El empresario que ya golpeó la puerta de Mauricio Macri

El establishment argentino tuvo siempre tan buen olfato para los negocios como incompetencia para la lectura y las apuestas políticas. El impacto de la decisión de expropiar Vicentin y la figura de Cristina Kirchner

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El ex presidente Mauricio Macri
El ex presidente Mauricio Macri junto a su familia

“Reconozco que ya te extraño, Mauricio… Y mirá que te puteábamos, pero estos son inviables…”.

La frase sonó en la Quinta Los Abrojos hace escasos diez días. El ex Presidente solo respondió con una mueca que no llegó ni a sonrisa. En su interior sentía euforia. Una euforia reivindicativa no solo de sus últimos “ingratos” dos años, sino de casi toda una vida. Porque quien había ido a tocarle la puerta casi en tono de rendición amorosa, quien lo impulsaba a imaginar que su regreso triunfal no era una fantasía negadora, quien le había hecho sentir un orgasmo a su ego era, ni mas ni menos, que uno de los empresarios que más lo había destratado durante toda la vida. El mismísimo Paolo Rocca.

El establishment argentino tuvo siempre tan buen olfato para los negocios como incompetencia para la lectura y las apuestas políticas. Perdieron casi todas las elecciones desde la democracia hasta acá salvo dos excepciones. La reelección de Carlos Menem y la llegada de Mauricio Macri.

Paolo Rocca (Maximiliano Luna)
Paolo Rocca (Maximiliano Luna)

Con el arsenal de recursos a disposición de ese poder permanente —y a la vista de los resultados— AEA, UIA y las restantes siglas que lo representan deberían poner barbas en remojo y hacer una buena autocrítica antes de volver a apostar. Pero la cautela política, insólitamente, no está en su esencia.

“Los empresarios argentinos son los únicos que compran cara la soga con la que los van a colgar”, dice relajado Sergio Massa al escuchar que Rocca fue a mimar a Macri. Y recuerda que los peores balances de Techint fueron justamente durante el gobierno de Cambiemos.

El tema es que hay una realidad insoslayable. Guste o no, al actual gobierno de Alberto Fernandez les quedan tres años y medio de mandato. ¿Van a apostar a un banderazo nacional, a desestabilizar el mercado cambiario, a azuzar mediáticamente el fantasma de Venezuela cada vez que la coalición gobernante no cumpla con sus expectativas a rajatabla o van a sentarse a negociar, lo que inexorablemente equivale a ceder? ¿Entenderán los dueños de la Argentina que esta vez nos salvamos todos o no se salva nadie y que siempre se puede estar aún peor?

Volvamos entonces a dos o tres claves básicas. Primero, el reconocimiento de la derrota. El establishment apostó a destruir a Cristina Kirchner y ella les ganó en las urnas.

Duele, quizás sea hasta injusto, pero ganó. Es vicepresidenta, la mayor aportadora de votos de la coalición y una estratega del poder.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner (Presidencia)

No conformes con el resultado electoral volvieron a apostar. Esta vez a la grieta interna. Se convencieron de que Alberto Fernández y Cristina Kirchner terminarían peleados. Inventaron y fogonearon el albertismo antes de que el Presidente tuviera siquiera una victoria propia donde pararse (todos sabemos que en octubre no ganó solo). Soñaron con que el elegido que vivía en Puerto Madero entendería mejor las reglas de juego y terminaría siendo propio y ahora que el espejo les devolvió otra realidad (Impuesto a la riqueza y Vicentin de por medio) concluyeron en que Alberto Fernández es un títere de CFK.

Cada uno de estos razonamiento maniqueos fueron debidamente justificados en cada una de las instancias. Y todo ocurrió en menos de seis meses. Pero hoy el mundo no se divide en buenos y malos ni siquiera en los cuentos infantiles. Y es justamente la incapacidad de ver los matices lo que hace que el establishment, la clase empresaria, la burguesía nacional o como quieran llamarse, sea parte de los problemas y no de la solución en este momento tan aciago de la Argentina.

Teddy Karagozian, de TN Platex, cuenta que con Cristina Kirchner presidenta y después de varios encontronazos fuertes de la UIA con el Gobierno, un día propuso contratar un psicólogo que los ayudara a entender cómo tratar a una mujer con poder. “Si nos hubiéramos animado a hacerlo, quizás la historia hubiera sido otra. En el fondo la destratábamos”, reconoció años después.

El Gobierno comunicó horrible y ejecutó peor el rescate estatizador de Vicentin. Todavía se tiran culpas entre el equipo de la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra, y el de la senadora Anabel Fernandez Sagasti, por el yerro de la letra chica del decreto. Está claro que a alguien se le escapó la tortuga porque nadie recurrió a un experto en legislación societaria.

Hubo manifestaciones en todo el
Hubo manifestaciones en todo el país (Mario Sar)

Pero la decisión de que el Estado se haga cargo por una u otra vía (resolución del juez Fabián Silvano Lorenzini o ley del Congreso) de los destinos de Vicentin está tomada y no hay banderazo ni presión empresarial que la haga retroceder.

Si es un equívoco lo dirá el tiempo. O las urnas el año que viene. Pero nadie está llevando a Alberto Fernández de las narices (cualquiera que lo conozca personalmente sabe que esa imagen es antagónica con su esencia) y tampoco está en juego la propiedad privada en la Argentina.

Algo más. La coalición no tiene fisuras en esa decisión. Y el único que reculó en estos días con su postura inicial fue el gobernador de Santa Fe que no logro alinear a su propio gabinete y después de pedir por favor al Presidente que intervenga y de ser el primero en tuitear avalando la decisión oficial el lunes fatídico del anuncio, empezó a desandar su propio camino cual zorrinito apestoso.

La estrategia del Gobierno tiene un sentido. Lo único que quisieron evitar es que la multinacional Glencore se quedara con Vicentin. Esa es la real decisión geopolítica. Y Glencore venía tejiendo una estrategia de estrangulamiento financiero hacia la empresa santafesina desde hacía casi dos años. Es decir, desde mucho antes de que los Fernández llegaran al poder.

Es tal el convencimiento de que van a ir hasta el final en esta partida, que no piensan mandar el proyecto de moratoria impositiva al Congreso hasta que no se resuelva este tema. Solo sumando las acreencias de la AFIP el Estado se convierte en el mayor acreedor de Vicentin y puede sostener así su posición dominante.

El mundo empresarial tiene claro que las maniobras financieras de Sergio Nardelli son indefendibles. También saben que el juez Silvano no es ingenuo en su jugada: fue responsable de los primeros créditos que el Banco Nación le dio a Vicentin.

El presidente de la Corte Suprema de Santa Fe ya dio su visto bueno a la intervención estatal. Ergo las apelaciones terminarán posiblemente de manera exitosa para el gobierno. Ayer Fernández se lo dijo al juez con todas las letras: “O acepta la propuesta de Omar Perotti o expropiamos”.

El lunes el juez tiene que decidir sabiendo además que, según le hicieron saber algunos integrantes del gobierno, su trasero no está tan limpio en este asunto por más hijo de peluquera de pueblo que sea.

En el imaginario colectivo el gobierno de Mauricio Macri fue un intento de gobierno liberal o de derecha. Adam Smith seguramente se retorcería en la tumba de leer esta ultima frase, pero lo cierto es que esa apuesta a la libertad de mercado, a la apertura internacional a cualquier costo, y al capitalismo financiero perdió las elecciones en octubre.

El establishment tiene que empezar a tomar nota para poder analizar con mas certezas. Si estuvieran más permeables a caminar los pasillos del actual poder político con menos prejuicios, quizás podrían negociar antes y mejor.

Es el momento de tender puentes no de dinamitarlos. Hoy casi todos necesitan del Estado. Y el Estado hoy es peronista. Con sus contradicciones, con su historia, con sus personajes. El peronismo desde siempre -salvo en el menemismo- siempre los hizo ceder en algo, pero nunca los estranguló.

Además, nadie sabe hacia dónde va el mundo. Pero está claro que no va a volver a ser el mismo por bastante tiempo. Podemos quedarnos sentados esperando que los otros hagan y se equivoquen o ser parte de la solución.

Los errores del Gobierno y de la oposición saltan a la vista a lo largo de toda la historia Argentina. Aburre esa grieta. La pregunta para quienes apostaron a este país con trabajo, capital e iniciativa es: ¿van a irse todos a vivir a Punta del Este o radicarse en Asunción o van a intentar desde otro lugar, reconociendo las propias zonas erróneas, que tienen mucho para aportar siempre que no sea por imposición?

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