tanto encierro, angustia y falta de horizonte, el estado de ánimo generalizado de opresión puede cambiar con poco.
No todo dependerá de la economía. Hoy nos están vedadas muchas cosas que son gratuitas y que se revalorizan muchísimo después de esta inédita experiencia.
La política de antaño estuvo siempre enfocada en los sacrificios y el esfuerzo para lograr el bien común. Las nuevas generaciones que son las que van llenando el padrón electoral son mucho mas hedonistas. Alguien debería estar pensando en serio en un factor imposible de medir en planillas de Excel cómo es la felicidad. Algo que la liturgia K tenía presente.
La cuarentena nos recluyó y nos enfrentó al espejo a todos. Valorarnos más y mejor es parte del aprendizaje. Pero también aprender de los errores.
Alberto Fernández planea un relanzamiento. En carpeta hay varios proyectos y todos apelan al consenso social. La reforma impositiva, por ejemplo, se trabajará con una convocatoria super amplia de expertos para unificar criterios, al estilo de lo que hizo Macri con el nuevo código procesal civil.
Lo que muchos se preguntan es si alcanza solo con anuncios y buenas intenciones. Hay ansiedad por cambio de nombres. Muchos en danza y una única incógnita central.
¿El estilo Fernández de conducción incluirá cambios de gabinete o preferirá, como su inmediato antecesor en el cargo, persistir en la suya y morir con las botas puestas?
BONUS TRACK
El establishment parece estar atento a esta columna dominical. Hace unos días aceptaron bajar prejuicios y en la casa del banquero Jorge Brito un selecto grupo de empresarios conoció a Máximo Kirchner. Hubo muchos y variados relatos del encuentro. Pero posiblemente la mejor conclusión fue la que uno de los presentes le contó por WhatsApp al otro día a un amigo: “Yo ya encargué Play Station para todos mis nietos. Si después de darle tanto al Joystick te salen como este chico, es la mejor inversión que podemos hacer…”.