“Un país al margen de la ley” fue, desde su concepción, un libro muy especial dentro de la obra del filósofo y abogado Carlos Nino. Al momento de escribirlo (1992), Nino se mostraba desencantado con los modos en que había evolucionado la vida política del país, luego de los primeros años de entusiasmo democrático.
Lamentablemente, los problemas reiteradamente circulares de nuestro nación nos hacen chocar, una y otra vez con la misma piedra. Las instituciones contenidas en nuestra Constitución deben ser sagradas, inviolables para todos y todas. Sin importar el color político del gobierno de turno.
Si pretendemos un país en el cual las inversiones nacionales o extranjeras sean bienvenidas (las vamos a necesitar, como el campo a la lluvia), debemos hacer de la “seguridad jurídica” nuestro santo grial.
La realidad de la economía que se avecina, cual tormenta perfecta, va a dejar serios estragos ni bien la pandemia se retire, como todos deseamos, para siempre.
¿Quién puede tener la intención de invertir o emprender un negocio en nuestro país, si existe la más mínima chance de que en un tiempo aunque sea lejano, su empresa pueda ser intervenida y expropiada?
La anomia boba que padecemos colectivamente tiene dos características: por un lado, la inobservancia normativa generalizada; y por otro, la ignorancia de los fines que persiguen las normas
El subdesarrollo de nuestra nación se sostiene en causas de origen económico, político y cultural. Tenemos como conjunto social un rechazo a las normas. No por nada, como sociedad hacemos gala de ese viejo dicho: “hecha la ley hecha la trampa”. Tan argentino como el mate, el tango y el dulce de leche.
Ese comportamiento se traduce en un proceder, como conjunto social, torpe, o “bobo”. Nino nos definió excelentemente bien al hablar del padecimiento de una anomía boba. Es que respetar las instituciones nos hace mejores como sociedad, y como país. Aptos para tenerar riquezas, empleos y terminar de una buena vez por todas con esa fábrica de pobres en que nos hemos convertido desde los años 30 en adelante.
Crease o no llevamos largos noventa años de padecimientos cíclicos que nos llevaron a descender desde ser uno de los mejores proyectos de país del mundo a un país en vías de desarrollo (un país en vías de desarrollo, es aquel cuya economía se encuentran en desarrollo económico partiendo de un estado de subdesarrollo o de una economía de transición).
No por nada Argentina es el único país qué pasó de “desarrollado” a estar en “vías de desarrollo”. Este descenso solo se puede explicar desde la conjunción de padecimientos institucionales que terminaron con una deplorable dictadura militar. Luego, desde la reinstauración de la vida democrática hemos tenido sucesivamente un conjunto de desatinos y malas políticas públicas, que nos convirtieron hoy en un país con más pobres, década tras década.
Con el grave escenario económico que se avecina “post pandemia” (sea cuando sea que el encierro de la mayoría de la población deje paso a la reinstauración de la “nueva normalidad" -término que de por sí me resulta aberrante-), no va a ser posible estructurar una economía prospera sin reglas de juego claras y respetuosas de todas las instituciones (y la propiedad privada es una de ellas).
Las prácticas toleradas por décadas de comportamientos corruptos y favoritismos, así como la representación de políticas que quizá no en sus intenciones, pero sí en sus resultados, generan mayor cantidad de pobres año tras año, nos encaminaron a la decadencia actual. Esta no es producto de uno, dos o la cantidad de administraciones que se quiera involucrar. Es consecuencia de una cultura “nacional” que tolera y convive con lo que debería rechazar.
Nuestro estado inflamado está gravemente enfermo. La economía colapsó. Los efectos devastadores de todo esto los comenzaremos a ver en breve, con cientos de miles de puestos de trabajos perdidos, una emisión monetaria (hoy necesaria) sin respaldo alguno, y un espiral inflacionario solo sostenido por el encierro del 75% de la población. Pese a todo esto, nos damos el lujo de cambiar el foco de atención y discutir si la empresa Vicentin debe ser expropiada o no. A la vez que se expone en este inverosímil asunto, y en forma personal, a nuestro presidente. De locos por donde se lo mire.
Pero esto no es la culpa de “algunos” pocos. Todos somos culpables, porque no hemos sabido construir las bases para una nación solida, respetuosa de la ley. Donde la seguridad jurídica sea un baluarte inquebrantable, a partir del cual podamos construir la riqueza necesaria para que los más necesitados suban la empinada escalera del ascenso social, lo cual hoy pasó a ser un estrecho embudo que solo muy pocos logran atravesar.
Lamentable por donde lo miremos, todos, como conjunto social somos responsables de este fracaso. Algunos tendrán mayor responsabilidad y otras menos. Pero todos los argentinos hemos construido la cultura nacional que tenemos hoy: una cultura colectivamente torpe, tolerante de conductas impropias de una nación digna.
Las proyecciones del Banco Mundial calculan que el producto de la Argentina se desmoronará al 7,3% este año, alineado con el 7,2% que perderá la región y por encima del 5,2% de la economía mundial. América Latina será la región con el derrumbe más severo, el mayor en los últimos veinte años.
Como dijo hace tiempo Tolstoi: “Todos quieren cambiar el mundo. Pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.