La situación macroeconómica de la Argentina es muy compleja y sumamente riesgosa; lo era antes del coronavirus pero lo es mucho más ahora. Por ello, los escenarios más probables que uno pueda imaginar en este momento son malos o mediocres, en el mejor de los casos. No obstante, me propongo en esta columna levantar un poco la mirada y tratar de descubrir, a pesar de todo, si existe alguna “mitad de vaso lleno”.
Un primer componente sería, aunque pueda resultar paradójico, la complejísima reestructuración de la deuda.
Con la tremenda depreciación del peso que se dio entre 2018 y 2019, la carga de la deuda pública argentina aumentó fuertemente debido a que, ante el pequeño tamaño del mercado de capitales local, una porción importante de la deuda está denominada en moneda extranjera. Se puede discutir si el país enfrenta desde entonces un problema de solvencia o uno de liquidez (a nuestro juicio, esto último era lo que ocurría), pero no que la deuda no podía ser servida en las condiciones originales, lo que implica que algún tipo de reestructuración tenía que suceder.
El gobierno presentó una propuesta de reestructuración muy agresiva, que reduciría la carga de la deuda de forma notable y facilitaría que la misma volviera a ser sostenible
La sustentabilidad de la deuda es una evaluación de tipo prospectiva respecto de un conjunto de indicadores macroeconómicos, los cuales deben guardar cierta relación entre sí para que se dé dicha sustentabilidad, a saber: el resultado fiscal antes de intereses, el señoreaje o el uso de la emisión de dinero para financiar el déficit fiscal, la tasa de interés (real), el crecimiento económico y el nivel de endeudamiento. Restablecer la sustentabilidad implica alterar alguna o algunas de estas variables para que guarden la relación correcta. El gobierno anterior intentó trabajar por el lado del resultado fiscal pero el ajuste cambiario hizo que el esfuerzo, que fue grande, fuera insuficiente. El gobierno actual va por el lado del nivel de endeudamiento, algo que además es atractivo políticamente: el costo de volver a hacer sustentable la deuda recae sobre los acreedores.
En esta línea, el Gobierno presentó una propuesta de reestructuración muy agresiva, que reduciría la carga de la deuda de forma notable y facilitaría que la misma volviera a ser sostenible. El Gobierno la defiende argumentando que es la única capaz de lograr la sustentabilidad pero basta destacar una sola de sus características para notar lo extrema que es: propone que los nuevos bonos a emitir en reemplazo de los actuales paguen una tasa de interés que durante gran parte de su vida es inferior a la que pagaría el gobierno norteamericano. Era evidente que esta propuesta iba a ser rechazada masivamente, como ocurrió. Sin embargo, cumplió un rol clave en las negociaciones que aún están en marcha: fijó un piso muy bajo en materia de expectativas. Esto, combinado con el desplome de las cotizaciones de los bonos a ser reestructurados que causó el colapso global generado por el coronavirus, hace que no sean bajas las chances de que se termine logrando un acuerdo que igualmente reduciría notablemente la carga de la deuda, sobre todo, en los próximos dos o tres años.
No es que la deuda vaya a dejar de ser un problema porque además se le debe mucho al FMI y está también la deuda local, pero, sin dudas, su intensidad va a ser mucho menor. Aquí aparece una importantísima oportunidad para el país. De hecho, es difícil pensar que pudiera lograrse una reestructuración como la que se está barajando si no fuera por el contexto extraordinario que se está viviendo en el mundo.
Justamente, como el problema de la deuda se atenuará pero no desaparecerá, será necesario además algún tipo de ajuste fiscal para asegurar la sustentabilidad de la deuda pública.
El segundo componente del vaso medio lleno, aunque también pueda parecer increíble, tiene que ver con la inflación.
La sustentabilidad de la deuda es una evaluación de tipo prospectiva respecto de un conjunto de indicadores macroeconómicos, los cuales deben guardar cierta relación entre sí para que se dé dicha sustentabilidad
No hay duda de que también en este aspecto el panorama no es alentador pero hay también un ángulo que no hay que perder de vista: la recesión está generando un freno, sobre todo en los servicios y en los salarios; el recorte de salarios acordado por algunos gremios es algo absolutamente inédito. Una de las grandes dificultades para acabar con la inflación es su inercia pero la misma se ve fuertemente atenuada por la debilidad de la actividad. A diferencia de la oportunidad relacionada con la deuda, ésta no será duradera; hay una pequeña ventana de oportunidad que debería ser aprovechada.
El sector externo es el tercer componente a señalar, el cual abarca varias dimensiones.
El gobierno presentó una propuesta de reestructuración muy agresiva, que reduciría la carga de la deuda de forma notable y facilitaría que la misma volviera a ser sostenible
La larga recesión y la brutal depreciación del peso permitieron generar un superávit comercial de unos USD 16.000 millones, nivel que no se registra desde 2010, lo que garantiza un flujo muy abundante de divisas al país. También el déficit de servicios se achicó fuertemente por estos mismos factores, a lo que se sumará el efecto del coronavirus, que reducirá el saldo negativo que habitualmente implica el turismo. A su vez, la reestructuración de la deuda reducirá notablemente la cuenta de intereses pagados al exterior. Así, la cuenta corriente del balance de pagos, que mide el ahorro o desahorro del país en relación al mundo, podría llegar a hacerse positiva prontamente. Y esto, en un contexto en el que el tipo de cambio ajustado por inflación está en un nivel todavía razonable.
Por otro lado, a diferencia de otros momentos de la historia argentina, el endeudamiento externo del sector privado es bajo: 17% del PBI.
Y fuera del país, por más que vamos a un escenario complejo, hay un factor nada despreciable para los países emergentes en general: las tasas de interés se mantendrán bajas por un buen tiempo.
El gobierno presentó una propuesta de reestructuración muy agresiva, que reduciría la carga de la deuda de forma notable y facilitaría que la misma volviera a ser sostenible
Las penurias económicas que causaron el ajuste fiscal y cambiario de los últimos años, el coronavirus y el conflicto con los acreedores constituyen así una especie de “borrón y cuenta nueva” en varios aspectos, y por lo tanto, una oportunidad. Claramente es menor en magnitud a lo que fue la del de 2001/2 y viene con enormes desafíos por delante, pero no es para nada despreciable. ¿Podremos aprovecharla para esta vez torcer nuestro destino? Depende crucialmente del actual Gobierno.
Revisando lo hecho en el pasado por gobiernos de cuño similar al presente, existe el gran riesgo de que el margen de maniobra que pueda aparecer se use para fomentar excesivamente el consumo, con tasas de interés artificialmente bajas, impulso fiscal y controles varios. El final es conocido: alta inflación y estancamiento en un contexto de creciente intervención estatal. Lamentablemente, una reciente entrevista concedida por el presidente no permite ser muy optimista en este sentido. Así, habría que aferrarse a la famosa frase “no miren lo que digo sino lo que hago” para guardar alguna esperanza. Y éste es tal vez el problema más profundo que enfrenta la Argentina para poder salir adelante: lo que es ampliamente aceptado a nivel global como una política macroeconómica sana, aquí no es aceptado por una porción importante de la dirigencia política, gran parte de la cual hoy justamente forma parte de la coalición de gobierno; sólo se aplica ante las emergencias o disimuladamente si algún gobierno la considera correcta, por lo que nunca es duradera, dando por resultado la paupérrima performance económica que todos sufrimos.
Sin embargo, la coalición gobernante es muy variada en sus concepciones, por lo que todavía hay lugar para alguna esperanza de cambio. El Presidente repetidas veces mencionó que el papa Francisco es un referente importante para él; en este sentido, sería provechoso para el país que recordara en este momento una parte de la Oración por la Patria que la Iglesia Católica creó durante la crisis de 2001: “concédenos la sabiduría del diálogo”.
El autor es licenciado en economía UCA, profesor de economía monetaria UCA y director de C&T Asesores Económicos