Solas: las ingobernables que disfrutan de una vida plena sin compañía

Las sospechosas de siempre siguen demonizadas por muchas series que muestran a las mujeres sin parejas como dominadoras, villanas y déspotas. Sin embargo, son reivindicadas por las heroínas de los nuevos culebrones latinoamericanos que no necesitan un beso para levantarse del sueño. La soledad no es una falta, sino una elección o una oportunidad para bucear en su intimidad y escaparle a los prejuicios de género

En "Ingobernable" Kate del Castillo personifica a una ex primera dama que no puede ser manejada por el poder

No hacen zoom con tareas escolares. No preguntan qué serie ver. No miran las películas que no quieren mirar. No ruegan para que su marido no se levante hasta que terminen el trabajo. No se acuestan con quien no quieren despertarse todas las mañanas. No apagan el velador aunque quieran seguir leyendo porque están confinadas a la oscuridad de su cama. No dejan de comprar la etiquetadora de frasquitos o las pantuflas violetas porque es un gasto ridículo para las finanzas familiares porque la CEO es solo ella. No limpian más platos de los que ella come o de los que quiere cuidar. No mira a su novio como en una riña de gallos con el pico abierto y expectante para defenderse o dar pelea. No está rogando que llegue la hora de irse al super porque abajo del tapaboca se respira mejor que en una casa donde se corta el aire.

En una cuarentena XL muchas de las solas que son desdeñadas socialmente se entristecen, lamentan, angustian, alegran o la pasan lo mejor posible. Pero no hubieran cambiado su singularidad por un matrimonio o convivencia por rutina, rito, mandato o costumbre para resoplarse por la espalda, ceder en pequeños caprichos que alegran la vida sobre la hora de beber o la cantidad de tomar y tener sexo como una aspirina que hay que tomar algunas noches como quien pasa el jabón por la espalda.

Por supuesto, muchas personas solas hubieran querido tener con quien hablar, divertirse, apenarse, cocinar, leerse, disfrutarse y están solas -o sueltas como definió bellamente la revista chilena Paula- porque no encontraron pareja o no pudieron llegar a compartir más que un rato. Muchas extrañan una soledad que no es a tiempo completo, sino que tiene treguas de besos, cervezas y charlas. Y muchas apuestan a que la post pandemia traiga más encuentros que soledades astilladas en la cerradura de la puerta. Pero ser una mujer sola no es sinónimo de pasarla mal o de ser mala.

La comediante Vero Lorca lo muestra en un video con la música de Cindy Lauper y la canción de Las chicas solo quieren divertirse: una copa de vino, la autosatisfacción, el baile, la risa, la independencia, la comodidad, la armonía y el mundo íntimo forman parte de una soledad que no tiene porque idealizarse, pero que ya es hora de sacar del armario de la peste que permanece en el imaginario del machismo.

La comediante Vero Lorca muestra el lado A de la soledad femenina que no es la peste, ni la muerte para muchas mujeres

La soledad de mujeres, lesbianas y trans sigue demonizada por la idea de que quienes no tienen pareja son pobres, malas, infelices, frías o desgraciadas (y más que las otras que viven con ronquidos del otro lado de la cama). Aunque ya el mundo no da solo dos opciones binarias: casadas o solteras, solteronas o monjas, realizadas o frustradas, las miradas despectivas siguen señalando la soledad feminizada como un caldo de cultivo de resentidas y villanas.

“Ser mujer y estar sola es estar bajo sospecha”, dice, desde Colombia, Vanessa Rosales Atamar. Ella es escritora e historiadora y especialista en teoría de la moda desde una perspectiva feminista y describe: “La bruja, la solterona, la amazona, la hechicera, la mujer de ‘dudosa reputación’, todas ellas son figuras de carga simbólica que comparten una soledad característica vigilada con recelo. Adoctrinadas durante siglos a concebirse únicamente dentro de dos roles posibles –esposa y madre– las mujeres han sido históricamente exhortadas a creer que están hechas para el amor romántico, para la entrega, para el cuidado y para abdicar su propio sentido de gravedad en pos del reconocimiento de otros”.

“Que las mujeres tuviesen en el rótulo del matrimonio y en el ejercicio de ser madre las dos únicas aspiraciones tuvo también como consecuencia que tuviesen vidas enajenadas, diseñadas para invertirse en la domesticidad y en espacios compartidos. La soledad ha sido, de hecho, un lujo para las mujeres”, describió Rosales en “Sola-Mente”, un artículo para la revista La Malpensante Moda (de El Malpensante), de Colombia.

Ese lujo –la soledad- ahora es accesible para la cartera de las damas que no buscan, ni necesitan de la billetera de un caballero que las sostenga. A veces las mujeres necesitaron esconderse o aislarse para emerger. La cuarentena necesita salvar vidas y evitar muertes, no generar apologías. Pero sí encontrar oportunidades para poder revertir la opresión en un contexto de una pandemia, hasta que haya remedios o vacunas, irreversible.

Las solas integran un prontuario social con el dedo levantado por formar parte de las sospechosas de siempre. “En la soledad femenina tradicionalmente se sospecha un desvío. Como la consecuencia de un fracaso amoroso, como una circunstancia impuesta o desafortunada, como una condición indeseable, a veces incluso una fuente de conmiseración. Entre otras cosas, una mujer sola es una mujer sin supervisión, que puede vivir en sus propios términos, sin regulación. Si la libertad femenina es en sí una fuente de ansiedad social, la mujer sola genera aún más escozor. Es incómoda como ninguna”.

La idea del cuarto propio, de Virginia Woolf subraya que las mujeres necesitan un espacio de soledad para poder crear.

La idea del cuarto propio de Virginia Woolf (aunque no todas llegan a tenerla) está lejos de la idealización de la soledad o el confinamiento. Pero sí del poder que puede tener el período introspectivo para muchas mujeres que, en movimiento, terminan quietas. En esta mirada el cuarto propio es, también, un espacio psíquico sin intimidaciones. “Sin períodos de soledad recurrentes y extendidos, no hay posibilidad de cosechar obras creativas”, resplandece sobre la idea de aislamiento creativo la nota “Sola-mente”.

En la introspección y el alejamiento del ruido es que muchas mujeres pudieron encontrar la fuerza interior de su vocación o su deseo. Rosales describe a Siri Hustvedt necesitando generarse una isla, apartada de conversaciones de ocasión, para poder leer y escribir. También se interpela con preguntas que deja como una madeja que va desapareciendo para agrandar el tejido. ¿Se puede tejer sin esperar como la figura de Penélope que solo vive su soledad como una ausencia en la que tiene que encontrar como matar el aburrimiento y la falta de su complemento?

La escritora estadounidense Siri Hustvedt sostiene que las mujeres necesitan aislarse y generar una isla para poder tener un espacio de intimidad y creación. Jesús de Miguel / Tribuna Complutense

A veces una mujer sola se puede incomodar a sí misma, o, mejor dicho, puede desear estar en compañía. ¿Pero por qué incomoda su soledad a los demás? Los lazos entre mujeres, muchas veces, son como los tejidos, se hacen a lazos. “Mujeres: si queremos desmontar el patriarcado, empecemos por resignificar nuestra soledad”, escribió Margarita Rosa de Francisco en una columna en el diario colombiano El tiempo que se llama “Mujeres solas”.

Al texto de Margarita llegué por recomendación una recomendación en el Instagram de Jineth Bedoya Lima. Ella es una periodista colombiana que escuche en el encuentro de “Periodismo por la transformación”, de Oxfam, en Bogotá, en el 2018. Ella recibió un premio por la Libertad de Expresión de la Unesco. Y coordina la agrupación No es hora de callar.

Jineth fue violada después de ser engañada para hacer una nota a una cárcel. Es una sobreviviente de la violencia sexual. Ella escribió que, en cuarentena, extraña el run run de la redacción. Yo soy de esas que necesito aislarse de los comentarios machistas para poder escribir. No somos iguales, pero agradezco leer sus posteos mientras paso el dedo y los días. Y de ella voy a Margarita. ¿Estamos verdaderamente solas ahora que nos leemos?

Jineth Bedoya Lima

Al menos una cosa es la soledad y otra el ostracismo. Una es tejer sin otras manos y otra que el tejido nos lleve a hilvanar más puntos.

En mi adolescencia recuerdo correr del hospital a mi casa para llegar a ver la novela Café con aroma de mujer que protagonizaba Margarita. No podría hacer un análisis sesudo, no es el argumento sino la selva lo que me atrapa. Todas sabemos que los culebrones han domado a las mujeres para decir que lo que más importa es el amor. Pero lo que más me importaba eran las plantaciones de café, el tono con el que la llamaban “gaviotica”, los vallenatos que eran como un arrullo para despertar y los rulos rabiosos que no se le fueron.

La actriz Margarita Rosa de Francisco protagonizo novelas y ahora escribe contra los prejuicios a la soledad de las mujeres.

Mi ex musa de novela ahora recomienda el podcast de Vanessa Rosales mientras las agujas cruzan palabras y mujeres nuevas. Y escribe: “Puede ser que la soledad prolongada de un hombre o una mujer siempre sea sospechosa. Pero una mujer sola inspira lástima. No tiene quien valide su rol. Parece como si su soledad no pudiera provenir de una voluntad autónoma, sino de la decisión de otro, que la ha dejado y desdeñado. (Todavía algunos creen que un buen insulto es decirle a una mujer ‘vieja solterona’ o ‘por eso la dejó el marido’ o ‘le falta verga’)”. Y cualquier coincidencia con la realidad no es pura coincidencia.

“Es muy curioso que la soledad de la mujer suponga un mal, una abyección, y no un momento anhelado por ella. Además, a las mujeres se nos enseña a temerle a una soledad que solo alude a la dolorosa ausencia de hombre. Esta puede ser una de las razones por las que todavía elegimos soportar las agresiones de una pareja con tal de no formar parte del triste grupo de mujeres solas. Creemos que es preferible ser atacadas por quienes ‘nos aman’ que asumir el tiempo muerto que precede al júbilo de la liberación”, resalta Margarita Rosa de Francisco.

No es necesario ser apologista de la soledad. Ni, como se ha vuelto un cliché en estos días (tan cliché y mentiroso como el amor romántico clásico de novelas) “enamorarse de la cuarentena”. ¿Por qué enamorarse tiene que ser una forma de encierro o una adaptación sumisa a circunstancias extraordinarias de una medida no farmacológica para cuidar la salud personal y pública?

Margarita Rosales de Francisco

¿Por qué nos enamoraríamos del aislamiento en vez del encuentro? ¿Y por qué, en cambio, no podríamos ceder en pos del amor al prójimo, de la vida en comunidad y aprovechar, sin idealizar, el impulso a un mundo propio que siempre fue frenado e impulsado a socializar y amansar?

Podemos elegir el amor, en vez de padecerlo; deconstruir la opresión al enamoramiento en vez de volverlo una trampa para perder la vida, la salud, el tiempo o el dinero; disfrutar del espacio personal para reconocer lo que nunca nos han reconocido y no permitir más que “mujer sola” sea un sinónimo de pena, maldad, fracaso o resentimiento.

-¿Están solas?

-No, nos estamos acompañando

-Qué desperdicio

El diálogo se da en la pileta de un hotel de Copacabana en la serie Coisa más linda que acaba de estrenar su temporada 2 en Netflix. La actriz Allí Willow interpreta a la actriz francesa Isabelle Bresson. Malu, la protagonista de la serie, la invita a su club de bossa nova y la convence cuando le promete una noche “solo de chicas” para poder bailar tranquilas, con los pies descalzos, sin que los varones las molesten, invaliden su amistad como rivalidad, ni consideren su propio goce un desperdicio porque no es jadeado por los colmillos de la masculinidad al acecho.

La serie "Coisa más linda" que acaba de estrenar su segunda temporada valoriza la soledad y la amistad entre mujeres.

En la serie se ve el modo en que un femicidio es relatado como un crimen por amor en la justicia y en los diarios y como las periodistas arriesgaron su fuente laboral por cambiar el relato y la forma de nombrarlos. La realidad también se parece a la realidad –que no es una novela- y que nos hizo llorar a tantas en los baños de las redacciones cuando pelear por imponer la palabra femicidios nos dejaba a expensas de gritos y de poner en juego el pan y en el abismo de nuestra propia fragilidad. Para atacar la violencia. Pero, también, para defender el amor, de no macharse con la justificación del odio machista.

No puedo evitar amar los culebrones. Y peleo y escribo para evitar los femicidios. ¿Son dos mundos irreconciliables? Ya no, aunque quien sabe para quién que se nombre o qué sea feminista, porque no hay pureza, sino búsqueda en un movimiento de transformación y de miradas plurales. La soledad tampoco es una decisión estanca, sino una posibilidad modificable. Tan dinámica como el deseo.

En Ingobernable la actriz de culebrones mexicanos Kate del Castillo muestra a una ex primera dama que es acusada de un crimen pero que termina denunciando algo tan peligroso y patente en estos días como que ya no es ni siquiera la política –con todas sus oscuridades- la que gobierna, sino las corporaciones las que toman las decisiones por los gobiernos.

En "Ingobernable" Kate del Castillo corre al amor del centro y desnuda una trama política de corrupción, violación a los derechos humanos y violencia.

La ingobernable es ella. Pero también la democracia. En estos días Kate denuncia en su obra de teatro los femicidios de Ciudad Juárez. En Ingobernable hay amor, tal vez menos (incluso de lo que yo quisiera que me fascinan las palabras ardientes dichas entre chingadas y escapes del fuego para renacer en el fuego espalda contra espalda) pero hay una mujer rebelde, que es viuda, que se reconstruye, que sabe esconderse, resistir en la clandestinidad, va presa y descubre que el poder es una trampa contra la que no se puede luchar desde la intimidad del poder. Porque el poder ya no está donde se elige, sino desde donde se esconde.

Kate del Castillo

Así como el formato más clásico en formatear a las mujeres para aprender a amar como una manera de moldear la sumisión y el destino en pareja ahora se revela como ingobernable también las que son ingobernables sin pedir permiso muestran la soledad del confinamiento como una pintura en donde el color del encierro es el deseo.

“Hoy sería feliz ... hoy celebraría mi soledad ... si no estuviera llena de una sensación de miedo sobrecogedora ... Una oscuridad ... que me ha dado ganas de vivir más que nunca”, escribió el primer día de confinamiento la artista plástica Tracey Emin en Londres.

El aislamiento no es un fin, sino un puente hacía otra vida, una vida, muchas vidas, en las que la soledad ya no puede ser una forma de aislar a las mujeres en más prejuicios.

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