Las escuelas infantiles y los jardines maternales también educan

Las escuelas infantiles y los jardines maternales hoy son más de 250 en la ciudad de Buenos Aires, albergan a casi 15.000 niños, dan trabajo a casi 4.000 personas y se dice que corren el riesgo de desaparecer.

¿Puede pasar algo así? ¿Puede una sociedad dejar de lado al primer eslabón en la cadena educativa? ¿Podemos darnos el lujo de volver a nuestros lugares de trabajo sin contar con un espacio especializado en primera infancia para recibir a los peques a partir de los 45 días? y ¿podemos darnos el lujo como sociedad de desatender esos espacios donde se dan los primeros pasos en el aprendizaje escolar?

Para el imaginario popular, ya lo sabemos, el jardín es una guardería. Pero hace años que los profesionales de la educación que nos dedicamos a la primera infancia venimos luchando contra esa palabra y el concepto que conlleva. En las escuelas infantiles (espacios educativos de 45 días a 4 o 5 años), y en los jardines maternales (instituciones educativas de 0 a 2 años) ¡no se guarda nada! Por el contrario, se saca afuera y se pone en juego ¡todo! Todo lo que permita el desarrollo de las potencialidades de cada uno de los más chiquitos. Su curiosidad, sus ansias por conocer y sus inquietudes. Allí se construyen vínculos amorosos con otros adultos que no son la familia y con pares que, a medida que van creciendo juntos, se convierten en compañeros de ruta, de juego y de travesuras. Allí se aprende con otros, ya sean esos otros, adultos o pares. Y allí los padres descubren la maravillosa experiencia de criar un hijo en una comunidad educativa compartida con otras familias.

Quienes buscan jardines descubren que en esas instituciones trabaja gente que se formó especialmente para ello y que se actualiza permanentemente. Estas instituciones también son supervisadas por el área de gestión privada de educación y se exige que tanto los directivos como los docentes, seamos personas habilitadas para ejercer nuestros cargos, por nuestra formación a veces universitaria, otras terciaria, pero siempre “titulada”.

En el jardín maternal educamos cuando cambiamos un pañal y cuando acercamos el mundo para que lo exploren, cuando los ayudamos a dormir y cuando les proponemos jugar; también cuando trabajamos con los padres, para hablar de qué les pasa a los chicos en cada uno de sus estadios de crecimiento.

Pero apenas empezó el año llegó la pandemia y con ella el aislamiento, la distancia y la incertidumbre. Pasamos a ser noticia, porque se cuestionó la esencia misma del maternal. “Si los chicos no van al jardín y no se usa el servicio, ¿por qué las familias tienen que pagar la cuota?" o “Ustedes no trabajan, ¿qué pueden ofrecer a la distancia?”.

Y de pronto, extraña y sorpresivamente, hemos descubierto junto a los padres, en estos momentos de alejamiento, que podemos hacer uso de la tecnología para acercarnos y que podemos seguir ejerciendo nuestro rol de educadores.

¿Cómo lo hacemos?

Nos acercamos a los chicos desde el WhatsApp para acompañarlos con una nana, cantada por sus maestras para que duerman lindo a la noche, con las canciones y los títeres que ellos conocen y reencuentran en sus casas, con narraciones y con propuestas de juego para apoyar a los padres que además de estar 24 horas con sus hijos ¡tienen que hacer home office! Llegamos con propuestas de juego para orientar a las familias en las rutinas de los chicos, en la construcción de su autonomía, en encontrar espacios lúdicos que ni sabían que se podían generar en las casas, propuestas que apuntan a descubrir, a descubrirse y a vincularse.

También cumplimos nuestro rol haciendo reuniones grupales o entrevistas individuales con las familias para hablar de crianza, del sueño, del control de esfínteres, de límites, de emociones, y hasta de cómo sobrevivir a este aislamiento sin morir en el intento.

Y tuvimos que empezar a dar pelea.

Empezó a suceder que frente a la lógica incertidumbre económica que nos invade a todos como sociedad o porque algunas familias vieron significativamente reducidos sus ingresos, empezaron a dejar de pagar las cuotas. Lo hacen con la esperanza de que a la vuelta de esta pandemia, cuando todo vuelva a cierta normalidad, ahí estén los establecimientos abiertos, esperándolos. Pero para que eso suceda, hay que sostener las estructuras y mantener a los empleados. Hay que pagar cargas sociales y alquileres, hay que seguir pagando impuestos y servicios y el Estado no provee nada de todo esto. Las escuelas se sostienen con las cuotas que pagan los padres.

Entonces el sistema educativo para el que éramos invisibles, de pronto se vio interpelado por un grupo de profesionales de la educación consciente del rol que ocupa en la sociedad y en el sistema educativo. Un grupo de profesionales muy preocupado por la posible desaparición de su proyecto y por el que estamos dando pelea.

Y así llegamos al día de hoy, donde Nación (con suerte) nos mira como a una pyme, y el Ministerio De Educación de Ciudad ni nos menciona, dice que nuestro problema actual es un “tema entre particulares”.

Y frente a esta nueva situación, donde se percibe que no se considera a la docente del maternal como una profesional que trabaja para cobrar y llevar su sueldo a casa, o cuando se percibe en el imaginario social que el jardín es solo un lugar a donde se deja a los chicos mientras se trabaja, para que los cuiden un ratito…. Respiro hondo, me conecto con esas familias que han crecido y crecen junto a nosotros, releo los mensajes de apoyo y de aliento, veo las reacciones de los chicos a nuestros videos y pienso que de esta pelea que estamos dando los jardines de capital y los del resto del país, ¡vamos a salir fortalecidos!

La autora es directora desde hace más de 20 años de la Escuela Infantil Primeras Huellas (R.I.E.A. 241 C.A.B.A.), directora de la consultora Primeras Huellas Crianza, licenciada y profesora en Ciencias de la Educación, profesora de Educación Preescolar y se dedica a la primera infancia desde hace más de 30 años.

Personajes: Donato de Santis con Sebastián Soldano