El 26 de mayo, el Estado Mayor Conjunto de las FFAA a cargo del vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro continuó informando, con distorsionadas y falsas noticias, acerca de la situación de la bahía de San Carlos, a pesar de que los británicos ya habían consolidado la “cabeza de playa” en la isla Soledad.
En su comunicado N° 93 aseguraba que, “como resultado de las acciones bélicas, las pérdidas sufridas por el enemigo eran: 6/7 buques hundidos, 16 averiados y 21 aviones Sea Harrier derribados”.
Al día siguiente, en el comunicado N° 98 se informaba que “continuábamos manteniendo contacto con el adversario en San Carlos”. En rigor de verdad, los británicos ya habían desembarcado vehículos, artillería terrestre y antiaérea, armamento, material y abastecimientos de todo tipo, decenas de helicópteros y más de 4.500 hombres.
Los días 28 y 29, en Darwin-Pradera del Ganso, a 90 km de Puerto Argentino, se libró un combate intenso y totalmente desigual. No estuve en ese lugar ni participé de las acciones libradas. Allí operaba lo que ampulosamente se denominaba “Agrupación Litoral”, cuyo comandante era el general Omar E. Parada, quien, a pesar de haber recibido días antes la orden del general Mario B. Menéndez de instalar su puesto de mando en Darwin, nunca lo hizo. Y Menéndez olvidó un viejo precepto de la conducción: cuando impartas una orden, cerciórate de que sea cumplida.
Parada desconocía el lugar, el estado anímico y físico de sus hombres y la situación logística de su tropa. En un hecho curioso e inédito, intentó conducir el breve combate desde una calefaccionada oficina en Puerto Argentino a través de una radio.
Al respecto, el propio general Oscar Jofre dijo que “el general Parada había seguido la evaluación del combate a través de los medios de comunicaciones radioeléctricos”. Durante el desarrollo de las acciones, Parada llegó a impartir órdenes reñidas con la más mínima concepción táctica, entre otras causas, quizás, por desconocer las características del campo de combate, y el no haber compartido las privaciones y vicisitudes de sus soldados.
Así las cosas, la responsabilidad del enfrentamiento con los británicos recayó en el teniente coronel Ítalo Piaggi, a cargo del Regimiento de Infantería 12 (RI 12), que recaló en Malvinas después de haber sido “paseado” y desgastado en un periplo patagónico. Con sus hombres bastante agotados, arribó sin sus armas pesadas, carente de movilidad y limitada logística y, lo peor aún, sin una clara misión. Si mal no recuerdo, disponía de un solo mortero de 120 mm. Se lo reforzó con dos abuses Oto Melara (105 mm y 12,2 km de alcance) del Grupo de Artillería 4 (GA 4), una sección de artillería antiaérea y pequeñas fracciones del Regimiento de Infantería 25 (RI 25).
En el lugar también operaba un grupo de seguridad de la Fuerza Aérea, a órdenes del vicecomodoro Wilson Pedrozo, que no pudo participar significativamente en las acciones. El regimiento británico estaba integrado por alrededor de 600 hombres altamente adiestrados, contaba con apoyo de artillería terrestre y naval, y disponía de misiles Milan (tierra-tierra), Blowpipe (tierra-aire) y, cuando fue necesario, de los Sea Harrier.
El combate fue encarnizado, por ambas partes, y la voluntad de lucha y el sufrimiento no diferenciaba a ninguno de los adversarios. Nuestros hombres resistieron más de lo razonable. En un confuso episodio, entre tantos, perdió la vida el jefe del Regimiento de Paracaidistas 2 británico, el teniente coronel H. Jones. Nuestras bajas fueron importantes, el RI 12 tuvo 35 muertos.
A un mes de iniciada la guerra, mientras nuestros agotados soldados se rendían en Darwin, arribaron a Puerto Argentino dos pequeñas subunidades de fuerzas especiales (Comandos), integradas por oficiales y suboficiales: la Compañía de Comandos 602 (50 hombres), a órdenes del mayor Aldo Rico, y el Escuadrón Alacrán de la Gendarmería Nacional, a cargo del comandante José R. Spadaro (40 hombres). Ambas subunidades, como veremos en la batalla de Puerto Argentino, tuvieron un excelente desempeño y aportaron su cuota de sangre. Y una muestra más de la imprevisión e improvisación de la conducción superior en el continente, hasta Menéndez y Jofre fueron sorprendidos con su llegada.
El 29 de mayo, los cancilleres de los países miembros del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) aprobaron una resolución de apoyo -solo formal- a la Argentina, con la abstención de Chile, Colombia, Trinidad-Tobago y, por supuesto, EEUU. La estrategia diplomática durante todo el conflicto, a cargo del canciller Nicanor “Canoro” Costa Méndez y aceptada como relevante por la Junta Militar, se caracterizó por su ineficacia total. Ellos evaluaron erróneamente la reacción internacional, en particular la de los EEUU y, obviamente, la del Reino Unido.
En 1976, Costa Méndez había expresado: “La militancia en el grupo de los NO Alineados constituye el extremo de una posición. La Argentina está, en verdad, alineada con los EEUU (…) La militancia en el grupo de los NO Alineados puede alejarnos de nuestros viejos amigos y de nuestros aliados”. Durante el conflicto, tardíamente, “Canoro” trató de recurrir al grupo citado. Olvidó que ese país, y probablemente también el Reino Unido, más que amigos y aliados, tienen intereses en común.
Intentaré resumir las estériles e inconducentes conversaciones, formalmente denominadas negociaciones, de nuestros diplomáticos y militares devenidos en políticos. Olvidaron, o desconocían, que los dos grandes errores de la estrategia son: obrar antes de tiempo o dejar que la oportunidad pase de largo. Aprecio que la mejor y quizás única oportunidad de negociar fue el día 3 de abril de 1982, aceptando la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, antes que el Reino Unido conformara la Task Force más poderosa desde la Segunda Guerra Mundial (que incluía cuatro submarinos nucleares), y se concretara el apoyo total de los EEUU a la Rubia Albión.
El falso “negociador”, el secretario de Estado Alexander Haig, era un europeísta, y con respecto a Gran Bretaña su actitud se alimentaba de años de estrechos lazos políticos, militares y culturales. Para él, y para el presidente Ronald Reagan, la Argentina era un país periférico en el que se vulneraban los derechos humanos, gobernaba una desprestigiada dictadura militar, y nunca iban a aceptar el hecho consumado.
Solo Thomas Enders (secretario de Estado de Asuntos Latinoamericanos), Jeane Kirckpatrick (embajadora de EEUU en la ONU), y quizás Vernon Walters, amigo de algunos militares del gobierno argentino, defendían la neutralidad, pero eran un “cuatro de copas”.
El “as de bastos” era el secretario de Defensa Caspar Weinberger, quien en privado criticaba a Haig por haber aceptado mediar y no posicionarse decididamente del lado británico, aunque aprecio que Haig siempre lo hizo. Weinberger fue uno de los promotores de los “contras” en el conflicto centroamericano, donde la Argentina participó con la conocida Operación Charly entre 1980 y 1982, impulsada entre otros, por Videla, Viola y Galtieri. En 1988, Weinberger fue investido por la Reina Isabel ll con la Orden de “Caballero del Imperio Británico” por su apoyo en la Guerra de Malvinas.
Un factor determinante desde la iniciación de la guerra fue que la pista del aeropuerto permaneció operativa, con algunas limitaciones, por la protección de la artillería antiaérea y por la profesionalidad de un puñado de hombres de nuestra Fuerza Aérea. Recuerdo entre ellos a los comodoros Héctor L. Destri y Guillermo Mendiberry.
Desde el 1° de junio sabíamos que el asalto final se aproximaba. Al día siguiente, los ingleses avanzaron hacia los montes Kent y Challenger, sus movimientos se vieron facilitados por el uso de la movilidad helitransportada, de la que nosotros carecimos casi durante toda la guerra.
Para ocultar sus movimientos diurnos y nocturnos, el adversario realizó fuego naval de hostigamiento sobre las posiciones al este de Puerto Argentino, en los montes Dos Hermanas, Harriet y Longdon. Próximo a este último estaba emplazada la batería C del Grupo de Artillería 3 (GA 3), a cargo del teniente primero Héctor Tessey, que ese día y los siguientes recibió un intenso fuego británico. Entre los días 4 y 7 de junio, los Regimientos de Infantería 4 (RI 4) y RI 7, a órdenes de los tenientes coroneles Diego Soria y Omar Giménez respectivamente, rechazaron intentos de infiltración de reducidas fracciones del enemigo, pero sufrieron algunas bajas como resultado del fuego naval.
El 7 de junio, el diario The Economist de Londres publicó: “Al fin de cuentas, el general Jeremy Moore muy probablemente dispondrá de 7.000 hombres contra la guarnición argentina de Port Stanley” (sic). En ese entonces el poder de combate relativo nuestro era significativamente inferior al británico en lo relacionado con cantidad y desgaste de efectivos, adiestramiento, experiencia de combate, armamento. Y carecíamos totalmente de apoyo de fuego naval y aéreo. La acción terrestre adversaria completaría –como veremos– el cerco naval y aéreo.
El 7 de junio, el diario El País de España, bajo el título “Tontos útiles”, publicó un artículo que atribuía a nuestro embajador en Portugal, Carlos Gómez Centurión, entre otros comentarios, los siguientes: “Hemos sido una vez más los tontos útiles. Hemos hecho la guerra que los británicos han provocado y los Estados Unidos querían. En 1990, los Estados Unidos van a perder definitivamente el control del canal de Panamá. Están preocupados por el Atlántico Sur y quieren asegurar la vía marítima por el sur del continente americano”.
Comparto lo expresado por el embajador, y me permito agregar que con Malvinas, junto con las islas Ascensión (Atlántico) y Diego García (Índico), lograron el triángulo perfecto para controlar dos de los pasos oceánicos más importantes del mundo, el Atlántico Sur y la proyección hacia el continente Antártico.
*Ex jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.
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