El 1° de mayo se inició la guerra que se prolongaría por 44 días. En el continente, la conducción estratégica -política y militar- seguía apreciando que se impondrían las negociaciones. Según el general Mario Benjamín Menéndez, el propio general Leopoldo Fortunato Galtieri aseguraba que después del primer enfrentamiento “las hostilidades se detendrían y se replantarían las conversaciones, ya con verdaderas posibilidades de solución”.
En Puerto Argentino compartían esa opinión el propio Menéndez, el general Oscar Jofre y quizás hasta el general Omar Parada, pero distinta era la opinión de algunos jefes de las unidades tácticas; no me constan las de todos. No quiero omitir que, en mi opinión, Jofre contaba en su estado mayor con excelentes oficiales, particularmente recuerdo al jefe de operaciones, teniente coronel Eugenio Dalton.
El 2 de mayo en horas de la tarde, el submarino nuclear Conqueror hundió el crucero General Belgrano y produjo más del 50 por ciento de las bajas argentinas en el conflicto. A pesar de que a mediados de abril Jofre me había dicho que el crucero se fondearía en Puerto Argentino para aprovechar el calibre y el alcance de sus cañones y de sus misiles antiaéreos, el crucero, al mando del capitán de navío Héctor Bonzo, estaba fuera de la denominada zona de exclusión, establecida unilateralmente por los británicos y navegaba con proa a la Isla de los Estados.
Sobre el hecho, comparto lo expresado por fuentes de la Armada, una de ellas la del vicealmirante Juan José Lombardo: “En circunstancias como las de la guerra de Malvinas, yo hubiera ordenado el hundimiento de un hipotético crucero General Belgrano de la flota inglesa, simplemente porque se trataba de una guerra”. Yo aprecio que se trató de un hecho de guerra, y no de un crimen de guerra. El Reino Unido, invocó su derecho de autodefensa, conforme al artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas (ONU).
El Belgrano, veterano del mar, había sido botado por la Marina de los Estados Unidos en 1938 con el nombre de Phoenix, luego había salido indemne del ataque japonés a la base aeronaval de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, y la Armada Argentina lo adquirió en 1951, rebautizándolo con el nombre de 17 de octubre.
El viejo crucero yace con gran parte de su tripulación en el fondo del mar, y su ubicación ha sido, con justicia, declarada “lugar histórico nacional y tumba de guerra”, por Ley Nacional 25554/2001. Después de su hundimiento, la flota argentina de superficie se mantuvo dentro de las 12 millas de la costa.
El 3 de mayo, el Aviso Alférez Sobral recibió varios misiles de un helicóptero Lynx, pero logró sobrevivir, no así su comandante, el capitán de corbeta Sergio Gómez Roca. Al día siguiente tomamos conocimiento del hundimiento del destructor Sheffield, como consecuencia del impacto de un misil AM-39 Exocet (aire-mar) lanzado por un avión Super Étendard de nuestra Aviación Naval. Los británicos tuvieron varias bajas.
Al día siguiente, insistí a Jofre -con resultado negativo- para traer del continente cañones pesados, pues nosotros solo contábamos con obuses Oto Melara (105 mm y 12,2 km de alcance), mientras que los británicos disponían de artillería terrestre y naval con 17 km de alcance. El 9 de mayo, el pesquero Narwal fue atacado por varios aviones Harrier, la tripulación abandonó el barco y fue apresada.
El día 10, la fragata Alacrity incursionó en el estrecho de San Carlos para comprobar si estaba minado, lo que era importante en los planes de desembarco del adversario y se encontró con el carguero Isla de los Estados, que transportaba material y abastecimientos para dos regimientos de Infantería (RI 5 y RI 8) ubicados en la isla Gran Malvinas (en Puerto Howard y en Bahía Fox, respectivamente). La Alacrity lo atacó, y lo convirtió en “una bola de fuego”. Allí nuestras pérdidas en vidas y materiales fueron importantes.
El 12 de mayo, Galtieri reunió en Buenos Aires a su gabinete y, entre otras declaraciones, afirmó: “Estamos llegando al momento de mayor confrontación… Esto terminará en enfrentamiento bélico… La Argentina lleva ventajas… Existe la firme decisión de afrontar ese enfrentamiento, que fue debidamente razonado”. No solo el enfrentamiento, sino también la jamás pensada guerra, ya habían producido cientos de muertos y heridos argentinos. Lamentablemente, el gabinete nacional y los altos mandos militares aceptaron, sin chistar, semejante disparate.
Los días 14 y 15 de mayo, a pesar de la opinión en contra de Jofre, sobrepasé la “cadena de comando” y llegué a un vedado acuerdo con el brigadier Luis Castellano, quien era el jefe del componente aéreo en Malvinas. En esos días arribaron en aviones Hércules C-130 dos cañones pesados SOFMA (155mm y 20 km de alcance) ¡Cómo hubiera querido tener 10 de ellos! Pertenecían al GA 101 de Junín, y constituyeron una cuarta batería.
Cuando Jofre se enteró, me hizo conocer su disgusto. De inmediato fueron emplazados como una improvisada artillería de costa y logramos disminuir sensiblemente los bombardeos navales nocturnos. El fuego de los mismos cumplió también un importante objetivo psicológico sobre la propia tropa, pues terminaron con la sensación de impotencia para atacar a los buques.
El teniente de la Royal Navy David Tinker, entre otros conceptos, manifestó al respecto: “…los días 16,18, 19 y 20 de mayo bombardeamos Stanley (sic), a veces también con las fragatas Ambuscade y Avenger. El fuego de los cañones argentinos caían a menos de 50 yardas de nuestros buques, nos asustamos más que ellos. Ahora tiramos y nos alejamos a gran velocidad. Los soldados argentinos han demostrado ya honrosamente su valentía, espero que se rindan en poco tiempo”.
El 16 de mayo, Menéndez envió un mensaje a Galtieri e informativo al general Antonio Vaquero (subjefe del Ejército) y al general Osvaldo García (comandante del Teatro de Operaciones Sur), en el que expuso la seria situación logística y las imperiosas necesidades referentes a víveres, vestimenta, munición, repuestos y combustible para aeronaves, vehículos, generadores utilizados por radares y armas antiaéreas, etc.
En algunos de sus considerandos, expresó: “Que todo ello comprometía la operación (…) Que la cesión de la iniciativa era considerada como una consecuencia en el actuar desde el continente (…) Que el adversario operaba con todo tipo de aeronaves, de día y de noche y con mal tiempo, y que las propias aeronaves no lo hacían ni aun de día (…) Que los ataques aéreos propios eran ejecutados sin coordinación con el comando en Puerto Argentino y no masivamente”. Sin embargo, su conclusión no guardó relación con lo informado, pues agregó: “Todo lo expresado no afecta ni afectará el espíritu de esta Guarnición Militar Conjunta para hacer frente al enemigo con todos los medios a su disposición, y la máxima decisión en procura del cumplimiento de la misión asignada”. La pregunta era ¿con qué medios?
La situación no se modificó; por el contrario, se agravó con el correr de los días. Lo expuesto permite concluir que en Malvinas, y en el continente, los altos mandos de las FFAA no se atrevían a expresar opiniones contrarias a las órdenes recibidas, pese a que los hechos así lo exigían. Parafraseando a Antoine de Saint- Exupéry en “El Principito”, para todos ellos: “La historia militar era invisible a sus ojos”.
El 20 de mayo, la Task Force avanzó hacia la Isla Soledad para acercarse al estrecho de San Carlos. Una bruma proporcionó protección; ningún avión nuestro pudo descubrirla. La Operación Sutton -el desembarco- se iniciaba, y se concretaría a partir de la noche de ese día y de los días sucesivos. Menéndez y Jofre desoyeron la advertencia que días antes había formulado un isleño sobre el muy probable lugar del desembarco: la bahía de San Carlos. Pero nada se hizo para impedirlo, excepto la decisión de enviar al teniente primero Daniel Esteban, dos subtenientes y 64 soldados del RI 25 que, en una encomiable acción derribaron y averiaron helicópteros y fueron testigos del ataque de nuestra Fuerza Aérea a la Task Force. También fue meritoria la incursión del teniente de navío Guillermo Owen Crippa, con un Aermacchi estacionado en Puerto Argentino, quien se sorprendió al encontrar doce buques de guerra en la bahía, atacó valientemente una fragata y retornó a su base.
Menéndez se comunicó con Galtieri, quien le preguntó “si eran muchos”, y recibió como respuesta "que no se preocupara, pues estaba dentro de nuestras previsiones; que no era el ataque principal sino una acción secundaria para distraer a las fuerzas argentinas”. Sin comentarios.
Según fuentes británicas, el carácter esporádico del ataque de nuestros aviones impidió que la defensa antiaérea inglesa se viera desbordada, y esta y los aviones Harrier derribaron no menos de 10 máquinas argentinas (Dagger y Skyhawk). Reconocen también el hundimiento de la fragata Ardent, y seriamente averiada la fragata Argonaut y el destructor Brilliant. Aprecio que las pérdidas hubieran podido ser mayores.
El día 23 de mayo, continuaron desembarcando en San Carlos armamento, material y a alrededor de 4 mil hombres. Los ataques de nuestra Fuerza Aérea disminuyeron. Al día siguiente, un Skyhawk propio atacó el destructor Coventry, que se hundió después de recibir tres bombas.
El 25 de mayo, dos aviones Super Étendard de la Armada con dos misiles Exocet (aire-mar), hundieron uno de los buques logísticos más importantes de la flota adversaria: el Atlantic Conveyor, produciendo, según fuentes británicas, la muerte de 15 hombres y la pérdida de una carga excepcionalmente valiosa de no menos de 10 helicópteros, repuestos variados e importante material, munición y armamento.
El día 26 de mayo, la “cabeza de playa” de San Carlos estaba consolidada.
La fase predominantemente aeronaval entre el 1° y el 21 de mayo había finalizado. El control del mar y del aire era totalmente británico. La fase terrestre no sería menos sangrienta. Durante todos esos días, los efectivos en tierra fuimos sometidos a un desgaste psicofísico y a bombardeos aéreos y navales en las frías y húmedas trincheras. La fase siguiente la iniciamos conscientes de nuestras propias limitaciones, de haber perdido totalmente la iniciativa y de la imposibilidad de recibir apoyo o ayuda del continente.
Hasta ese momento, la incompetencia política y diplomática era notoria. La militar, entre otros aspectos, evidenciaba: falta de reconocimiento adecuado; tendencia a rechazar o ignorar informaciones, subestimar al enemigo y falta de decisión y tendencia a la obligación de tomar decisiones.
Por fin, me pregunto, ¿cómo pudieron esos hombres cometer -como vimos y veremos- serios errores políticos, diplomáticos y militares, y alcanzar una posición o rango que les permitiera perpetrarlas? No tengo respuestas, o quizás sí: porque principalmente los altos mandos militares evidenciaron una obediencia paralizadora y terriblemente patológica.
Como continuaremos viéndolo: la guerra es la única experiencia humana que no puede reproducirse en un laboratorio o en un gabinete. Además, mueren personas.
*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.