Ana tiene 36 años. Vive con su marido y sus dos hijos de 5 y 8 años. Trabaja como responsable de marketing en una empresa multinacional donde es reconocida por su labor y siente que está comenzando a hacer carrera. Ana es hija única y su papá, de 72 años, vive solo a unas 20 cuadras de su casa. Lo que antes del surgimiento del Covid-19 era para Ana una vida arquitectónicamente construida siguiendo los casi inalcanzables preceptos del work life balance -un eufemismo organizacional para definir la maratónica realidad de las mujeres a la hora de compensar vida laboral con vida familiar- hoy hace estallar su rutina y, como un virus, va infectando cada espacio de su autonomía personal.
Está claro que la aparición del coronavirus y las medidas sanitarias y de prevención adoptadas por los gobiernos, si bien se revelan como necesarias, conllevan un alto costo económico que repercute directamente en toda la sociedad, sin distinguir ocupación, clase social, raza, ni género. Pero es importante poner luz sobre la particular realidad que nos toca vivir a las mujeres, y en el doble impacto que la pandemia está teniendo y tendrá sobre nuestra autonomía económica a la hora de transitar la salida a esta crisis.
Revisemos algunas estadísticas. Hay un “trabajo invisible” que hace que el mundo funcione, y que se realiza puertas adentro: limpiar, cocinar, cuidar de los hijos y de los adultos mayores. La inmensa mayoría de las personas que lo ejercen son mujeres y lo hacen sin cobrar. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres se dedican a esta labor 3,2 veces más tiempo que los hombres, y esto las deja con menos espacio para dedicarse a una vida profesional. En nuestro país, en todos los estratos, 9 de cada 10 mujeres hacen a diario tareas vinculadas al cuidado doméstico y de los miembros de la familia, según cifras de Indec. Significa que aunque logren contratar a otra persona para que las ayuden, que en general es otra mujer, son ellas las encargadas de administrar la vida doméstica.
Si esta dedicación fuera remunerada, representaría el 9% del PBI mundial, lo que equivale a 11 billones de dólares. Las consecuencias son claras y se traducen en una incapacidad de poder trabajar menos en empleos formales, y por tanto, en que las mujeres sean siempre más pobres. Según ONU Mujeres, por cada 100 hombres que viven en pobreza extrema en América Latina, hay 132 mujeres en la misma condición.
Tomando en cuenta esta realidad, no cabe dudas de que la suerte está echada para Ana. Cuando la fase más dura de la cuarentena termine, ella tendrá dificultades para retomar su trabajo. Sus hijos aún seguirán en la casa sin poder ir a la escuela y su padre adulto mayor continuará aislado y con requerimientos de asistencia por no poder salir a la calle. Intentará teletrabajar, pero los niños, que no saben de agendas laborales, la interrumpirán en medio de una reunión virtual o cuando intente diseñar esa planificación que tanto análisis requiere. Su capacidad de atención en el trabajo se verá lógicamente afectada, y en un par de meses, cuando se genere la tan ansiada posibilidad de ascenso, un compañero de trabajo varón, que sí pudo volver a la oficina sin ningún obstáculo, obtendrá ese puesto.
Pensar en Ana es pensar en millones de mujeres en la Argentina que hoy, más que nunca, nos exigen diseñar nuevas estrategias para mitigar ese doble impacto que la pandemia tendrá sobre su autonomía económica. La salida de esta crisis epidemiológica y socioeconómica tiene que poder pensarse en clave de género, considerando las necesidades específicas de las mujeres para evitar replicar y reforzar las inequidades preexistentes. Y para ello es indispensable incluir a mujeres en los espacios de toma de decisiones destinados a pensar la estrategia de recuperación. Cabe observar la experiencia en la lucha contra el Covid-19 que nos muestran los países liderados por mujeres: Alemania, Finlandia, Taiwan, Islandia, Noruega, Dinamarca y Nueva Zelanda son un ejemplo de que el modelo de liderazgo femenino a la hora de conducir esta crisis ha aportado muy buenas respuestas.
Los resultados de avanzar en este sentido redundarán no solo en una salida más eficiente frente a esta pandemia y sus efectos, sino que colaborará con la creación de un mundo con reglas de juego más equitativas. Algo que no puede seguir esperando a una próxima pandemia.
La autora es senadora nacional y ex ministra de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad.