Argentina es un país prácticamente único en cuanto a la atención en salud mental. En particular, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene un psicólogo cada menos de 100 habitantes y, a nivel nacional, un psicólogo cada menos de 500 habitantes. Para tener una referencia de estas tasas, países de alto desarrollo humano como Finlandia o Francia cuentan con un psicólogo cada 1800 habitantes y uno cada 9000 habitantes respectivamente. En la Ciudad de Buenos Aires, “hacer terapia” tiene un nivel de difusión casi único en el mundo. Las ficciones de la televisión o el cine suelen mencionar a los psicólogos, psicoterapeutas y psicoanalistas con una asiduidad y una naturalidad que sorprenden a quienes no viven en esta ciudad. Cabe preguntarse, entonces, qué pasó con la atención de la salud mental en la Argentina desde el inicio de la pandemia.
Desde Proyecto Suma, una ONG de la Ciudad de Buenos Aires dedicada a la asistencia y rehabilitación en salud mental, distribuimos una encuesta online entre el 27 de abril y el 17 de mayo para conocer la perspectiva de las personas que utilizan servicios de salud mental, familiares y trabajadores de la salud mental respecto del impacto de la pandemia por COVID-19 en la atención en salud mental, los cuidados informales y el autocuidado. Obtuvimos 659 respuestas de personas mayormente concentradas en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires (373 profesionales de la salud mental, 199 personas que se identificaron como usuarios/pacientes de servicios de salud mental y 87 familiares de personas usuarias de servicios de salud mental).
Lo primero que se destaca entre nuestros resultados es que aproximadamente la mitad de los tratamientos ambulatorios de salud mental (incluidos los consultorios particulares, ampliamente concentrados en algunos barrios de CABA) se interrumpieron en tiempos de pandemia. Y, los que no se interrumpieron pasaron a modalidad remota, con no pocas consecuencias para profesionales y pacientes: casi 70% de los profesionales que habían tenido que cambiar de lugar de trabajo creían que había impactado negativamente en ellos/as y los problemas técnicos para establecer las comunicaciones y mantener sesiones remotas fueron mencionados por casi el 80% de los profesionales. De forma pareja, 50% de los profesionales y de los usuarios tuvieron la percepción de que el cambio en las pautas de interacción para llevar adelante los tratamientos había sido bastante o extremadamente difícil. Si esta modalidad de tratamiento llegó para quedarse por algún tiempo aún, no es un dato menor que incluso a quienes lograron continuar los tratamientos les resultó difícil realizar esta adaptación. Adultos mayores, niños y personas con dificultades en el acceso o con desconfianza hacia la tecnología tuvieron un escollo adicional. La afectación de los tratamientos no fue pareja según grupo etario, sector en donde se recibe la atención y dificultades económicas. Los más vulnerables habrían visto más afectados sus tratamientos, acrecentando las inequidades. Como tantas otras cosas, la pandemia tampoco afecta por igual a quienes tienen comprometida su salud mental.
Siete de cada diez profesionales que trabajan con personas internadas por temas de salud mental consideraron que las necesidades de atención de sus pacientes habían aumentado. Simultáneamente, una abrumadora mayoría de los profesionales (92%) opinó que los ingresos en las internaciones y las altas habían sufrido cambios, de manera asociada a la limitación de alternativas para la atención en la comunidad. El trabajo durante la internación también cambió: hay menos personal, el uso del espacio se modificó, se trabaja en algunos casos con menos pacientes aunque demandan más trabajo, se modificaron los permisos de salida y eso impacta en las posibilidades de dar altas, los pacientes no pueden recibir visitas y no ven a sus familias, se modificaron o suprimieron los abordajes grupales, y se volvió imposible recurrir al contacto corporal como forma de empatía o para acompañar a alguien que está sufriendo.
En el ámbito del apoyo para la inclusión en la comunidad los problemas han sido igualmente o aún más serios. El modo más habitual de actividad para facilitar la inserción social es, lógicamente, estando con otros. Pero, en estos tiempos, el trabajo grupal se volvió imposible, el apoyo de los compañeros de tratamiento es algo más restringido, y se perdieron rutinas que ayudaban a revertir un aislamiento que ahora pasó a ser forzoso. Los profesionales que trabajan con estos pacientes sumaron a estos desafíos una sobrecarga administrativa de la que muchos se quejan.
Las limitaciones de los servicios de salud en estos tiempos muchas veces generan sobrecargas para todos y, particularmente, para las familias. Gracias a la colaboración del Dr. Pedro Gargoloff y la Asociación de Ayuda a Familiares de personas que padecen Esquizofrenia (AAFE) pudimos ver que desde la pandemia 6 de cada 10 familiares habían visto incrementado su esfuerzo por ayudar a quienes tienen un padecimiento mental severo y que una mayor severidad del padecimiento del usuario hizo que ese porcentaje llegase al 80%.
También es importante señalar que por lo general los profesionales tendemos a pensar exclusivamente en los efectos negativos de la pandemia y la cuarentena. Dicha afectación es difícil de negar: 30% de quienes respondieron dijeron que sus necesidades de atención en salud mental habían aumentado, 28% dijo que sus relaciones de amistad habían empeorado, 22% dijo que sus relaciones familiares se habían modificado negativamente, 17% dijo que cuidaban peor de su salud desde la pandemia. Sin embargo, muchos usuarios tuvieron percepciones positivas sobre su situación: 29% dijo que sus relaciones familiares habían mejorado y 50% dijo que cuidaba de su salud mejor que antes. A eso debemos sumarle que 16% de quienes respondieron dijeron que su confianza en el profesional de la salud mental con quien se atendían había mejorado, y que el 85% de los pacientes dijo que había recibido la contención que necesitaba de sus profesionales de la salud mental.
La pandemia y las medidas de restricción para el contacto físico entre las personas han traído muchas pérdidas y desafíos. Pero también nos permiten una reflexión sobre el estado de la atención en salud mental que debemos encarar con seriedad y celeridad para no dejar rezagados a quienes más dificultades tenían y para quienes esta nueva normalidad de los tratamientos de salud mental los torna prácticamente inaccesibles o de escaso beneficio.
El autor es psicólogo clínico y coordinador del Equipo de Investigaciones de Proyecto Suma