A 80 años de la entrada del Tercer Reich en Francia: las memorias del embajador argentino durante la caída de París

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Una postal del 23 de junio de 1940, con la Segunda Guerra Mundial vigente. Adolf Hitler y la Torre Eiffel a sus espaldas (Shutterstock)
Una postal del 23 de junio de 1940, con la Segunda Guerra Mundial vigente. Adolf Hitler y la Torre Eiffel a sus espaldas (Shutterstock)

París ha caído”, tituló el New York World Telegram. Un día como hoy, hace ochenta años, la capital francesa caía ante las tropas de la Alemania Nazi. Los franceses habían optado por no luchar en su capital y habían huido hacia el sur.

Un corresponsal describió que una París semi-vacía aguardó la llegada de las tropas alemanas aquel 14 de junio de 1940. Apenas unos pocos agentes policiales se dejaron ver en sus calles. Tanques, camiones armados y unidades anti-tanques desfilaron por los Campos Eliseos aquella jornada ante la mirada silenciosa de los pocos franceses que quedaban en la capital mientras las estaciones de radios fueron tomadas de inmediato.

El embajador argentino en Francia era Miguel Angel Cárcano, quien con anterioridad se había desempeñado como diputado nacional por Córdoba y como ministro de Agricultura del presidente Agustín P. Justo. En su obra Victoria sin alas: París-Burdeos-Vichy (1949), Cárcano relató que semanas antes su colega norteamericano, William C. Bullit Jr., quien había sido el primer embajador de los Estados Unidos ante la Unión Soviética en 1933, le había confesado que “Roosevelt vio venir la catástrofe. Hace un año pidió a una gran fábrica de aviones que ampliara sus talleres porque la guerra era un hecho y la producción bélica insuficiente (...) solamente producimos anualmente diez mil aviones”. El norteamericano le pintó un panorama aterrador: “La situación es de una gravedad inusitada. Francia sola, frente a Alemania, no resistirá hasta el próximo invierno”. Solo un elemento aportó algo de tranquilidad en los oídos de Cárcano cuando Bullit le aseguró que el presidente Roosevelt estaba decidido a abandonar la neutralidad y que los Estados Unidos ingresarían a la contienda, algo que recién ocurriría un año y medio más tarde.

Cárcano recuerda que en la mañana del 16 de mayo uno de sus funcionarios había vuelto alarmado del Quai d´Orsay donde el jefe de protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores le había aconsejado quemar los archivos secretos de la Embajada. “Los alemanes marchan sobre París”, repetían las voces. Días más tarde, Cárcano envió a su familia a Biarritz.

La desesperación de los franceses aumentaba hora a hora. El 18 de mayo, un asesor técnico del Ministerio del Aire se presentó en la Embajada de la República Argentina. Así lo recordó Cárcano: “Viene a pedirme informes, en nombre de su gobierno, sobre la predisposición de una firma argentina para construir aviones en la fábrica de Córdoba. Me sonrío de la credulidad del gobierno francés. En Córdoba no estamos todavía en condiciones de fabricar un solo aparato capaz de luchar esta guerra. Si Francia cuenta con esa clase de recursos para aumentar su poder en el aire, ya está vencida...”.

Al llegar el 25 de mayo, Cárcano se vio obligado a suspender la clásica recepción en la Embajada. Los alemanes seguían avanzando sobre Francia, dirigiéndose hacia París. Tres días más tarde una ola de rumores invadió la ciudad. En horas los murmullos se hicieron realidad: Bélgica había capitulado. El 9 de junio, el gobierno abandonó la capital, rumbo a Tours. Al día siguiente, Noruega se rindió ante Alemania y el rey Haakon VII huyó a Londres, junto con su gabinete con quienes instaló un gobierno en el exilio mientras en Oslo se instalaría el régimen colaboracionista de Quisling. Ese mismo día, Benito Mussolini anunciaba desde el Palacio de Venecia que Italia le declaraba la guerra a Francia y al Reino Unido, mientras que el general Erwin Rommel llegaba con su Séptima División Panzer a Le Havre.

Al día siguiente, la Cancillería francesa emitió una nota circular que indicaba que “de acuerdo con los deseos del cuerpo diplomático de abandonar París, expresados por medio del Nuncio, el gobierno francés no halla inconveniente en que la salida la realice el embajador cuando él quiera”. Cárcano recuerda que la comunicación le produjo “indignación” y que de inmediato se dirigió al viceministro Baudoin: “Acabo de recibir del Protocolo esta nota impertinente. Usted bien sabe que los embajadores no necesitan autorización del Gobierno francés para trasladarse a donde les plazca”. El embajador argentino le explicó que “estamos acreditados ante el Presidente de la República y corresponde a nuestro deber no dejar esta ciudad un momento antes que él, porque podría interpretarse con suspicacia; ni un instante después porque podría tener consecuencias irreparables”. Horas más tarde, Cárcano recibió un llamado de Mandel, ministro del Interior: “Monsieur l´ambassadeur, estimo prudente que hoy, antes de la noche, salga de París”. Los alemanes estaban a las puertas de París.

Para entonces dos millones de parisinos habían dejado la ciudad. El día 12 el New York Herald Tribune tituló: “Los alemanes en el Marne. Barricadas en París”. El colapso de la Línea Maginot y la entrada de las tropas germanas en la capital francesa provocó la celebración de los alemanes el día 14. Hitler ordenó que las banderas nazis flamearan en toda Alemania en los tres días siguientes. Las multitudes cantaban Deutschland über alles (Alemania, por encima de todo).

Cárcano anotó el día 16: “El gobierno ha perdido el control de los sucesos (...) la palabra del gobierno no tiene valor. La población sabe que Francia ya no combate y que mañana el enemigo puede estar en los Pirineos”. El mariscal Phillipe Petain sustituyó a Paul Reynaud como primer ministro aquella jornada. El héroe de Verdún tenía entonces 84 años. Al día siguiente buscó negociar la paz con Hitler. El armisticio fue firmado el día 22 y una semana más tarde instaló su gobierno en Vichy.

En tanto, Winston Churchill pronunció su legendario discurso ante el Parlamento británico en el que aseguró que “sin importar lo que suceda en Francia o con el gobierno francés o con otro gobierno francés, nosotros en esta isla y en el Imperio Británico nunca perderemos nuestro sentido de camaradería con el pueblo francés. Lo que el general Weygand ha llamado la Batalla de Francia ha terminado, pero la Batalla de Gran Bretaña recién está por comenzar. Una batalla de la que dependerá la supervivencia de la civilización cristiana...”.

Ese mismo día, el general Charles de Gaulle hizo su histórico pronunciamiento: "¡Francia no está sola! Tiene un vasto imperio tras ella. Puede unirse al Imperio Británico que controla los mares y prosigue la guerra. Y, como hace Gran Bretaña, puede utilizar la gran potencia industrial de los Estados Unidos".

París fue liberada cuatro años más tarde. Miguel Angel Cárcano culminó sus funciones como embajador en Francia dos años más tarde, cuando fue destinado como representante argentino en Londres. En 1961, Cárcano fue nombrado canciller por el presidente Arturo Frondizi. Murió en 1978, a los 89 años.

El autor es especialista en Relaciones Internacionales y sirvió como embajador argentino en Israel y Costa Rica

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