La pandemia puede redefinir nuestra democracia. Las tensiones previas y las que vendrán impactan en cada una de nuestras instituciones y actores principales. Y en esta reinvención nacional el periodismo será un actor positivo si adhiere con firmeza a sus mejores estándares profesionales.
Para ello hay que entender el poder del periodismo, no negarlo. Es una profesión poderosa que tiene una enorme capacidad de servicio. Pero mal usada puede ser un pasivo para la comunidad. Ya decía Albert Camus que ”contar mal las cosas es aumentar las desgracias del mundo”.
Dentro de lo que se llama periodismo profesional hay muchos que no lo son. Están en otro juego. Usan el periodismo para otros objetivos. Pero la percepción de la población los pone a todos en la misma bolsa, y eso perjudica a los profesionales. No es lo mismo un panelista que opina sin control de lo que se acaba de enterar y juega a la volea con cualquier tema, que un periodista que talla una planilla excel todas las madrugadas para ir construyendo una nota que publicará en varias semanas; y no podemos comparar un comentarista militante que solo cuestiona a un lado de la grieta y es incapaz de analizar un dato por fuera de su baldosa política, con un periodista que escucha, está abierto a matizar su opinión y entender algo nuevo.
Así como un docente puede ser un aporte o una desgracia para sus alumnos, lo mismo ocurre con los periodistas con respecto a su audiencia. Un periodista que solo consulta a las fuentes con las que simpatiza, cuyas opiniones son endebles porque solo escucha a los que piensan como él, que no distingue entre la crítica y el agravio, que es incapaz de comunicarse con alguien que piensa distinto, no es un buen periodista. Puede ser un referente de opinión, un militante, un político con micrófono, un recitador de homilías, las que son todas actividades legítimas en una democracia. Pero nunca un buen periodista.
Hoy, la redefinición de la democracia argentina necesita más que nunca periodistas profesionales. La pandemia nos sirve como una gran terapia colectiva. Nos desnudó en forma imprevista. Y no estábamos preparados para esto. Es una situación límite que nos revela. Y por ahora, la buena noticia es que gran parte de la sociedad está premiando la búsqueda de consenso.
Es una oportunidad para el buen periodismo, si sale a reconocer las voces de todo el país otra vez, en todos los niveles sociales. Los medios no pueden ser solo foros de una parte de la clase media urbana, sino que tienen que conectar con lo que podemos llamar el círculo azul: personas situadas en cualquier lugar de la pirámide social dispuestas a mantener una relación honesta con la información. Ese es el público premium de un medio, cualquiera sea.
Por eso, la profesión no puede volver a los viejos tics. Si recae en la grieta, es un nuevo retroceso. Es el lugar de la deliberación pública informada donde se cocinan los nuevos consensos mínimos que pueden hacer avanzar al país. Por eso, necesitamos un periodismo para esa conversación nacional.
Para ello hay que fortalecer al periodismo que investiga la corrupción, no el que solo amplifica denuncias de otros que verifica solamente con las fuentes que coinciden con su línea editorial. La democracia necesita perros guardianes, no perros rabiosos.
También necesitamos corregir nuestros errores sin pensar que eso debilita nuestra credibilidad. Los medios de referencia mundial que todos admiramos tienen políticas muy activas de correcciones. Y eso aumenta su credibilidad. Nosotros copiamos muchas de sus prácticas, pero esa nos cuesta. Los que se animen a hacerlo van a liderar el cambio profesional en nuestro país.
Además, el uso de la grieta para impulsar audiencia es una malversación de la profesión y un daño consciente a nuestra vida pública. En estas semanas está creciendo el desquicio polarizante que nos acompaña desde hace años en el país. Las voces extremas tienen más alcance.
Pero el periodismo no puede ser arrastrado por esa espiral del odio. Sería una pendiente sin freno a una sociedad de haters.
Nuestro test individual para saber si en forma consciente o no estamos engrietados es si perdemos la capacidad de dialogar y entender a los antagonistas. Caerte como periodista en la grieta te lleva a una doble tragedia profesional: perdés capacidad de entender a tu sector antagonista porque reducís tu acceso a esas fuentes, y perdés tu capacidad de comunicar en forma creíble a la gran parte de la sociedad que adhiere a tus antagonistas. Tu periodismo pierde, entonces, calidad e impacto social.
La sociedad de la postpandemia necesita profesionales, no ejércitos mediáticos enfrentados.
Finalmente, es un test personal de vocación periodística. Si hay vocación, hay apertura a los datos y a su honesta interpretación. Ya vimos que la grieta te obliga a poner entre paréntesis tu práctica profesional. Y ahí la sociedad pierde su ancla informativa, que son los periodistas profesionales de referencia en cada lugar del país.
El autor es profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral y actual presidente de FOPEA.