El 25 de abril de 1945 las tropas aliadas entraron por primera vez en contacto directo, cortando a Alemania en ocho partes. Las primeras unidades en hacer contacto entre ellas fueron la 69° División de Infantería norteamericana y la 58° División de Guardias soviética, cerca de Torgau sobre el río Elba, localidad donde soldados de ambas nacionalidades realizaron una breve celebración por encontrarse personalmente tras meses de avances desde extremos opuestos.
A partir de ese momento los acontecimientos tomaron un ritmo frenético. En la tarde del 30 de abril, con la caída inminente de Berlín, Adolf Hitler se suicidó en su búnker de la Cancillería junto a Eva Braun, entendiendo que la guerra ya estaba perdida para el Tercer Reich y con la obsesión de no ser capturado vivo por las tropas que se encontraban a pocas cuadras de su escondite subterráneo.
En su último testamento, Hitler nombró a sus sucesores: el Almirante Karl Dönitz como el nuevo Reichspräsident (Presidente de Alemania) y al ministro de Propaganda Joseph Goebbels como el nuevo Reichskanzler (Canciller) . Sin embargo este último también se quitó la vida con su esposa en la mañana del 1° de mayo, dejando al almirante Dönitz en libertad de acción para eventualmente dirigir las negociaciones para la capitulación.
A las 2:41 de la mañana del 7 de mayo de 1945, en los cuarteles del Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en Reims, el general Alfred Jodl, firmó el acta de rendición incondicional de las fuerzas alemanas ante los Aliados. Esta incluía la frase «todas las fuerzas bajo el mando alemán cesarán las operaciones activas a las 23:01, hora de Europa Central, el 8 de mayo de 1945». Tales palabras no hacían diferenciación entre las fuerzas nazis que luchaban contra los Aliados Occidentales o contra los soviéticos, por lo cual se infería tácitamente que ponía fin a toda resistencia alemana dondequiera que la hubiera.
Cuando los soviéticos se enteraron de la rendición firmada sólo ante británicos y estadounidenses en Reims, exigió que el mando supremo alemán también capitulara ante el Ejército Rojo, alegando que una rendición «parcial» dejaba a las tropas alemanas en libertad para seguir luchando contra las fuerzas soviéticas. Moscú apreció el sentido político de la situación y exigió que se ratificara la rendición de Reims ante ellos. Precisamente al día siguiente, poco antes de la medianoche, los máximos jefes del Ejército Alemán fueron llevados a Berlín liderados por el general Wilhelm Keitel, donde a última hora del 8 de mayo firmaron un documento similar en el cuartel general soviético situado en la localidad de Karlshorst (suburbio de Berlín), rindiéndose explícitamente ante la Unión Soviética, en presencia del general Gueorgui Zhúkov, comandante en jefe de las tropas soviéticas en Alemania. De hecho, este documento fijaba a las tropas nazis el deber de rendirse, también, a las 23.01 horas del mismo día.
Durante todo este tiempo los líderes militares alemanes habían tratado de ganar tiempo vanamente para que los restos de varias unidades huyeran lo más al oeste posible pero alto mando soviético presionó para evitar esta maniobra y logró que las tropas alemanas aceptaran entregarse sin condiciones en la noche del 8 de mayo, sin importar el punto de Europa en donde estuvieran.
Por esta razón la rendición de Alemania, llamada el “Día de la Victoria” se celebra en dos fechas distintas: para los rusos es el 9 de mayo y para el resto del mundo es el 8 del mismo mes, o sea un día antes. La liberación de Europa produjo jornadas de extrema alegría en todo el planeta y sin embargo hubo que esperar hasta el 15 de agosto cuando Japón firmó la capitulación incondicional ante los Estados Unidos para dar por concluida definitivamente la II Guerra Mundial.
El mundo inevitablemente quedó dividido en dos grandes bloques dando lugar al nacimiento de la “Guerra Fría” con concepciones políticas y económicas antagónicas e irreconciliables. Una posición, democrática y capitalista, la otra totalitaria con economía estatal y por lo tanto, cerrada.
Resulta útil recordar que la primera se constituye a través de sistemas Republicanos de gobierno con plena vigencia de la división de poderes, justicia independiente y adoptando Economías de Mercados, abiertas, capitalistas que se basan sobre la elección y opción del ciudadano en su calidad de consumidor poniéndolo al frente de la necesidad de decidir, de asumir responsabilidades. Sin dudas, una sociedad formada con el hábito de la responsabilidad en sus tareas personales podrá lograr más fácilmente la armonía social ya que la libertad económica contribuye superlativamente a la tolerancia y entendimiento entre los seres humanos. La Economía de Mercado tiene la extraordinaria virtud de ser impersonal, anónima por lo que las relaciones humanas no suelen caracterizarse por encarnizados conflictos personales, posibilitando la colaboración voluntaria siempre necesaria para lograr la convivencia pacífica entre los hombres.
Por el contrario en los países detrás de la “Cortina de Hierro” la organización institucional quedaba concentrada en una sola persona que detentaba la suma del poder público y en consecuencia estas tiranías así conformadas eran sólo comparables con el gobierno nacional-socialista alemán, idénticos regímenes totalitarios con un enemigo común, el Liberalismo, que representa el fundamento doctrinario y columna vertebral de las Democracias Occidentales.
Desde el punto de vista económico el mercado fiscalizado por el Estado proporciona al hombre la oportunidad de expresar todos los ciegos prejuicios e intolerancias a los que siempre está sujeto, siendo la causa del atraso y pobreza en todos los países en que fue establecida. Este sistema de planificación estatal obliga a la distribución compulsiva y amenaza seriamente a una de las piedras angulares de todas las libertades: la igualdad ante la Ley. Una sociedad donde se fomentan tan groseras desigualdades enfrentado al cuerpo normativo de una Nación es poco probable que preserve aquel principio rector en los demás terrenos. Como afirmaba Sir Winston Churchill con su invalorable erudición que sólo los grandes estadistas poseen: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia. Su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.
El punto de partida y el posterior afianzamiento definitivo del bloque representado por los sistemas democráticos desde 1.945 hasta nuestros días estimamos conveniente focalizarlo en el extraordinario legado de la llamada “Paz de Westfalia” (1.648) para situar allí y entonces el embrión de progreso y desarrollo social que a lo largo de tantos años ha afectado tan positivamente a la humanidad. En Westfalia se sentaron y afirmaron dos principios fundamentales: el de soberanía nacional y el de la integridad territorial, que marcaron el nacimiento del Estado – Nación tal como hoy lo concebimos.
Junto a estos dos puntos trascendentes, se reafirmó la razón del Estado como justificación de sus actuaciones en la esfera internacional y se negó el derecho de otros a interferir en los asuntos internos de cada Estado. Pero también se proclamó un tema importantísimo en las relaciones internacionales tal como las concebimos hoy: el trato de igualdad de los Estados independientemente de su tamaño o fuerza.
Debemos mencionar que alianzas políticas o comerciales o tratados entre entes políticos rivales para resolver conflictos de intereses, existieron ya antes de 1.648. Incluso esos entes aceptaban la necesidad de reconocer algunos principios básicos comunes que regularan esas relaciones. Sin embargo, no podemos considerar en esencia esas relaciones como Multilaterales porque ni los actores eran los apropiados (Imperio, Papado, feudalismo), ni gozaban de los elementos que lo caracterizan (estructura, permanencia, capacidad coercitiva y de control, igualitarismo) ni en suma, sus protagonistas tenían la más mínima intención de respetar y acatar esas normas, de ahí lo cambiante y efímeras que eran esas alianzas coyunturales.
De todas maneras no será hasta el Congreso de Viena de 1815 que se pueda hablar de un esbozo real de Multilateralismo, si bien condicionado y limitado por las características propias de la época y por las circunstancias particulares que lo propiciaron, recordando especialmente que este Congreso fue un encuentro internacional convocado con el objetivo de restablecer las fronteras de Europa tras la derrota de Napoleón.
Volviendo al siglo XX y específicamente al día después de la derrota de la Alemania nazi, nos encontramos con un país destruido y dividido por obra de un hombre con claros y profundos desequilibrios siquiátricos que llevó a sus ciudadanos a la miseria y humillación más extrema. Sin embargo, la incondicional ayuda occidental encabezada por los Estados Unidos a través del “Plan Marshall” tuvo como consecuencia el llamado “Milagro Alemán”, con dos actores fundamentales: el Canciller Konrad Adenauer y su Ministro de Finanzas Ludwig Erhard, unidos al inigualable espíritu de trabajo y esfuerzo de todos sus conciudadanos.
En muy poco tiempo este sufrido pueblo tuvo una impresionante recuperación económica cuyo resultado, en términos actuales, es ser hoy considerada la cuarta potencia del mundo y simultáneamente, cabeza y locomotora de la Unión Europea. Más aún, se está erigiendo firmemente como líder mundial de la globalización, integración e interdependencia en los campos de la política y la economía e inclusive, convirtiéndose en adalid en la lucha contra el racismo.
A su vez, recordemos que la década del sesenta se caracterizó por: el establecimiento del primer país con un régimen comunista en el continente americano, las gravísimas tensiones entre los Estados Unidos y Rusia por la crisis de los misiles cubanos y el casi inicio de una nueva guerra mundial por el recordado enfrentamiento entre tanques americanos y soviéticos frente al legendario Puesto “Charlie” en la capital germana que marcó el último gran incidente político-miliar europeo desde 1945. Durante las décadas del setenta y ochenta transcurrieron períodos de paz y conflictos alternativos hasta llegar al 9 de noviembre de 1.989 con la caída del Muro de Berlín que significó la firma virtual del acta de defunción de la llamada “Guerra Fría”.
Inmediatamente se produce el cambio de paradigmas ya que el Realismo como doctrina perdurable de las relaciones internacionales se agotó en si misma dando lugar al nacimiento de la teoría de la Interdependencia, cuyo brazo ejecutor fue el surgimiento de este Nuevo Orden Internacional vigente en la actualidad, con algunas modificaciones y su correlato, el concepto de seguridad colectiva que impide y sanciona la utilización de la fuerza para la solución de conflictos entre Estados.
Arribamos ahora a este atípico año 2.020 caracterizado por una angustia manifiesta en virtud de los estragos que produce el covid-19 con tantas muertes diarias que no respeta fronteras ni ideologías. Además vemos con gran preocupación y sin los dogmatismos siempre tan perniciosos, la amenaza mundial que se está manifestando contra los regímenes democráticos. Por ello es imprescindible impedir el avance arrollador del Estado en algunos países sobre los derechos y garantías individuales con la excusa de que es la única forma de luchar contra el covid-19. Los nacionalismos y populismos que han resurgido incluso en naciones de vanguardia, siempre se encuentran preparados y listos para socavar los principios pétreos que son la estructura básica de nuestros regímenes republicanos y en consecuencia es necesario mantener en todo el mundo a rajatabla la división y equilibrio de poderes sumado a la plena vigencia del estado de derecho con una total e irrestricta libertad de prensa.
Desde el punto de vista económico, el inconmensurable daño que están sufriendo todas las naciones es catastrófico y en este campo también hay señales de alerta por la participación del Estado, que si bien es necesaria en estas horas, esta intervención debe ser concretada en términos absolutamente transitorios, cuidando entre otras importantísimas variables, que el déficit fiscal no se descontrole y sea inmanejable porque se transformaría entonces en un caldo de cultivo ideal para la entronización definitiva de sistemas autoritarios y por ende, perversos.
En definitiva, el mundo debe defenderse agresivamente no solamente contra los nefastos efectos en términos de salud que está causando esta inusual pandemia sino también debemos respaldar a ultranza la Democracia y la Libertad Económica que han sido responsables del mayor progreso de la humanidad en los últimos doscientos años, compatible con una Justicia independiente basada en el cumplimiento irrestricto de la igualdad ante la Ley.
Es y será una lucha sin cuartel donde todos los ciudadanos del planeta debemos involucrarnos en la defensa de las Instituciones Republicanas, requiriéndose para ello coraje para tomar las decisiones correctas, perseverancia en los principios y políticas de estado perdurables y sustentables en el tiempo y convencimiento profundo con las ideas rectoras heredadas de Voltaire, Montesquieu, Alberdi, Sarmiento, Adam Smith, Von Hayek, entre otros grandes pensadores de la Libertad.
Seguí leyendo