Asomarse a la “nueva normalidad” mete miedo. En principio porque oficializa la idea de que ya nada volverá a ser como lo hasta ahora conocido; que la vida, de aquí en más, será muy diferente a la que pusimos en pausa dos meses atrás.
La expresión en sí misma encierra una falacia. ¿Qué puede tener de normal vivir encorsetados en prácticas y restricciones tan ajenas a nuestra propia naturaleza? ¿Cómo acostumbrarnos a no poder acercarnos a los demás? No poder tocar, ni besar, ni abrazar a los que queremos como premisa sostenida en el tiempo resulta insoportable, supone reprimir nuestros impulsos más naturales, una de nuestras más básicas necesidades.
El cuerpo del otro percibido como riesgo, como amenaza. El otro como vector, como transmisor de un patógeno, como hiper propagador del virus, la enfermedad y la muerte.
De eso se trata el distanciamiento social, sea o no obligatorio
¿Quién no sintió en estos días un extraño desasosiego obligado a esquivar un beso, renegar de un abrazo, a ceder paso en un ascensor para no respirar junto a un otro?
¿Quién no cayó en la cuenta de que, quién sabe por cuanto tiempo, no dispondremos ni siquiera de sutil caricia de una sonrisa, de la delicada complicidad de un mohín para sobrevivir en esta intemperie?
A medida que nos sumergimos en la aplastante aceptación de esta realidad vamos incorporando lógicas tan extravagantes como fastidiosas. Máscaras, barbijos, lavajes y fumigaciones auguran la entrada a un tiempo dominado por la fatiga de mantener a raya una amenaza invisible.
¿Qué puede tener de nuevo la aplicación de políticas, esta vez sanitarias, que cierran fronteras, limitan libertades individuales, desconocen derechos personalísimos y naturalizan con las mejores intenciones inéditas formas de discriminación?
¿Cuál es la novedad que implica una apertura segmentada, guionada por protocolos y tutoriales que nos irán permitiendo, en el mejor de los casos, volver a trabajar, a producir, a sostener algunos vínculos acotados?
“Esto va para la largo”, dijo Ginés González García. “Pese a ser un siglo hiper tecnológico, tenemos un nivel de incertidumbre notable, mucho de lo que hoy se dice, al otro día no es válido. Tiene cierta similitud con una esperanza o adivinanza”. Nuestro inefable ministro de Salud no pudo ser más crudo para describir el momento.
Cada decisión de apertura lleva implícita la posibilidad de un volver a cerrar. No hay certeza alguna. No hay Big Data que alcance para garantizar un rumbo. Si algo caracteriza este momento es que la experiencia del pasado no sirve para pensar el futuro. Ni siquiera la del pasado más reciente.
Mientras nosotros hacemos pie en una apertura fragmentada y por jurisdicciones y debatimos si es más urgente permitir una vuelta manzana o levantar las persianas de las producción, el mundo ensaya otras opciones.
El concepto de la “corona bubble” tiene ya en Bélgica estatus oficial.
De cara a la segunda fase del confinamiento, el gobierno belga permite a partir este fin de semana, que cada familia pueda reunirse con otras cuatro personas. Todas las que se decida incluir en el núcleo deben pertenecer al mismo hogar, ser siempre las mismas y comprometerse a no interactuar fuera de la burbuja que se ha elegido.
El permiso no incluye la posibilidad de abrazarse ni acercarse. Se debe mantener a rajatabla el distanciamiento social y en el caso de tener balcón, jardín o terraza el encuentro debe darse en exteriores.
La letra chica de la medida ha generado, no obstante, confusión y debate.
La idea de emparejar dos familias de manera estricta no parece fácil de implementar. Con tanto divorcio, familia ensamblada y adolescente desesperado por reencontrarse con sus pares, la disputa por el control de la elección trae más discusiones que alivio.
Los conceptos epidemiológicos no parecen encuadrar en las lógicas de la vida social, ni el Bélgica ni en ningún lugar del mundo. La implementación de este concepto de células que permitiría identificar y aislar rápidamente la red de contactos en caso de contagio es una propuesta de los sanitaristas que probablemente aumente el trabajo de los psiquiatras y psicoanalistas.
En Nueva Zelanda también se trabaja sobre esta idea. “Tu burbuja es como un escudo protector que puede evitar que te contagies. Mantén tu burbuja exclusiva y pequeña. Cuantas más personas tengas en tu burbuja extendida más posibilidad hay de entrar en contacto con alguien que tenga Covid-19”, explica en su página web el Ministerio de Sanidad neozelandés.
En Canadá son varias las provincias en las que ha comenzado a aplicarse el concepto de la “burbuja doble”. Allí también se establece una suerte de contrato de exclusividad. Nada de andar burbujeando con otros.
Otro asunto es la denominada “burbuja de viaje”. Se trata de la exploración que ya están haciendo varios países para ir reabriendo sus espacios en orden a establecer corredores aéreos que permitan retomar el turismo y otros intercambios.
Los estados deberán determinar con quiénes se integran a una burbuja teniendo en cuenta la paridad de riesgos y estatus frente al desarrollo de la pandemia. Es sine qua non que los países que se integren en un arreglo de este tipo compartan los niveles de riesgo y el concuerden en las estrategias para enfrentar el COVID-19.
Australia y Nueva Zelanda ajustan por estas horas su protocolo para integrarse en una “burbuja de viaje”. Con la situación más controlada que en otras zonas del planeta harán su experiencia.
Alemania y Austria ya abrieron tres puntos fronterizos y comenzaron a transitar esta etapa de la “nueva normalidad”. También se franqueó El Paso entre Alemania, Francia y Suiza aunque de modo restringido. Islandia también relajó sus restricciones y el Báltico ya tiene su pequeña burbuja con la integración de Estonia, Letonia y Lituania.
Nuestros desafíos están lejos aún de entrar en estas fases. Por el momento seguimos librando nuestras batallas.
El Ministerio de Salud, Ciencia y Tecnología de la Provincia de Santa Fe publicó un protocolo de higiene y funcionamiento de peluquerías, salones de belleza, podología y anexos.
El documento que también pone en la pista de cómo viene la esperada “nueva normalidad" consta de varias fojas. Incluye pautas muy estrictas y precisas y material visual que detalle cómo lavarse prolijamente las manos entre cliente y cliente. Uno de las restricciones es particularmente inquietante. En el capítulo 4.4 se determina que las personas mayores de 60 años, embarazadas o con enfermedades de riesgo no podrán ingresar a las peluquerías y salones de belleza. Adultos mayores, mujeres en la dulce espera y gente con las defensas bajas a arreglarse como se pueda.
Nuevas formas y criterios de discriminación vienen con el catálogo del coronavirus. Habrá que estar muy atentos a la llegada de la “nueva normalidad”.