Siempre he creído que la característica más notable de Manuel Belgrano como prócer y como líder es la humildad. Quizá por esa cualidad me sentí atraído por su figura. Sin pretender exaltarlo de manera exagerada, cosa que él hubiera aborrecido, sí me interesa analizar su carrera con esa mirada. Lamentablemente para su imagen, Belgrano creó nuestra bandera. Y lo digo con respeto por el hecho que, siendo excepcional, facilita cierto simplismo al recordarlo. Belgrano, fue mucho más. Su papel en la Revolución de Mayo, su ¿fracasada? misión en Paraguay, su mandato del Ejército del Norte y su labor como patriota contribuyen a destacar el liderazgo que ejerció.
En su autobiografía dice: “Una junta –por la de Mayo-, de la que yo era vocal, sin saber cómo ni por dónde”. Cabe recordar, para entender el valor de esa frase, que el mismo Belgrano organizaba reuniones en su casa, y que estas fueron semilla de la Revolución de Mayo. También publicó varios escritos en el Diario de Comercio que buscaban “abrir los ojos de sus paisanos”, según sus palabras. Escritos que hablaban de la necesidad de separar el destino de la patria del de España. Sin embargo, cuando es nombrado vocal se sorprende, y se pregunta “cómo”. Cuánta falta nos hace a los dirigentes esa humildad, ese reconocer que uno no sabe y puede aprender. Buscar el consejo del experto no es señal de debilidad, sino de sabiduría. Es, además, el camino seguro al éxito. La soberbia genera ceguera, y en la oscuridad de la crisis, la dirigencia necesita, más que nunca, una visión clara y realista.
El 9 de marzo de 1811 Belgrano, que comandaba la campaña del Paraguay, es derrotado en la batalla de Tacuarí. Es preciso recordar que no contaba con ninguna preparación militar. Había estudiado leyes en la Universidad de Salamanca, en España. Tenía, entonces una preparación sobresaliente en leyes y economía. Sin embargo, aceptó primero la misión en Paraguay y luego la del el Alto Perú. Lo hizo con el convencimiento de que era para el bien de la patria, como le escribió, con humildad, a San Martín: “Entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda. En fin, mi amigo, espero en usted un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria y a sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían”.
El 26 de marzo de 1812 recibe el mando del Ejército del Norte. Dada la desesperante situación, el Triunvirato le ordena trasplantar el ejército a Córdoba. Pero él consideraba este retiro innecesario y hasta cobarde. Estaba convencido de que la superioridad de un ejército no se encuentra solo en el número sino en la moral y convicción de sus miembros. Por ello decide detener el ejército en Tucumán y, desde allí, enfrentar a la milicia realista que, al mando del General Tristán, lo perseguía desde Salta.
En vistas de la batalla de Tucumán, organizó una compañía de guías para realizar una carta topográfica de la zona. Esta tarea fue fundamental para la victoria. Consciente de su limitado conocimiento militar, sabía que debía obtener ventajas en otras variables: conocer el terreno y levantar la moral de las tropas. Una de las acciones de suma importancia fue el mejoramiento del hospital. El tratamiento de los heridos y la protección de sus dirigidos eran fundamentales, dado que el ejército venía de derrotas contra las fuerzas realistas, y se sabía falto de recursos para el retorno al frente de batalla. El tema de los recursos y el armamento también ocupó, como es de esperar, un espacio importante en la agenda de Belgrano. Ante la falta de armamento, ordenó fabricar lanzas hechas con cañas y cuchillos de los mismos miembros del ejército y que serían provistas a todos los soldados. Finalmente, dedicó tiempo a la administración de la tropa creando las oficinas de provisión, reglamentando su contabilidad y ordenando el correcto aprovisionamiento de todas las áreas. Todo un manual de liderazgo, para reconocer lo que falta, buscar el consejo de los que saben más que uno, reducir incertidumbres, plantear estrategia clara para el objetivo buscado y motivar al equipo para alcanzarlo.
El ejército realista era de 4000 hombres; el de Belgrano era la mitad y estaba mal armado. Solo diré aquí que es el de Tucumán uno de los combates más difíciles de describirse. Una vez más convicción, pero también humildad y serenidad para enfrentar la crisis fue la combinación que lo llevó a la victoria del 25 de septiembre de 1812. Belgrano entró en la ciudad triunfante y, reconociendo el carácter decisivo de la batalla y la influencia de la Providencia en su resolución, nombró a la Virgen de la Merced Generala del Ejército del Norte y le entregó su bastón de mando.
A pesar de recibir la orden del Triunvirato de retirarse, él actuaba según le dictaba su conciencia y por eso mantuvo el ejército en el Norte, reabasteciéndolo para perseguir a Tristán hasta empujarlo fuera de territorio argentino. Objetivo que alcanzó el 20 de febrero del siguiente año al derrotarlo en la batalla de Salta. Estas dos, las de Tucumán y Salta, son las únicas batallas campales desarrolladas en territorio argentino, ambas ganadas por Manuel Belgrano.
Entre los honores que recibió del Segundo Triunvirato está el de grado de Capitán General. Belgrano renunció al mismo con una carta en la que se lee: “Sirvo a la patria sin otro objeto que verla constituida, y éste es el premio a que aspiro. (…) Para el bien de la patria, ni para el buen servicio mío, hallo conveniente el honorífico título de Capitán General, y no veo en él sino más trabas para el trato social, mayores gastos y un aparato que nada importa sino para la vista del vulgar, por cuyas razones V.E. me permitirá, haciéndome una gracia que no lo use, contentándome únicamente con las facultades que me revisten por el cargo que ejerzo. (…) Expuse que no era conveniente para la patria, porque es para aumentársele gastos con el sostén de una escolta que a nada conduce, pues el que procede bien, nada de eso necesita, ni tampoco para mi buen servicio, porque es una representación que me privaría de andar con la llaneza que acostumbro y me aumentará también gastos que no es posible soportar”. No solo renunciaba a títulos, sino que donó a escuelas públicas de primeras letras el dinero otorgado como premio por ambas batallas.
Humildad, convicción, sacrificio, austeridad y solidaridad. Valores de un prócer que debería ser considerado mucho más que el creador de la bandera. Belgrano resume las cualidades que han dado ejemplo a un pueblo que buscaba establecerse, a una sociedad que clamaba por esas figuras ejemplares que le indicaran el camino a seguir. También para recordarnos la manera de recorrer ese camino dijo: “Nuestros patriotas están revestidos de pasiones, y en particular, la de la venganza; es preciso contenerla y pedir a Dios que la destierre, porque de no, esto es de nunca acabar y jamás veremos la tranquilidad”. En estos tiempos de crisis, donde la soberbia puede invadir las decisiones, donde la agenda muchas veces es fijada más por la sed de venganza que por la búsqueda de soluciones comunes que anhelen la paz y tranquilidad de los argentinos, es bueno recordar las otras dimensiones que tuvo el creador de nuestra bandera.
El autor es senador nacional