“De todo laberinto se sale por arriba”. Leopoldo Marechal
Existe una conexión entre la obra de Jorge Luis Borges y el pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento: una tensión entre dos visiones de la Argentina que ayudan a entender nuestros fracasos, pero también nuestro potencial.
Ricardo Piglia sostiene, acertadamente, que la riqueza de la literatura de Borges es el resultado de una tensión, de un duelo entre dos tradiciones. Una de estas tradiciones, que proviene de la línea materna del escritor, está ligada a un pasado mítico. A una Argentina poblada por héroes patrios que, como el propio abuelo de Borges, lucharon en guerras civiles y de independencia. En ella prevalecen las tradiciones, el coraje y el honor. Este es el Borges de los gauchos y de cuentos como Sur, en donde un individuo deja Buenos Aires en busca de un destino de honor que finalmente encuentra al aceptar un duelo de cuchilleros que, es consciente, le costará la vida.
Pero en Borges también encontramos su rama paterna, aquella relacionada con la erudición y el mundo de las ideas. Este es el Borges de ficciones como La biblioteca de Babel o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Aquí prevalecen las citas de grandes autores, las lenguas antiguas y las enciclopedias. Sería un error, sin embargo, dividir la obra de Borges en dos compartimientos estancos. Ambos mundos se entrecruzan permanentemente, creando así una de las literaturas más complejas y fascinantes del siglo XX.
La Argentina que Borges presenta en sus escritos también es el resultado de estas dos visiones. Retoma así el tema de “civilización o barbarie” que Sarmiento plasmó tanto en Facundo como en su labor política. Pero si Sarmiento toma partido en favor de una Argentina moderna y europea, Borges parece buscar una síntesis. No encontramos en sus páginas un deseo por enterrar los valores de la Argentina criolla. En El escritor argentino y la tradición, uno de sus ensayos más logrados, incluso sostiene que el artista argentino, al no sentirse atado por ninguna de las grandes literaturas europeas, posee ventajas respecto a los escritores de los países centrales. Somos, de cierta forma, los herederos de todas las tradiciones, incluyendo la nativa.
Nuestro país nunca pudo resolver esta tensión. En diversos períodos se trató de que uno de estos sistemas de ideas y valores se impusiera, definitivamente, sobre el otro. Este duelo se repitió en innumerables ocasiones: unitarios contra federales, la Argentina católica frente a la secular, el pueblo contra la oligarquía, el populismo frente a los modernizadores, etcétera. Incluso la Generación del 80, responsable de un crecimiento sin precedentes, no incorporó a la otra Argentina, sentando de esta manera las bases para conflictos futuros.
Lejos de rechazar el espíritu religioso de su pueblo, las élites de los Estados Unidos, que también fueron producto del iluminismo, buscaron incorporar esta y otras creencias populares a su proyecto de país. Esto ayudó a evitar que se produjera una brecha que, con el paso del tiempo, probablemente hubiese producido el mismo tipo de conflictividad e inestabilidad institucional que ayudan a explicar nuestra decadencia. Otro caso por destacar es el de Charles De Gaulle. Al abrazar las diversas corrientes históricas que la componen, el general logró traer estabilidad y progreso a Francia. Es más: al crear la Quinta República llevo esta síntesis al plano institucional.
Como en su cuento Tlön, la tensión que Borges plantea en sus libros hoy parece apoderarse del mundo. Un creciente malestar social con las élites cosmopolitas -a las que se acusa de haber dejado de representar los intereses y valores de sus poblaciones- ha llevado a que una nueva generación de líderes conservadores populares acceda al poder. De un lado, los representantes del saber desprecian a líderes como Trump, Bolsonaro y Putin; del otro, muchos ciudadanos se sienten menospreciados por estas mismas clases dirigentes. Esta división parece ganar cada vez más fuerza. Si no emerge una síntesis que incorpore a estos mundos, es probable que varios países sigan el camino de la Argentina.
Volviendo a nuestro país, la síntesis superadora sigue sin aparecer. Los niveles de polarización continúan aumentando mientras los lazos que nos unen como comunidad son cada vez más débiles. Continuamos entonces a la espera de una clase dirigente que sepa combinar los dos mundos borgeanos.
El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center.