Recuerdo que de niño hacíamos incursiones al arroyo, armados de gomeras y algún palo, para dar caza al “Chancho de Lata”. Un horrible ser que asolaba mi Pergamino natal. No sé si alguno lo conoció o lo recuerda. Muchísimos años después, ya de grandecito descubrí que a eso se le llama “leyenda urbana”. Los cientistas sociales explican: “Cuando una teoría de la conspiración no alcanza a tener un interés político, social o económico relevante, entonces se la considera una leyenda urbana”. Parece ser que nuestro modesto “Chancho de Lata” nunca alcanzó el nivel de teoría de conspiración. Una lástima. Tal vez si lo hubiésemos cazado, merecería más respeto.
Hoy el mundo ha evolucionado tanto que ha jubilado a los “chanchos de lata”, e incluso a los Papá Noel y a los camellos come pasto. Pero, al igual que aquellos niños que supimos ser, muchos adultos necesitamos algo de magia en nuestras vidas que nos haga creer que seguimos siendo aquellos intrépidos cazadores, siguiendo las borrosas pisadas de nuevos chanchos de lata. Felizmente, en el mundo de Whatsapp, Twitter, Youtube, e Instagram, renacieron centenares o miles de nuevas absurdas fantasías detrás de las cuales correr.
Las peligrosas teorías conspirativas
A diferencia de las inocentes leyendas urbanas o rurales, como el Chancho de Lata, la Luz Mala que aterrorizaba a nuestros paisanos, o el Nahuelito -que aquí en el sur, vendemos como un atractivo turístico más-, las teorías conspirativas a lo largo del siglo XX han servido a fines más perversos.
Está claro que desde los orígenes de la humanidad, existen pequeñas y grandes conspiraciones. Desde el amante que intenta alejar a sus competidores. El empleado que busca ascender. Lo que en política se llaman “roscas” para favorecer o castigar un candidato. Las operaciones de inteligencia de agencias como la CIA, la KGB, el Mossad, etcétera, etcétera. La complicidad de embajadas extranjeras en golpes de Estado, o en las nuevas formas de intromisión, como el “lawfare” y el cibercontrol digital.
El sociólogo venezolano Hugo Antonio Pérez Hernaiz en su tesis “Teorías de la Conspiración”, las define como una instancia de teorías alternativas a las oficiales, que explican un acontecimiento como consecuencia de la acción secreta de grupos poderosos. Se basan en que actores "fuera de escena, a escondidas y con gran poder ejecutan acciones con fines poco éticos para lograr objetivos ocultos, provocando a menudo efectos desastrosos.”
La intoxicación informativa
Un elemento en común que tienen las teorías conspirativas es la intoxicación informativa. Este es un mecanismo de comunicación típico de grupos de ultra-derecha y gente cercana a los servicios de inteligencia. Con una sobreabundancia de datos poco verificables, buscan crear en el receptor una fuerte duda acerca de lo que es real y lo que no lo es. Elaborando teorías a partir de una mezcla de hechos históricos reales con hechos fantásticos. Citando autores imaginarios, o autores reales, pero a veces sutilmente fuera de contexto. Por eso resulta difícil seguirlos en el razonamiento y refutarlos. Porque en esa verborragia de hechos y citas saltan de datos científicos reales a frases del uso vulgar como “me dijo un médico amigo”, “yo sé porque lo estudié”, “todos sabemos que eso no es cierto”, etc. Entonces la cita del dato real valida la afirmación posterior de origen “chimento de barrio”, que sería puesta en duda aun en la cola de un almacén.
En las teorías conspirativas, la primera víctima es el sentido común
Dice Perez Hernaiz: “Las cosas del sentido común no tienen que ser explicadas. Hay ‘algo’ que nos permite reconocerlas sin necesidad de elaboración. Poseemos un ‘todo’ y unos ‘efectos’ de esas cosas que nos permiten dar cuenta de ciertos eventos sin necesidad de apelar a otras construcciones como la magia o la ciencia. No hay necesidad de dar explicación para ciertas cosas que son evidentes para todo aquel que comparta ese ‘todo’. ¿Qué es ese ‘todo’ del que hablamos? Simplificando, es un archivo de conocimientos compartido que podemos llamar cultura, sociedad, o cualquier otro nombre. Lo importante aquí es que ese ‘todo’ es un determinante del conocimiento muy poderoso que nos dificulta la duda (se afirma aquí ‘dificulta’ y no ‘impide’, pues la ciencia es, en parte, producto de esa duda).”
Ejemplo: en Argentina hay 166 mil médicos y 179 mil enfermeros, que en este momento están “movilizados” de una u otra manera en la lucha contra el COVID-19. De los cuales, ya hay 960 infectados y 9 muertos. Pero resulta que una médica platense, seguidora del simpatizante nazi Biondini, nos explica que esos miles de médicos están cooptados o engañados por el “nuevo gobierno mundial, que mediante los paper que les baja la OMS, les hacen creer que estamos en una pandemia”. El sentido común nos indicaría que 350 mil profesionales que dedican su vida a la salud no pueden ser en su enorme mayoría tontos o corruptos como para ser cooptados por un extraño poder mundial que solo conoce esa doctora.
“Las grandes teorías de la conspiración, implican la sumisión al complot por convencimiento, soborno o coerción de tal cantidad de miembros que, dependiendo del grado de complejidad de la teoría, casi nadie queda libre de ser parte de la conspiración”, dice Pérez Hernaiz.
La “ausencia” como prueba de la existencia de aquello que está ausente
Los “Protocolos de los sabios de Sion”, son un libelo falso publicado en 1902 por la Ojrana - policía secreta zarista-, cuyo objetivo era justificar los pogromos contra los judíos en Rusia. Años después, fueron reproducidos por el nazismo como base de sus políticas antisemitas.
Leyéndolos se puede observar que la mayoría de las “grandes teorías conspirativas” de la actualidad, reproducen más o menos, los mismos contenidos de “los protocolos”. Aquí un párrafo: “Nuestro poder será ahora, ya que en este momento se encuentran todos los poderes bamboleantes, más invencible que cualquiera otro, PORQUE SERA INVISIBLE. Por eso permanecerá firme hasta que haya llegado el tiempo en que se haya fortalecido de tal manera que ningún acto violento será capaz de suprimirlo”.
El principio número uno de la “gran conspiración” es la invisibilidad del poder de las sombras que rige los destinos del universo. Uno tiende a pensar, que un gran poder mundial pasa por Trump, Putin, Xi Jinping, los bancos, las grandes corporaciones, etc. Pero para el conspiranoide eso es demasiado obvio. El poder real, el del Nuevo Orden Mundial, igual que el de los Sabios de Sion es invisible. Podemos conocer algunos de sus mandatarios como los organismos internacionales tipo ONU, OMS, etc. O algunos de sus “voceros” como Soros, Bill Gates, o la Reina de Inglaterra. Pero el poder real seguirá siendo el “gobierno de las sombras”. Una especie de dios terrenal que está en todos lados pero nadie puede ver.
Dice Pérez Hernais “¿Qué brujo que se precie anda regando por el mundo pruebas de su existencia? Igualmente ¿qué conspirador serio deja regadas por el camino las evidencias de su conspiración? Precisamente su secreto, y su habilidad para esconder los rastros de su acción, son la prueba de que el brujo, como el conspirador, andan sueltos por el mundo.”
También la prensa de izquierda y derecha
Pero no se trata sólo del poder invisible. También sus actos suelen “ser invisibles” y justamente allí radica la demostración de su existencia. En esto juegan un rol fundamental los medios de comunicación que, como bien dicen “los protocolos”, “pertenecerán a las más variadas tendencias”. “Nosotros –dicen- mantendremos hojas para la nobleza, para los particulares, hojas liberales, socialistas y aún revolucionarias. Aquellos tontos que creen defender la opinión de su hoja de partido, en verdad repetirán la opinión nuestra, o por lo menos aquella que en ese momento nos conviene.” Es decir que en nuestro país daría lo mismo leer un diario progresista o uno liberal, ambos pertenecen al poder de las sombras. Lo mismo que todos los periodistas televisivos de aquí y el mundo. Cuando vemos por la tele camiones frigoríficos en New York repletos de muertos por COVID-19, no son verdaderos, sino “videos producidos en Hollywood” (textual de la doctora platense).
Y si la cura milagrosa del virus, que puede ser el dióxido de cloro o la copita de lavandina que recomendó tomar Trump, no está en los medios, esa es justamente la prueba de que efectivamente “es la cura milagrosa”. Sucede que los medios de prensa, “cooptados por la industria farmacéutica”, no quieren que sepamos que con un frasquito de dióxido de cloro que cuesta cien pesos, nos curamos del COVID en 24 horas.
El peligro de los conspiranoides
En materia de conspiranoides, hay de todo. Desde los anti-vacunas (muy peligrosos), hasta los “terraplanistas” que sostienen que las fotos de la tierra desde el espacio son meros trucos fotográficos. Digamos que delirantes hubo y habrá en todas las épocas, y que algunos solo representan un peligro para sí mismos.
Pero en general este tipo de teorías conspiranoides suele venir acompañado de planteos racistas, supremacistas y violentos. En EEUU los hemos visto manifestar con armamento de guerra por las calles y dentro de una legislatura pidiendo el fin de la cuarentena. Bolsonaro, que adhiere en parte a estas teorías, ha pedido a sus seguidores que compren armas para que “ningún dictador” (refiriéndose a gobernadores e intendentes) “les quite su libertad”. Aquí la doctora platense termina sus discursos llamando a la “insurrección civil”, y muchos voceros “libertarios” convocan a romper la cuarentena y a la “resistencia fiscal” o sea el masivo no pago de impuestos.
La necesidad de encontrar respuestas
En épocas de normalidad, esta clase de delirios se reducen a pequeños círculos sin demasiada transcendencia. Pero, en una situación de pandemia como la actual -por supuesto provocada por el “gobierno de las sombras”- hay factores psicológicos y sociológicos que predisponen a la población a ser terreno fértil para estas teorías.
Está claro que no siempre las explicaciones oficiales logran reducir la incertidumbre y el desconcierto ante un evento de esta magnitud. Y dichas explicaciones no conforman, porque tampoco las autoridades políticas y sanitarias tienen las respuestas. Se le pide a un Presidente que explique hasta cuando dura la pandemia, cuántos contagios y muertos sucederán; preguntas para las que nadie tiene respuestas.
Entonces es natural en la gente el deseo de comprensión, precisión y certeza sobre los acontecimientos. Qué va a ser de nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. Y ante la imposibilidad de la ciencia y de las instituciones de brindarnos esas respuestas aparecen los fabuladores que ofrecen explicaciones certeras a todas nuestras dudas. Claro que no todos compran el discurso completo, pero son base para cadenas de rumores que minan la confianza en los científicos e instituciones e instalan actitudes disolventes.
En síntesis, lo realmente invisible es el virus que sabemos mata al 5% o menos de los afectados, casi todos mayores de 65 años. Cada uno tiene derecho a no creer. A hacer una “fiesta de contagios” como en EEUU y tratar de inmunizarse. Pero ese derecho se corta, cuando su ejercicio contagia a un tercero. Y si te gustan los brujos de las fábulas, a la salida de esto, puede ir a cazar chanchos de lata, a enfrentar la luz mala o nadar en el lago con el nahuelito; pasará algo de frío pero sin riesgo de matar a nadie.
El autor publicó “La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Peron” y “Salvados por Francisco”