La flexibilización del aislamiento social en la zona del AMBA está en una encrucijada

La discusión pública reconoce posiciones extremas opuestas sobre la efectividad y razonabilidad de la cuarentena utilizada para combatir el COVID-19

Una empleada de una tienda de ropa infantil coloca productos tras su reapertura durante el brote de la enfermedad del nuevo coronavirus (Reuters)

A esta altura parece más constructivo mirar al futuro con la información (e incertidumbre) disponible, aceptando (o concediendo) que –con la información y restricciones en el punto de partida– fue razonable decretar la cuarentena en todo el país para evitar que la pandemia hiciera estragos en la salud de la población, intentando así ganar tiempo para preparar el sistema de salud para el pico de casos y asegurar la capacidad de medición que permitiera eventualmente avanzar hacia un aislamiento social más flexible, focalizado y relevante, con un costo económico menor.

La pregunta más acuciante, en tal caso, es prospectiva: ¿qué conviene hacer ahora?

Dado el desconocimiento científico que aún existe sobre el comportamiento de este virus, incluyendo no sólo la efectividad de distintas medidas precautorias para evitar su propagación, su estacionalidad, la adquisición de inmunidad, la efectividad de tratamientos alternativos y la distancia hasta disponer una cura efectiva, sino también las reacciones espontáneas de la gente frente a un mayor riesgo de contagio, a la información disponible y/o a las apelaciones u órdenes desde el Estado, las decisiones de política sanitaria deben tomarse anticipando la posibilidad de contener aciertos y errores, avances y retrocesos.

Aunque un análisis completo escapa el alcance de esta nota (y de este autor), parece claro que la decisión de flexibilizar depende de manera fundamental de la velocidad en que se propaga la enfermedad, la demanda del sistema de salud que la misma implicará y la capacidad de dicho sistema para atender tal demanda apropiadamente.

Mientras el contagio avanza en una etapa ascendente de la pandemia, la síntesis de estas variables se refleja en el tiempo estimado que insumirá alcanzar la capacidad máxima del sistema de salud. La lógica más fundamental indica que a medida que dicha distancia es menor, el riesgo de que aparezcan shocks que aceleren el “punto de choque” aconseja reforzar el distanciamiento y/o aislamiento social, pese al mayor costo que ello implica en términos del funcionamiento de la economía, empleo presente y futuro, libertades individuales, etc.

Antes de avanzar con la conclusión lógica de “pisar el freno cuando nos acercamos a la pared”, primero conviene ver que tan lejos está “la pared”

Antes de avanzar con la conclusión lógica de “pisar el freno cuando nos acercamos a la pared”, primero conviene ver que tan lejos está “la pared”: en el cuadro se presentan –para el total país, CABA, GBA y AMBA– dos estimaciones posibles de la distancia (en días) hasta agotar la capacidad de atención en Unidades de Cuidado Intensivo (UCI), según (1) la evolución del número de contagios detectados (un dato que sintetiza de manera relativamente temprana la progresión de la enfermedad pero que está afectado por cambios en disponibilidad, criterio y proactividad de los tests PCR realizados) y (2) la evolución del número de fallecidos por COVID-19 (una medida en principio más certera pero con mayor rezago).

Fuente: Indicadores de Coyuntura FIEL

Los resultados obtenidos, con la información (parcial) disponible y los supuestos adoptados no son muy alentadores: considerando el AMBA en su conjunto, hay entre 38 y 65 días hasta que la demanda de UCI de pacientes críticos de Covid-19 agote la capacidad del sistema. (El país en su conjunto luce mucho mejor, pero la utilización de este indicador supondría la posibilidad de trasladar pacientes y/o UCI a lo largo y ancho del país, algo irreal.) Peor aún, teniendo en cuenta que los datos de contagios y fallecimientos muestran la situación epidemiológica de cada momento con distinto rezago, la ventana de tiempo disponible se acorta hasta un rango variable de entre 4 y 6 semanas hasta entrar en “zona de colisión inminente”, cuando ya no es posible evitar mayores contagios producidos pero todavía no detectados.

La ventana de tiempo disponible se acorta hasta un rango variable de entre 4 y 6 semanas hasta entrar en “zona de colisión inminente

Se trata de una estimación relativamente mecánica: con supuestos más optimistas (menor duración de la internación promedio en UCI, menor porcentaje de los contagios que requerirán atención crítica -una variable en franca caída durante las últimas 6 semanas–, mejor efectividad de los tratamientos, etc.), y/o con un comportamiento más cuidadoso de la población frente a un agravamiento de la situación, no debería esperarse un colapso del sistema en julio, pero es claro que a medida que pasa el tiempo las buenas noticias (o los sesgos pesimistas en la estimación) seguramente se agoten, sumando stress al sistema.

Estrategias a futuro

En tal sentido, mirando al futuro, hay dos estrategias alternativas para el AMBA: 1) seguir aislados intentando que no crezcan los contagios, anticipando que en tal caso es muy probable que éstos sigan creciendo hasta chocar con la capacidad sanitaria de atención crítica; o 2) intentar un método sustancialmente más flexible y focalizado (sintéticamente, donde no se requiera permiso para transitar ni trabajar, y al mismo tiempo se controlen, limiten y cuiden centralmente los focos de mayor contagio y las personas con mayor riesgo de salud frente a los mismos, concentrando allí la asistencia del Estado).

El Presidente y los gobernadores de la Provincia y Ciudad de Buenos Aires monitorean el día a día del COVID-19, para decidir avances y retrocesos del ASPO

Según la opinión general (de economistas y no economistas), la primera alternativa es insostenible desde muchos ángulos (económico, social, psicológico, político, etc.). La segunda estrategia, por otro lado, puede demostrar resultados positivos (si la demanda de Unidades de Cuidado Intensivo se desacelera) o negativos (si ocurre lo contrario).

Según la opinión general (de economistas y no economistas), seguir aislados es insostenible desde muchos ángulos (económico, social, psicológico, político, etc.). y una flexibilidad mayor y focalizada puede demostrar resultados positivos (si la demanda de Unidades de Cuidado Intensivo se desacelera) o negativos (si ocurre lo contrario)

Sin embargo, y este es el punto fundamental de esta nota (que pone bajo la lupa la conclusión lógica de “pisar el freno cuando nos acercamos a la pared”), en este último caso el costo social de una eventual flexibilización y focalización será mucho menor si –en caso de que sea necesario– hay tiempo y espacio para retornar a un mayor aislamiento social más estricto, esto es, si tal decisión se toma antes de que el 40% o 50% de las UCI disponibles para el tratamiento de Covid-19 estén ocupadas en el AMBA (partiendo del 10% actual). Así, las verdaderas opciones son “no innovar” (mantener un aislamiento social estricto) o “flexibilizar y focalizar cuanto antes”.

Clavar el freno muy temprano, o mantenerlo pisado mientras igualmente se acerca la pared y se acaban las opciones de giro, no es lo mejor. No perdamos la oportunidad de intentar una estrategia más flexible y focalizada, que sea económica y socialmente sostenible, mientras tengamos tiempo para tomar tal decisión sin provocar una crisis de salud irreparable en caso de que falle. En poco tiempo podemos no animemos a hacerlo.

El autor es Economista Jefe de FIEL. Esta nota actualiza y resume otra publicada en Indicadores de Coyuntura 620, FIEL, junio 2020

Seguí leyendo: