Alberto Fernández, entre ollas y cacerolas

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El presidente Alberto Fernández (Foto: Franco Fafasuli)
El presidente Alberto Fernández (Foto: Franco Fafasuli)

Alberto Fernández no se va a pelear con Cristina Kirchner. Lo dijo el mismísimo Presidente una y otra vez. Lo asisten varias y poderosas razones. Está obligado a mantener un frágil equilibrio al interior de la fuerza que representa en la que conviven, bajo creciente tensión, modos e ideologías que se contraponen, pero además tiene bien presente quién lo ungió para disputar el cargo que hoy detenta.

Con el país repartido entre “aislados” y “distanciados”, el Presidente pretendió entrar en modo post pandemia. Se sacó por un rato el traje de sanitarista para mostrarse gestionando política pero se le complicó. Solo logró acelerar los tiempos de una inexorable dificultad: la de compatibilizar las irreconciliables diferencias con las que cohabita en el poder.

Ya pasó varias veces: Alberto Fernández baja señales de moderación, pone en acto un clima de consensos y cuatro días después, como ganado por un espíritu maléfico, muta hacia el polo opuesto y activa la confrontación.

Esta semana volvió a ocurrir. A poco de una celebrada reunión con empresarios, en la que no solo los escuchó y les prometió una reforma impositiva exhortándolos a comprometerse de manera decidida en la reconstrucción, y a horas de que dejara trascender la buena sintonía que cultiva con Roberto Lavagna, irrumpió en las pantallas anunciando la intervención y expropiación de Vicentin. A su lado, marcando la cancha, la impulsora de proyecto, la senadora Anabel Fernández Sagasti de indiscutible ADN cristinista.

El ruido de las cacerolas no se hizo esperar. El déjà vu de la 125 tomó cuerpo en las atribuladas calles de la localidad santafesina de Avellaneda.

La gente revivió el clima del fatídico otoño del 2008, cuando los piquetes en las rutas cortaron el paso las retenciones móviles liberando la cara más agresiva del kirchnerismo.

El conflicto con el campo marcó el inició un tiempo de brutal confrontación que dividió sin retorno al país. 12 años después, con los mismos actores en escena pero en diferentes roles, el recuerdo de esos días extremos se gatilló para todos y todas.

Puede que Alberto Fernández haya perdido el sueño recordando la madrugada del voto no positivo y la mañana posterior en la que, siendo Jefe de Gabinete, le tocó abortar el arrebatado intento de Néstor Kirchner de hacer renunciar a su legítima esposa a la Presidencia de la Nación.

Él más que nadie tiene en claro que esa jornada marcó un punto de inflexión y el principio del fin de su gestión en el primer gobierno de CFK.

La reacción frente al dislate presidencial del pasado lunes escaló con más rapidez que el virus de la pandemia. Una curva de crecientes tensiones políticas que no se encuentra forma de aplanar.

Mientras medio país se ve obligado a comer de las “ollas populares” que improvisa el Estado para asistir a los sectores que la cuarentena va dejando fuera de juego, en los balcones urbanos suenan las cacerolas. Muy mal momento para dar tan contundente y contradictoria señal.

El proclamado intento albertista de entenderse con los sectores que producen, construir vínculos regulares con la oposición y gestionar sobre la base de consensos no hizo más que acelerar los tiempos de una inevitable confrontación entre las tensiones que animan en la fuerza política que le da sustento y reavivar la sospecha de que no es Alberto Fernández, quien a la hora de este tipo de decisiones tiene la última palabra.

El documento emitido por La Cámpora titulado “Camino a la soberanía alimentaria” no hace más que convalidar quién está detrás de la iniciativa. Los argumentos, definiciones y expresiones del paper, los mismos que utilizó el Presidente en la malhadada presentación, no suelen estar en el catecismo de quien está al frente del Ejecutivo. Algo demasiado impostado para un hombre que se define a sí mismo como de extracción capitalista.

“Ahí van a tener oportunidad de compararnos con Venezuela, con el infierno”, chicaneó el jefe de Estado en la presentación, fustigando a los opositores en el mismísimo momento del anuncio. Una acotación precipitada que lo obligó a seguir aclarando que la inspiradora de la movida no fue impulsada por el mentoreo de su vice.

Para Alberto Fernández fue una semana maldita. La movida lo hizo retroceder varios casilleros en la consideración popular. Los mercados aplicaron rápidamente rigor en un momento estratégico para la renegociación de la deuda y los intentos de escapar de la agenda pandémica se estrellaron contra el empinamiento de la fatídica curva.

No parece haber clima para volver a una “cuarentena extrema”. Las suspicacias acerca de cómo se toman las decisiones y se gestiona el poder que disparó el anunció sobre el destino de Vicentin contaminó el bien ganado respeto que acumuló el Presidente en las primeras semanas de la pandemia e impregna también con suspicacias la administración de la batalla contra el virus.

Los caminos a recorrer para gestionar la economía y la política están minados y son infinitamente más peligrosos para la figura presidencial que la administración de la curva de la pandemia.

“Se acabó la solidaridad entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires”, declaró Sergio Berni, sumando densidad y volumen a un enfrentamiento en el que la razones sanitarias encuentran combustible en alineamientos políticos.

El ministro de Seguridad bonaerense edita a diario su propio reality. Pero mucho más allá de la espectacularidad de las puestas y locaciones, en las que delinea su excluyente protagonismo, el curso de sus declaraciones profundiza las diferencias políticas y resulta funcional a los objetivos del Patria.

Con la misma soltura con la que se exhibió un operativo antinarco portando una pistola Bersa Thunder PRO empotrada en un kit que la convierte en una suerte de arma larga, se dedicó a limar al Jefe de Gobierno porteño al que acusa de tibio al evaluar su colaboración con el control de la circulación. Para Berni, en este momento no hay término medio: o se está de un lado o del otro. Las cosas son para él el blanco o negro.

Ya sobre el fin de semana y tras monitorear de manera personal el desembarco de una garita móvil, la emprendió contra el mismísimo gobierno nacional.

“Estamos solos”, dijo Berni asegurando que el gobierno nacional no sólo no colabora en la pelea contra la inseguridad sino que no gira las recursos necesarios. “No estoy caliente, estoy resignado”, reforzó aportando dramatismo. Una vez más, el ministro que es médico y militar le apunta desafiante al mismísimo Presidente.

Si la esmerada gestión mediática de Berni se ejerce de manera personal o por cuenta y orden de terceros está por verse. En cualquier caso hace pie y juega sus fichas en el territorio que es bastión electoral de CFK y en el que apuestan su futuro los herederos políticos de la ex Presidente.

Políticamente tan incorrecto como incorregible, Berni lo dijo con todas las letras: “En nuestro espacio político quien conduce en Cristina Kirchner y cuando dice vamos para allá, a nadie se le ocurriría ir para otro lado”.

CFK cursó la semana produciendo su road movie. Convertida en una suerte de videasta de su autobiografía, no necesitó mostrarse por los lugares en lo que estaban pasando tantas cosas que se le atribuyen. Tiene quien la representa bien.

A la ex Presidente los tiempos la apremian. La elección de medio término no está tan lejos y los ánimos de la gente son volátiles en cuarentena. Reconfigurar el frente judicial que la afecta junto a sus hijos es su tarea más urgente.

En la mesa chica de las grandes decisiones se sienta Máximo. Mano a mano con el Presidente, el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero y el ministro del Interior, Wado de Pedro, que suele administrar lo equilibrios se ocupan de las urgencias de la hora.

Los que están cerca de esta escena aseguran que lejos está Cristina Kirchner de querer aparecer con cuerpo y alma en las escena del poder. Ella es percibida como una constructora de políticas a la que le gusta generar escenarios extremos. Para los que tienen esta interpretación del juego de roles, Alberto Fernández es lo que siempre fue, un “exitoso e infatigable operador”. Un ejecutor de políticas diseñadas por quien ejerce el liderazgo.

Luego de idas, venidas y reuniones varias, el viernes encuentra al Presidente regresando a su posición del pasado lunes.

“La expropiación es la herramienta para poder rescatar la empresa, no hay otro modo", concluyó el Jefe de Estado luego de calificar como “inaceptable” la oferta “superadora” que le llevó el CEO de Vicentin, Sergio Nardelli, a la mesa de conversación.

Lejos quedaron las urgentes gestiones del gobernador Omar Perotti por revertir la historia. Todo parece indicar que aunque las reuniones continúan, al menos sobre este tema, queda poco por conversar.

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