Los 72 años de la independencia del Estado de Israel y las oportunidades de desarrollo para la Argentina

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David Ben-Gurion durante el anuncio de la independencia de Israel, en el museo de Tel Aviv en 1948
David Ben-Gurion durante el anuncio de la independencia de Israel, en el museo de Tel Aviv en 1948

Hoy, 14 de mayo, se cumple un nuevo aniversario de la creación del Estado de Israel, 72 años desde aquella tarde en que, a pocas horas de que finalizara formalmente el mandato británico, David Ben-Gurión leyó la declaración de independencia en el Museo de Arte de Tel Aviv. En el calendario hebreo, la fecha correcta es el día 5 de Iyar, que puede no coincidir con el día en que se recuerda la independencia en el calendario gregoriano. Más allá de cómo se mida el tiempo, lo cierto es que desde aquel momento comenzaba a funcionar la que se convertiría, a la postre, en la única democracia de Medio Oriente.

Este año, el recuerdo de la fecha patria israelí se da en un contexto internacional muy particular. La pandemia del COVID-19 golpea a todo el mundo por igual y plantea desafíos impensados hasta hace tan solo un par de meses. Pero son estos retos, justamente, los que ponen de manifiesto la real capacidad de respuesta de los países y demuestran el verdadero alcance de su desarrollo.

Como ya hemos comentado en artículos anteriores, desde su nacimiento a la actualidad, Israel ha logrado ponerse a la vanguardia en el campo de la ciencia y la tecnología. Si vamos a los indicadores, es el país –junto a Corea del Sur– que más invierte en investigación y desarrollo (4,6 % del PBI), y el primero en el ranking de investigadores por cada millón de ciudadanos: 8250, por arriba de Dinamarca (7897), Suecia (7593), Corea del Sur (7514) y Singapur (6730). Además, en el rubro patentes, Israel se ubicó en el 10.° puesto en el Índice Global de Innovación 2019 de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO).

Citamos estos números porque tienen correlación directa con la reducción de la pobreza. Vivimos en lo que los expertos llaman la “economía global del conocimiento”, en la que las naciones que producen más innovaciones tecnológicas son las que más crecen. De esta forma, la dependencia de los recursos naturales cada vez es menor, mientras que aquellas sociedades que logran productos de alto valor agregado, son las que más se desarrollan. Claro que para ello se necesita un sistema de educación sólido e integrado al complejo científico-tecnológico.

Por todo esto, no sorprende que Israel esté realizando un buen desempeño en la lucha contra el coronavirus, que esté aplicando tratamientos de alta efectividad en pacientes graves, y que sus laboratorios estén considerados entre los que tienen más posibilidades de encontrar una vacuna efectiva contra el COVID-19. Como dijo la embajadora del Estado de Israel en la República Argentina, licenciada Galit Ronen, durante una videoconferencia organizada por la Cámara de Comercio Argentino Israelí (CCAI) para celebrar este aniversario de la independencia: “No tenemos recursos naturales, pero desarrollamos los recursos del cerebro”.

De todas formas, el liderazgo de Israel en el contexto de la pandemia no está atado solamente al aspecto científico o médico. Por ejemplo, como reflejo de la tradición solidaria y comunitaria del país, una empresa israelí liberó para todo el mundo la patente de sus respiradores artificiales, para que otras naciones pudieran procurarse esta herramienta tan necesaria en pacientes críticos afectados por el COVID-19. Por otra parte, la clase política de Israel ha dado una gran muestra de civilidad y compromiso cuando, después de tres elecciones fallidas y varias negociaciones infructuosas, y en vistas de la difícil situación ante la pandemia, el primer ministro Benjamin Netanyahu y el líder de la oposición, general Benny Gantz, acordaron compartir el poder los próximos tres años. Ambos líderes resignaron importantes pretensiones en aras de la unión nacional.

En la editorial Taeda, institución que tengo el honor de presidir, y en particular en la revista DEF, hemos publicado extensos informes para mostrar “la otra Israel”, esa nación que, más allá de sus conflictos geopolíticos, es pionera en desarrollos que van desde el riego por goteo, hasta aplicaciones como Waze y Moovit, que han facilitado enormemente el transporte a lo largo del mundo. No en vano Israel se ha ganado el mote de “start-up nation”, un verdadero semillero emprendedor, donde los ciudadanos pueden vivir en libertad y desarrollar sus potencialidades.

Entre Argentina e Israel existen numerosas oportunidades para que nuestras respectivas naciones se desarrollen en conjunto. Si bien las realidades de ambos países son bien distintas, ambas economías son absolutamente complementarias y su destino, sin dudas, es común. En ese sentido, debo destacar la labor de la embajadora Ronen, quien, a pesar de haber llegado al país hace apenas ocho meses, ha logrado importantes hitos en la relación bilateral, como por ejemplo, la visita del presidente Alberto Fernández a Israel en enero pasado (su primer viaje al exterior al frente del Poder Ejecutivo), en la que mantuvo –entre muchas actividades– una reunión con su par, Benjamin Netanyahu.

El Estado de Israel y la República Argentina tienen una larga historia común. Nuestro país fue uno de los primeros en reconocer el nuevo estado de Medio Oriente. Las relaciones diplomáticas y consulares entre ambos países se iniciaron oficialmente el 31 de mayo de 1949, durante el gobierno del presidente Juan Domingo Perón, con el Dr. Pablo Manguel como primer embajador argentino ante Israel, y persisten hasta el día de hoy con más fuerza que nunca. Entre los numerosos ámbitos en los que podemos trabajar juntos, se destacan los de la agrotecnología, la irrigación inteligente, la agricultura de precisión y la robótica orientada al sector agrícola, entre otros desafíos.

En estos 72 años, Israel pasó de ser un país pequeño de 800.000 personas a una potencia económica y tecnológica de 9,2 millones de habitantes. Lo que para muchos era un desierto estéril e improductivo, hoy es una pujante incubadora de start-ups valuadas en cientos de millones de dólares. Como dijera el presidente de Israel y premio Nobel de la Paz, Shimon Peres, en la última oportunidad en que tuve el privilegio de visitarlo antes de su partida, “somos un pueblo que ha experimentado una agonía inimaginable, y somos un pueblo que ha alcanzado lo más alto en los logros humanos”.

Shimon Peres, “el más joven de los presidentes”, como me gusta llamarlo, fue un incansable luchador por la paz, a la que, según decía, se llegaba por el camino de la educación, la ciencia y la tecnología. Su ideario se plasma perfectamente en el nombre de la institución que sigue trabajando en su legado: el Centro Shimon Peres para la Paz e Innovación.

Amigo de la Argentina, Peres visitó nuestro país en varias oportunidades y conoció bien a nuestro pueblo. Vale la pena rescatar el diagnóstico que dio durante su última visita a Buenos Aires: “Argentina es un país en transición, donde la generación joven mira al futuro en busca de ciencia y conocimiento. Los argentinos vivían en base a la tierra, pero la tierra ha perdido importancia... no es suficiente tener tierras, porque no es algo creativo”.

Por todo esto, más allá de las penurias y dificultades que nos plantea un tiempo tan complicado como el que estamos atravesando, la pandemia puede significar una oportunidad para nuestro país. Si se mantienen los bajos índices de contagio y mortalidad que presenta actualmente Argentina, el país podrá recuperarse mucho más rápido que otras naciones y, como ocurrió con otras etapas de la historia, tendrá una plataforma muy favorable para su desarrollo. En este sentido, Israel es un ejemplo a seguir y un amigo con el que podemos trabajar. Sabemos que nadie se salva solo. Como dijo el papa Francisco a propósito de la pandemia: “Estamos todos en la misma barca y somos llamados a remar juntos”.

Por eso no quiero dejar pasar la oportunidad de saludar a todos nuestros amigos israelíes en un nuevo aniversario de su independencia. Para el tradicional brindis israelí se utiliza la voz “lejaim”, que literalmente quiere decir “por la vida”. Reforzado por el contexto particular que atraviesa el mundo, va nuestro reconocimiento al pueblo israelí: “¡Lejaim!”.

El autor es presidente de Taeda Editora

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