Las mujeres seguimos siendo la mayor población de riesgo

Guardar
(Shutterstock)
(Shutterstock)

El coronavirus es la emergencia con más estatus del presente. Todos nuestros esfuerzos están destinados a llevar adelante las recomendaciones, pero la desigualdad de género no detiene su marcha, ni sus cifras. En este contexto nos encuentra una pandemia que desnuda el modo en que nos organizamos como sociedad.

Todas las medidas implementadas para combatir el COVID-19, como el cierre de escuelas, guarderías, el auto-aislamiento y la cuarentena afectan a mujeres y hombres, niños/as, de manera muy diferente. Como toda emergencia, golpea a todos los sectores sociales, especialmente los más pobres y menos protegidos.

Sin embargo, las medidas implementadas afectan desproporcionadamente a las mujeres. En primer lugar, porque las cuarentenas paralizaron sectores donde hay alta concentración de mujeres (turismo, gastronomía, comercios) y en sectores informales, como es el caso de las trabajadoras domésticas.

Sobre las mujeres también recae la carga de cuidado adicional por el cierre de escuelas y guarderías. Las mujeres además, son mayoría en la atención de la salud, con mayores riesgos de contraer el virus. Y, en el costado más horroroso, tienen que sobrevivir a la violencia desde el aislamiento.

Como no estamos en el mismo punto de partida frente a esta crisis, incluir el enfoque de género en las respuestas a la pandemia tiene que ser una obligación. Cuando hablamos de igualdad de género, no estamos diciendo que hombres y mujeres sean lo mismo, sino justamente lo contrario: garantizar que las necesidades de todas las personas sean tenidas en cuenta y estén contempladas en la respuestas.

¿Quién cuida a las mujeres que cuidan?

Las mujeres son mayoría en la atención de la salud y representan alrededor del 70% de la fuerza laboral de la salud en todo el mundo. Esto las expone a mayores posibilidades de contraer el virus, porque están en la primer línea de atención de las personas infectadas. Por ejemplo, si hay faltantes de equipos de protección del personal médico, son las primeras afectadas.

Tan feminizadas y tan masculinizados están los trabajos que es habitual y frustrante en estos días escuchar el sesgo en los noticieros cuando piden un agradecimiento a ”los” médicos y ”las” enfermeras.

Sin embargo, a pesar de estar sobre representadas en la atención de la salud, brillan por su ausencia en la toma de decisiones de los hospitales y las clínicas. Esto es, una vez más, un síntoma de nuestra sociedad: cuanto más poder, menos mujeres.

No sólo entonces las mujeres están poniendo el cuerpo a la pandemia, sino que estamos desaprovechando su conocimiento en las respuestas. ¿Cuánto valor nos agregaría incluir más la experiencia de estas mujeres en la planificación sanitaria? ¿Cuántos errores nos podríamos estar evitando?

Sobre llovido, mojado

Entre los diversos factores que obstaculizan la igualdad en el empleo, la OIT señala el papel del cuidado de los niños/as como uno de los más determinantes. Los roles históricos de las mujeres en los servicios de cuidado y tareas domésticas, actividades invisibilizadas, desvalorizadas y no remuneradas, son uno de los principales pilares de la desigualdad. Los trabajos de cuidados de personas no solo están feminizados sino que están totalmente precarizados.

Además, al interior de los hogares, las mujeres realizan tres veces más trabajo de cuidado y tareas domésticas que los hombres, según la encuesta sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo del Indec. A esta realidad, se suma el trabajo extra por el cierre de escuelas y guarderías.

¿Qué necesitan las personas infectadas? Cuidado. ¿Qué necesitan las personas mayores aisladas? Cuidado. ¿Qué necesitan las niñas y niños que se quedan en casa fuera de la escuela? Cuidado. ¿Quiénes realizan la mayoría de estas tareas? Mujeres.

La pandemia antes de la pandemia

La violencia contra las mujeres ya era una pandemia antes de esta pandemia pero nunca aplanamos su curva. Al igual que el COVID-19, la violencia contra las mujeres es global y en todos los países están aumentando los casos, incluso en este momento donde pareciera claro el mensaje universal de protegernos unos a otros.

A diferencia, del COVID-19, en la pandemia de la violencia sí tenemos antecedentes y podemos anticiparnos. Sabemos que el aislamiento, combinados con el estrés y la incertidumbre económica, aumentan aún más el riesgo de violencia en los hogares, particularmente de las parejas. Esta película ya la estamos viendo muy seguido.

Estudios previos de emergencias de salud como el Zika y el Ébola muestran un aumento de violencia de género. Por ejemplo, durante el brote de ébola en Sierra Leona, hubo un aumento en las tasas de violencia doméstica y sexual, así como un aumento en los embarazos adolescentes.

En 27 días de cuarentena, se registraron 209 mujeres asesinadas en México, 19 mujeres asesinadas en Colombia y la lista sigue en todos los países de la región. En Argentina hubo 21 femicidios y, según el Observatorio de la Casa del Encuentro, el 65% de estas muertes ocurrieron por sus parejas y en sus hogares. 4 de las víctimas eran niñas. Es muy difícil escapar cuando el agresor está en casa.

El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad en Argentina actuó rápido, reforzando los servicios de denuncia y lanzando la campaña Barbijo Rojo, en la que al solicitar en un comercio un “barbijo rojo”, el personal comprenderá que se trata de una situación de violencia y gestionará una comunicación con la Línea 144.

¿No sienten acaso vergüenza y enojo si en la cuarentena disminuyen los hechos delictivos y aumentan los asesinatos a las mujeres?

Además de los servicios estatales para asistir la violencia, esta curva se va a frenar si cada vez son menos los que miran para el costado, si activamos las redes en el barrio ayudando y asistiendo, y definitivamente, si aplicamos tolerancia cero a cualquier tipo de violencia en todos los ámbitos de la vida.

¿Cómo responder a la pandemia con enfoque de género?

Aún no podemos visualizar el impacto más amplio que tendrá el COVID-19 en términos sanitarios, económicos, sociales y emocionales, pero lo que ya es claramente visible es el impacto de la pandemia en la vida de las mujeres. Sin embargo, también estamos frente a una oportunidad de mejorar el abordaje de las respuestas.

El progreso en los conocimientos de las diferencias de género y los factores que generan desigualdad nos ubica en una mejor posición para responder a la emergencia con estrategias que incorporen las prioridades de las mujeres en un lugar central. Aplicar un lente de género es mucho más profundo que el dato clínico (y absolutamente preliminar) de si el virus compromete más la mortalidad de los varones que de las mujeres. Tener en cuenta el enfoque de género implicaría abordar algunas preguntas, tales como:

¿Cuáles son las diferentes prioridades de mujeres, hombres, niños/as en el contexto de la pandemia? ¿Qué roles desempeñan las mujeres y los hombres en este contexto? ¿Existen desigualdades de género preexistentes que pueden ser exacerbadas por las medidas de emergencia? ¿Las mujeres y los hombres tienen igual acceso e influencia sobre la toma de decisiones? ¿Se están registrando y recopilando datos desglosados por sexo?

No solo no nos podemos dar el lujo de ser neutrales en términos de género sino que las respuestas que lo incluyen son más efectivas. Ya empezamos a ver en Alemania, Nueva Zelanda, Suecia, Finlandia, Noruega e Islandia estrategias tempranas y aparentemente exitosas en la gestión del COVID-19. Me animo a decir que el factor común de esos países no es el hecho de que tengan mujeres gobernando sino de un liderazgo que tiene en cuenta las diversas necesidades y situaciones de toda su población y de todos los géneros.

Ya es hora de afrontar las brechas con la misma decisión con que estamos haciendo frente a la epidemia. A la curva de la desigualdad de género también la frenamos entre todos y no puede haber camino del medio.

La autora es politóloga, especialista en género y empoderamiento de mujeres. @massmariana

Guardar