Los místicos hebreos a través de la Kabalá, a lo largo de siglos de estudio y meditación, fueron en búsqueda del gran secreto. El misterio que lo develaría todo. No sólo decidieron comprender el funcionamiento interno de Dios sino que fueron más allá aún. Su último objetivo era más peligroso e incierto: comprender el funcionamiento del ser humano. Al intentar definir y explicar la interioridad divina, lo que hacían era dibujar el mapa del alma de su más sofisticada y compleja creación: la de la mujer y el hombre.
Hasta la irrupción de la mística judía alrededor del siglo XIII, Dios había sido descripto en la Biblia en su dimensión más inmanente, mostrándose en lo cotidiano de la historia y la vida de los antiguos patriarcas y profetas de Israel. Más tarde en el Talmud, Dios se manifestaría ya a través de su mensaje y su Ley de manera trascendente, a través del debate ideológico y la interpretación de sus textos. Pero para el tiempo de la Kabalá el desafío por descubrirlo sería diferente. Esta vez, los sabios ingresarían dentro de Él.
La filosofía de la mística judía desarrolló el concepto de “Hitbodedut”, el encuentro con lo divino, a través de la distancia de la rutina y el ingreso a un tiempo de profundidad espiritual para el equilibrio emocional. A ese Dios sin nombre, la Kabalá le descubrió 72 diferentes nombres. Quizá para conocerlo mejor, quizá para reafirmar la imposibilidad de conocerlo por completo, jamás.
En el Zohar, uno de los libros fundantes de la mística hebrea, nos enseñan acerca del Árbol de la Vida representado por las 10 Sefirot, las cuales son descriptas como emanaciones de lo divino. La palabra Sefira proviene de la piedra preciosa del Zafiro ya que cada emanación brilla y emite una luz que irradia sabiduría. A partir de la comprensión de cada una de las Sefirot es que los místicos enseñaron cómo comprender los mecanismos de Dios, con el objetivo ulterior de dilucidar cómo trabajar en nuestros propios funcionamientos internos.
Cada Sefirá está relacionada a una parte del cuerpo. Así hay Sefirot relacionadas a la cabeza y la mente como las de la comprensión, el entendimiento y la inteligencia, las cuales definen las ideas, los pensamientos, los sueños y la creatividad. Otras se identifican con los brazos, vinculadas a la acción, como las Sefirot de la justicia, el amor y la belleza del equilibrio entre ellas. Mientras que otras se vinculan con las piernas, en relación al vehículo que nos lleva a actuar luego de soñar. No alcanza con pensar y hacer, sino que debemos saber hacia dónde dirigimos nuestras convicciones y acciones.
En el calendario hebreo, esta semana se corresponde con la octava Sefirá, la llamada “Hod”. Hod es representada por la pierna izquierda, y es la contracara de la Sefirá que nombramos la semana que pasó, “Netzaj”, la de la Victoria, generalmente representada por la otra pierna.
Netzaj, la Victoria, está relacionada a nuestra vocación de avanzar, al espíritu emprendedor de lograrlo, a la convicción de vencer. Es el paso decidido que damos hacia nuestro mañana. Lo que nos hace y motiva a ir hacia delante en lo que nos propongamos, en lo que necesitemos alcanzar, en lo que busquemos triunfar.
Franz Kafka planteaba que a partir de cierto punto no hay retorno y que ese es el punto que hay que alcanzar. Sin embargo, todo en la vida exige equilibrio. El punto medio es el que equilibra nuestras decisiones, modera las intenciones y focaliza el lugar al que en verdad necesitamos llegar. En contraposición a Netzaj, esta semana vivimos la Sefirá de Hod, la otra pierna de nuestro andar. Hod es el pie que frena, el que se detiene para recalcular. Tiene que ver con el sentido de lo práctico, el tamiz de la razón a los deseos, el filtro de nuestra mente a las motivaciones emocionales. Mientras Netzaj habla de avanzar hacia el deseo, Hod le da molde a la concreción o no concreción de ese deseo. Netzaj es esa parte nuestra que lo dice todo, Hod es la que decide consentir, la que está segura de que es mejor en esta ocasión callar. La que en vez de abrir la puerta, decide esperar.
Son dos las piernas las que nos llevan a destino. Pero el destino lo aseguramos no dando pasos en falso, ni quedándonos inmóviles. No a las apuradas queriendo llegar en un instante, ni adormecidos esperando a que el futuro llegue solo. Esta semana estamos llamados a pensar nuestros movimientos, a recapacitar nuestras motivaciones y racionalizar nuestras emociones. Para dar los pasos precisos y ser el vehículo equilibrado de lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos.
Amigos queridos. Amigos todos.
Hod quiere decir “Esplendor”. “Brillo”.
Chesterton escribió: “Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina”.
El esplendor interior es la expectativa por descubrir lo que nos espera con solo caminar hasta ese lugar. Lo que nos hace resplandecer dentro en la esperanza de abrazar eso que nos espera. Puede ser a nosotros mismos, al alma que espera ser descubierta ahí dentro, puede ser un amigo, un proyecto, un deseo, un futuro, una caricia, un reconocimiento, un poco de paz, una sonrisa o un buen amor. Todo eso está apenas a la vuelta de la esquina. El aislamiento le da incluso una cuota de aventura al viaje. Sentir ese esplendor, ese brillo dentro, se asemeja casi al mapa secreto que lleva al tesoro soñado.
Martin Luther King decía: “Da tu primer paso ahora. Da tu primer paso y el camino irá apareciendo a medida que avances”. Porque, en definitiva, para brillar sólo debemos aprender a caminar.
El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.