¿Quién dice que no se puede discutir el modo de cuarentena?

El Gobierno volvió a prorrogar el aislamiento obligatorio por dos semanas más (Photo by RONALDO SCHEMIDT / AFP)

“Es muy fácil caer en la tentación autoritaria y monológica cuando se tiene a la población atravesada por el miedo. Hay una sola verdad, un solo discurso, un solo procedimiento, una sola conducta. La verdad es que eso es regresivo”. La que habla es la antropóloga Ana María Llamazares, docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y ensayista. Y, claro, habla de la cuarentena.

¿Cómo que no se puede discutir qué tipo de cuarentena tenemos? ¿De dónde sale que no es “derecho y humano” proponer abrir el debate sobre la cuarentena? Impacta que personas con la chance de haberse formado en el conocimiento científico abdiquen del principio de la duda y del debate y se talibanicen acusando de infieles e impíos a los que proponemos discutir, debatir, conversar, contraponer.

Porque ante la menor osadía de debate, te tiran por la cabeza con los muertos. ¿Qué pretendés? ¿Los cadáveres en las calle de Ecuador o Perú? ¿La tragedia de Estados Unidos y la del Brasil? Malsano y perverso modo de no debatir. ¿Desde cuándo hay quienes tienen el monopolio de la sensibilidad ante la tragedia? ¿Cuándo y quiénes se la concedieron a esa sensibilidad? Aburre esta actitud contradictoria de comparar la muerte del Brasil pero no los modos de evitarla en Uruguay o Paraguay. Para asustar, hay que mirar a los Estados Unidos. Pero para pensar, es imposible mirar ese mismos Estados Unidos en materia económica. O comparamos todo o no comparamos nada.

Quizá sea algo impropio asimilar este modo de agresión (porque es una agresión) con el vivido en el debate por la legalización del aborto. Entonces, con el apoyo a la interrupción voluntaria del embarazo, éramos asesinos. Hoy, los partidarios de debatir la cuarentena, somos homicidas sociales que insinuamos que quizá, dice quizá, habría que discutir más amplia y holísticamente el modo de cuarentena.

El fabuloso y destacado comité de especialistas que asesora al Presidente está integrado solamente por infectólogos y sanitaristas geniales y respetados. Como una de sus integrantes le apuntó a este cronista, ellos no son expertos porque del COVID-19 se sabe poco y nada. Nadie es experto en lo que no se conoce. Y eso sólo debería alentarnos a abrir la discusión a otros científicos y conocedores de otros saberes. ¿No es hora de sumar cardiólogos, por ejemplo, que opinen de su saber sobre si se agravó o no la peor causa de muerte en la Argentina? ¿Tenemos claro que la cuarentena tiene prácticamente cerrada toda medicina que no sea la del virus? Eso, ¿daña? ¿No convendría escuchar a psicólogos y psiquiatras que digan del track emocional que provocan 66 días de encierro? ¿No sería lógico sumar economistas que digan qué desastre productivo provoca la cuarentena, filósofos que alienten a dudar antes que a afirmar por dogma? En otras partes del mundo (Francia, Italia, Israel, etcétera), eso pasa. A lo mejor, la conclusión sea la de los infectólogos. Quizá, muy probablemente habría que escribir, sea otra. Suele suceder que los matices de las mejores ideas nacen de las posiciones diversas. Para eso, hay que escucharlas.

La Argentina fue elogiada, con toda la razón, por el modo en que implementó la cuarentena. A la par, es deplorada por el cierre institucional inédito con un poder judicial nacional que sigue de feria (inexplicable) y un poder legislativo que tardó dos meses en alinear unos cientos de monitores de TV para, al menos, sesionar virtualmente. Los que acusan de autoritarios a los que proponemos un debate sobre la cuarentena no dijeron nada del autoritarismo de clausurar la actividad institucional que, por naturaleza, jamás debe detenerse para garantizar la división de poderes.

Resulta que un taxista o un comerciante desesperados por su subsistencia que sugieren que están dispuestos a cuidarse en su trabajo como un adulto, con distanciamiento social, con la higiene aprendida, ¿son unos cretinos que deben resignarse a que le pongan por gracia del Estado unos pesos en su tarjeta de crédito y sentarse en su casa a mirar el techo bien callados la boca? ¿Les resulta graciosa la patética caricatura del que cuenta públicamente que la pasa mal por no estar con los que ama? Habrá que negarse a aceptar que nació un nuevo ranking de sentimientos expresables por los “bien pensantes”. Miedo por la muerte de coronavirus, se puede decir a los cuatro vientos. Tristeza y angustia porque a muchos les resulta insoportable la cuarentena, está prohibido y condenado.

¿Perdón?

Todos los que dicen que quieren ser escuchados para saber si puede hacerse de otra forma lo bien hecho, ¿son una amenaza a la humanidad porque proponen trabajar con cuidados? Si no se puede, porque se escucharon más voces que una sola, sea. Pero si no, pongan calma. Apenas se propone pensar.

¿Tenemos claro que la cuarentena no cura ni evita el coronavirus? Lo que hace es aplanar la curva, distribuir en el tiempo a los enfermos que se internan y racionalizar los recursos. Es mucho. Fue bien tomada. Pero no es todo.

¿Se puede intentar pensar en racionalizar esa misma cuarentena? ¿Está aplanada? ¿Nadie tiene idea aproximado del pico de enfermedad (y parece que no se puede) pero todos tienen certeza indiscutible de que éste es el único modo de esperarlo? ¿Justo ahora que viene el pico vamos a flexibilizar la cuarentena? ¿No es que no sabemos si viene el pico? ¿No se sabe nada pero los números se saben? ¿No se puede ni flexibilizar ni pensar sobre el tema? ¿Preferimos la autocracia de un solo discurso?

Si no poder pensar es producto del miedo, habrá que trabajar como se hace con los síndromes post traumáticos luego de accidentes, masacres o violaciones severas. Si en cambio es producto de la comodidad de seguir atados a un monólogo, es mucho más grave. Justificarlo, de consecuencias imprevisibles. Tampoco estoy seguro. Apenas propongo pensarlo.