La pandemia vino a desnudar una vez más, el descontrol en la gestión y acreditación de las residencias de larga estancia para personas mayores, los mal llamados “geriátricos”. Periódicamente solemos anoticiarnos por incendios, inundaciones y otras desgracias sobre su falta de control, pero la contingencia actual nos otorga situaciones que como sociedad deberían avergonzarnos. Esto ocurre desde hace tiempo. Antecedentes no faltan. Desde 1985, cuando el incendio de una clínica neuropsiquiátrica en el barrio de Saavedra provocó la muerte de 78 residentes -muchos de ellos personas mayores-, a la inundación de la institución de Belgrano que terminó con la vida de de cinco residentes en 2001 o el incendio de abril de 2019 que afectó la residencia de Parque Avellaneda con un fallecido y ocho internados. Más recientemente, en febrero pasado, se produjo un incendio en un establecimiento de José Marmol y 22 personas resultaron evacuadas. Al parecer, nunca hubo tiempo o interés en colocar estos establecimientos bajo la mira de su regulación y control.
Según el último censo, realizado en 2010, en la Argentina existían más de 6.000 residencias de larga estancia para personas mayores, donde en ese momento se estimaba que vivían más de 86.000 personas de las que el 70% eran mujeres. La mayoría eran instituciones privadas, y en apenas en el 70% de ellas se realizaba la valoración geriátrica integral, un elemento indispensable para saber el estado de salud y funcionalidad del adulto mayor. Lo que es más grave es que, según el informe del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación de 2015, apenas 60% de los establecimientos tienen un legajo único que permite el seguimiento de las personas ingresadas por el equipo interdisciplinario de profesionales. Otra información interesante es que solo un 70% se considera que tiene un edificio adecuado a las necesidades y el 60% cuenta con niveles de ruidos elevados. También un 60% de esas instituciones no cuentan con detectores de humo y otro 30% no cuenta con espacios de intimidad para la visitas o familiares. En general -y esto es más de la mitad de las instituciones geriátricas de ese momento- eran lugares de bajo confort. Una investigación de 2005 expone que una cuarta parte de las personas mayores no son consultadas al momento del ingreso a una residencia. Sobre este punto tan significativo, el reporte del Ministerio de Desarrollo menciona que apenas un 17% de los directores de las residencias relevadas solicitaron un informe de consentimiento para el ingreso de ese adulto o adulta mayor. Un despropósito.
¿Por qué debería sorprender lo que está ocurriendo con estos establecimientos en medio de una pandemia global?
Entre mis familiares no tengo a nadie que haya tenido que pasar sus últimos años de vida en una residencia. Quizás eso tenga que ver con el hecho de que cuando algún familiar de mis pacientes me pregunta qué haría si estuviera en su lugar, suelo responder: “Si mi padre, madre o abuelos estuvieran ingresados y me los pudiese llevar a mi casa por el tiempo que dure la pandemia, me los llevaría”. Sé que hay personas con un alto nivel de dependencia, que necesitan de asistencia las 24 horas del día, pero hoy la prioridad es cuidar a quienes nos cuidaron. Por eso, no está de más considerar esa opción. La prevención de un brote dentro de una residencia de larga estancia impone la reducción en lo posible del número de residentes, y también de la cantidad de trabajadores.
La evidencia actual nos muestra que el mayor número de contagios en la comunidad suele ir asociado a más muertes en residencias de mayores, pero no siempre. Hay excepciones que sugieren que no es inevitable que sea así. Así como en países como España, Francia o Bélgica los fallecimientos en residencias fueron entre el 50–60% de todas las muertes, países como Israel, Alemania o Hong Kong tuvieron registros muy inferiores. Para ello se requiere de medidas que involucren otros niveles de decisión más allá de los propios de la residencia o de los familiares. Son esos mismos niveles de gestión que durante años han permitido que se vulnere la dignidad y los derechos de las personas mayores y que aun hoy en muchos lugares parecen trabajar desarticulados. En Argentina, como en la mayoría de los países de América Latina, la oleada de casos por coronavirus está en sus estadios más tempranos. Sin embargo, aun contamos con una ventana de oportunidad, pero como toda ventana en algún momento se cierra. Especialmente cuando el invierno se ve en un horizonte cercano, momento en el que, sabemos, aumentan los contagios de enfermedades víricas respiratorias. Tomemos nota.
El autor es doctor en Medicina, Universidad de Salamanca, España, profesor titular de Medicina, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina, profesor titular de Postgrado, Fundación Barceló, Buenos Aires, Argentina.