En 1950, cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial y derrotado el Eje comandado por Hitler, Ramón Carrillo dictó tres clases en la Escuela de Altos Estudios Militares, destinadas a la alta jerarquía castrense. El tema de la disertación era ofrecer las bases sociales y metodológicas para afrontar una “guerra psicológica”, para la cual el Ejército argentino y la sociedad en su conjunto debían prepararse. Influido por la doctrina de la guerra total -atribuida al general que condujo al Ejército alemán durante la Primera Guerra, Eric Ludendorff-, que expresaba una nueva morfología de los conflictos bélicos a escala mundial, Carrillo contribuyó a incorporar una dimensión sanitarista a la idea de que un eventual conflicto bélico involucraría factores políticos, económicos, geopolíticos y psicológicos.
Para ello, era fundamental la colaboración estrecha entre los hombres de las armas y de la ciencia, para conducir a los soldados y las masas hacia este tipo de guerra. En una carta al general Perón, Carrillo le cuenta su participación en la fabricación de lo que fue el arma secreta de los ejércitos alemanes, el Pervitín: “Yo estuve en Holanda y en Alemania los cinco años anteriores a la última guerra y me di cuenta, antes de volver a la Argentina, que se estaba preparando la guerra de los laboratorios donde yo trabajaba sobre drogas contra la fatiga que luego utilizaron las fuerzas blindadas (de la Alemania nazi, tal como vimos en un capítulo anterior) para hacer marchas de cinco o seis días sin dar descanso a la tropa”.
La “clarividente concepción psicológica alemana” le resultaba a Carrillo el ejemplo más acabado para replicar. Sirviéndose de “cinco mil hombres de ciencia, todos ellos altamente especializados en materia psicológica y que el Ministerio de Propaganda trabajaba en coordinación con ese cuerpo”, los alemanes “consiguieron mantener, aún en los momentos más terribles y más cercanos a la catástrofe, la moral necesaria en el pueblo para que éste siguiera trabajando, colectivamente unido y fuerte; y en el combatiente, el mismo espíritu de lucha”. Carrillo ilustraba a sus alumnos, que eran jefes y oficiales, sobre la necesidad de utilizar las herramientas de la psicología de masas unida al control de la información y el uso de la propaganda para “crear en las masas la ilusión de un porvenir superior” y prepararlas para un estado bélico cuyos objetivos principales, en términos de la guerra psicológica, eran: “Conseguir el ajuste más perfecto de la población civil; realizar la profilaxis del miedo; eliminar del servicio los psicópatas, esto es, realizar la higiene mental entre los componentes de un ejército en guerra; y conseguir la fanatización en el ejército y de los no combatientes, en base a una doctrina”.
Uno de los elementos esenciales de la doctrina consistía en “reeducar a la población y eliminar a los inadaptados para que puedan vivir con normalidad en un estado de guerra”. Así, el ejército tenía la tarea de “mantener equilibrada a esta sociedad bélica” mediante la manipulación de dos factores determinantes en el aspecto defensivo de la guerra psicológica: el miedo y la rabia. “Lo que posiblemente originó la gran fortaleza del frente interno alemán fue la seguridad y la precisión de las informaciones, que trasuntaban seguridad en el comando (...). Otra de las causas que contribuyen a acrecentar el miedo en la población es el misterio que irradia la situación. El anuncio de que existe un arma secreta y de que se ha instaurado un régimen se difunde mediante la propaganda consistente en la multiplicación de rumores. Por eso, los alemanes hicieron una gran propaganda sobre los mortales efectos de sus armas, antes de utilizarlas”, apuntaba el profesor Carrillo.
Para explotar el sentimiento de rabia en la población, los alemanes “hicieron su gran propaganda sobre el ‘espacio vital’, porque ese pueblo padecía necesidades biológicas, psicológicas y morales que no podía satisfacer. Eso va produciendo, poco a poco, un impedimento en la acción que desarrollan las personas individualmente y el pueblo como su conglomeración dinámica, obstaculizándoles el cumplimiento de sus fines y objetivos”. Este control y esta exacerbación del miedo y la rabia eran pasos previos a un estadio de elación que, según palabras de Carrillo, se traducía en un estado en que “el hombre se muestra agresivo, pero su agresividad va acompañada por un componente de seguridad, de confianza en sí mismo; y cree firmemente que, sobre todo, está defendiendo una causa justa contra un enemigo odioso y odiado”. Esto debía “inculcarse en la tropa y en todo lo que de ella dependa”.
En cuanto al aspecto “ofensivo” de la guerra psicológica, debía orientarse a “debilitar y quebrar la moral de guerra del adversario”. Para ello, el periodismo jugaba un papel muy importante en su rol de “polemizar con el adversario y destruirle toda su argumentación de guerra, para destruir su doctrina”. Como ejemplo de tal estrategia, apuntaba a cómo Goebbels había llegado a “convencer a millones de que el mundo debía optar entre el fascismo o el nacionalsocialismo, y el comunismo”. La selección “psicotécnica” de soldados y jefes era otro de los vértices principales para llevar a cabo esta doctrina. Así lo expresaba: “En cuanto a la higiene mental, ella es tarea enorme. Los psicópatas, los neurópatas, los semialienados, los fronterizos, constituyen un factor de sumo peligro y de perturbación en todos los órdenes de las actividades humanas. En caso de guerra hay que eliminar su influjo poco a poco de la población civil, a medida que se los contiene con el apoyo terapéutico más adecuado al caso. Del ejército, en cambio, su influencia hay que eliminarla drástica, fulminantemente”.
Aquí nuevamente, el ejemplo alemán era el más propicio. El Instituto o Laboratorio de Psicología Militar habían creado el concepto de “Soldatemtum”, que se traducía como “espíritu militar”. Esto significaba seleccionar a los soldados que fueran portadores de una serie de “virtudes” que determinaban al prototipo ideal del jefe militar alemán y eliminar a quienes no cumplieran con aquellos requisitos. Las virtudes que exaltaba Carrillo se sintetizaban en: “Completo dominio de sí mismo, poder de sugestión sobre los demás, decisiones reflexivas y rápidas, tendencia heroica y ‘amor a los valores puros’, y capacidad de sacrificar las propias comodidades”, al tiempo que apostaba por un ejército nacional portador de aquellos excelsos valores, cuyo epítome era José de San Martín. Era necesaria para él la creación de un Instituto de Psicología Militar que tuviera por objetivo “formar el prototipo ideal del jefe” y determinara “los principios en que debe fundarse la selección para obtener el material humano con el cual se obtendrá dicho prototipo”.
La metodología propuesta involucraba una serie de tests de “conformación” congénita y de dotes adquiridas, y de “reacción”, referidos a la “capacidad de adaptación del sujeto al medio y el don de simpatías afectivas que posee. La prueba biográfica, la prueba de los medios de expresión, las pruebas psicológicas o de inteligencia, las pruebas de eficiencia y de voluntad, las pruebas de audacia y, finalmente, las pruebas de mando”. Con esto, se evitaría la incorporación “de jóvenes que fracasarán indefectiblemente (...), así como las bajas prematuras y los fracasados por fallas insanables no atinentes ni a su voluntad ni a su conducta, ni siquiera a su inteligencia”. Algunas de estas “fallas insanables” o “rarezas” eran clasificadas como los “soldados taciturno y solitario” o “jóvenes sospechosos de prácticas sexuales antinaturales”. Todas estas conductas serían incorporadas en una ficha psicológica del nuevo conscripto, que evitaría el ingreso de tales “anormales” a las fuerzas militares.
Los nazis antes de comenzar a invadir otros países utilizaron prácticas de eugenesia aberrantes en su propia población; querían perfeccionar la raza aria, así como desocupar las camas para la guerra que se avecinaba y bajar el costo económico que implicaban los “deformes, enfermos incurables, enfermos psiquiátricos graves y por supuesto desviados sexuales”. Para eso se creó a unidad Action T4, con la orden de eliminar a 70.000 personas. El T4 terminó eliminando a más de 400.000 alemanes. Una vez comenzada la guerra, se les unió Carl Vaernet, después conocido como “el Mengele danés”. En el campo de concentración de Buchenwald, él utilizaba a los homosexuales como conejillos de indias para curar la enfermedad. Les ponía una glándula artificial que liberaba testosterona. No se sabe cuántos realmente murieron en sus experimentos. Al terminar la guerra, Vaernet es detenido por los ingleses, pero al poco tiempo escapa y, apoyado por el gobierno argentino, llega en 1947 y es contratado por Carrillo para trabajar bajo sus órdenes en su Ministerio.
Cabe acotar que parte de equipo del Action T4 también pudo entrar a la Argentina mientras Carrillo era asesor del grupo del comisario Peralta, a cargo de los permisos o negativas en migraciones. Entre ellos, Walter Rauff, jefe de regimiente, que fue el inventor de las cámaras de gas ambulantes usadas por el T4. El 28 de abril de 1947, Carrillo y Vaernet firmaron un contrato de cinco años de trabajo por el cual Vaernet pasó a desempeñarse en la entonces secretaría de Salud Pública como “médico fisiológico”.
El 8 de marzo de 1948, Carrillo firmó una nueva resolución para Vaernet, a quien adscribe “a las órdenes directas del suscrito” con el objetivo de “disponer en forma frecuente y directa a la información que, acerca de su especialización científica, posee el funcionario técnico contratado, Doctor Carlos P. Vaernet”. Legajo Personal número 11.692. Cabe acotar que paralelamente Karl Vaernet puso una clínica aprobada por Salud Pública en la calle Uriarte en Palermo donde “curaba la homosexualidad” insistiendo con los métodos practicados en Buchenwald.
En su artículo “Doxa, eugenesia y derecho en la Argentina de posguerra (1949-1957)”, la investigadora Marisa Miranda, experta en el estudio de la eugenesia en la historia argentina, recorre en profundidad la fuerte impronta eugenista del peronismo. Explica que “la adscripción del peronismo a la eugenesia y a su variante biotipológica quedó sellada en mayo de 1946, momento en que Perón crea la Secretaría de Salud Pública y designa como Secretario (con jerarquía de ministro) a un activo eugenista biotipólogo, el neurocirujano Ramón Carrillo”. Carrillo creía que “la biotipología debía considerarse una ‘rama de la higiene’ y que la eugenesia, como ́'ciencia de la procreación', debía convertirse en “la verdadera higiene sexual de nuestros tiempos”.
Carrillo fue un sanitarista indiscutible y un hombre imperfecto, con claroscuros, como todos. Los contextos cambian y las sociedades transforman sus puntos de vista. Pero no se puede obviar que cuando en 1950 dictó aquellas clases para oficiales y jefes en la Subsecretaría de Informaciones de la Nación con las que empieza este artículo, los nazis ya habían sido derrotados y las consecuencias de la eugenesia estaban a la vista. Esta es una de las particularidades de la eugenesia en la Argentina. El fichaje de personas “normales” y “enfermas”, y la exaltación de la “pureza racial” no se quedaron en los ’40. La singular facultad de Eugenesia argentina, que emitía un título de licenciado en Biotipología, tuvo apoyo estatal al menos hasta la década de los ’80.
Bibliografía consultada para este artículo:
-'La política sanitaria del peronismo’ de Karina Ramacciotti
-'La guerra psicológica" de Alejandro Braile y Osvaldo Vergara Bertiche
-'Perón y la raza argentina’ de Marcelo García
-'La auténtica Odessa’ de Uki Goñi