Al otro lado de la montaña, tras la sinagoga, existe un tesoro. Así se decía en nuestro pueblito.
Pero alcanzar ese tesoro no resultaba tan fácil.
Cuando todos los judíos vivan en paz y lo busquen todos juntos, van a encontrarlo. Así se decía en nuestro pueblito.
Y cuando todos los judíos vivan contentos, no haya envidia entre ellos, ni odios, ni peleas, ni habladurías, ni calumnias y se pongan todos juntos a buscarlo, van a encontrarlo, pero si no, el tesoro va a irse hundiendo cada vez más en la tierra… Así se decía en nuestro pueblito.
Y comenzaron a discutir y a disputar, a porfiar y a insultarse, a injuriar y a pelearse, cada vez más y con más fuerza, y todo por el tesoro…
Y comenzaron a discutir y a disputar, a porfiar y a insultarse, a injuriar y a pelearse, cada vez más y con más fuerza y todo por el tesoro… y el tesoro se hundía cada vez más y más en la tierra!
Scholem Aleijem, el popular escritor en idish de origen judío ucraniano que vivió entre 1859 y 1916, escribió este magnífico cuento que bien retrata a los argentinos de hoy.
Nuestro tesoro se hunde cada vez más en la tierra. Es de necios no verlo. En el escenario que la pandemia despliega, somos actores y espectadores simultáneamente de una degradación ética y moral que nos aleja aún más de la posibilidad de ir todos juntos en búsqueda del tesoro que no es otra cosa que nuestro amado país con las reales potencialidades y posibilidades que le son propias.
Ir juntos en prospección del mejor objetivo no es igual a ir revueltos y mucho menos dominados por un discurso hegemónico. Por el contrario, es poder hacerle un zig zag a la destructiva lógica amigo/enemigo en la cual estamos inmersos. Es alinearnos en pos de objetivos primordiales y de los acuerdos fundantes en 1983 de nuestra joven democracia: libertad, justicia, convivencia, inclusión y respeto a la diversidad; alentando el debate de ideas y puntos de vista.
A fuerza de buscarlas y cansados de fracasar, sabemos los argentinos que no hay fórmulas mágicas ni líderes omnisapientes. No los hay y su construcción en el tiempo trae resultados fallidos. La historia universal está llena de ejemplos por doquier, incluyéndonos.
Nuestro presente está cubierto por nubarrones oscuros: la crisis sanitaria, la profundidad de la degradación del sistema productivo, la erosión de la economía y la parálisis de los poderes legislativos y judiciales con sus consecuencias negativas en la vida de todos están a la vista.
Crece entre nosotros el enojo, el miedo, la desconfianza y la confusión.
La desesperanza y angustia que genera la incertidumbre ganan espacio en la gente. El grito, el insulto, la demonización, la calumnia, la mentira y la difamación imperan sobre el afecto natural de las relaciones que los seres humanos buscan y demandan.
Encontrar el tesoro es urgente y requiere un esfuerzo mancomunado y sin especulaciones. Exige correr el velo que nos divide para mirarnos cara a cara con valentía y humildad. Reclama reconocernos iguales como creación, como conciudadanos, como argentinos, y poder dar el salto cualitativo que posibilite el diálogo político que nos guíe. Diálogo que tenga por objeto reconstruir una cultura política que integre y no excluya, inspirada en reconocer todo aquello que nos une y es mucho más importante de lo que nos separa y que permita echar mano juntos sobre lo que es importante e impostergable.
Un diálogo que trascienda y esté por encima de quienes lo lleven a cabo ya que su calidad será siempre el espejo en donde la gente se reflejará. Ese diálogo aludido lo necesitamos y es impostergable.
*El autor es ex Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación y presidente del Consejo Argentino para el Desarrollo y los Derechos Humanos
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