Mantener la llama del aprendizaje encendida

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La aparición repentina de la pandemia del coronavirus en el mundo supone un rayo en una noche estrellada. Sin aviso y sin barreras, el Covid-19 sometió al mundo a una experiencia sin precedentes en la historia de la humanidad, enviando a su casa a prácticamente todo el mundo, y deteniendo en forma abrupta el funcionamiento de organizaciones e industrias. Con la excepción global de las instituciones dedicadas a la salud, por razones obvias, el resto de los mortales ha sido ‘invitado’ a recluirse en su hogar, iniciando una cuarentena que ya tiene asegurado un voluminoso capítulo en los libros de historia.

Esta situación novedosa de confinamiento hogareño incluye, naturalmente, a los alumnos de todas las instituciones educativas (escuelas y universidades) de todos los países de la región.

Como consecuencia de ello, padres, madres y adultos responsables de los hogares deben hacer frente no solo a las angustias y preocupaciones propias de la pandemia, vinculadas principalmente con cuestiones de salud y empleo, sino también a las nuevas rutinas de sus hijos e hijas, ahora en modalidad 24/7. De la noche a la mañana, el hogar se transformó en fábrica, escuela, oficina, gimnasio, parrilla, salón de baile, pre, parque, carpintería, peluquería y demás, absorbiendo forzosamente la mayoría de las actividades que los integrantes de ese hogar realizaban previo a su aislamiento.

En este contexto y coyuntura, mantener encendida en forma 100% remota la llama del aprendizaje escolar es una novedad inédita frente a la que no hay ni recetas correctas, ni soluciones probadas. Frente a semejante novedad, solo queda experimentar, observar y volver a calibrar, y, claro está, establecer algunas reglas nuevas (¿temporales o permanentes?) de convivencia.

Experimentar, cuando uno habla de calidad de aprendizajes, supone aceptar que los estilos de aprendizaje de los hijos pueden ser diferentes (casi siempre lo son, aunque aún no lo hayamos notado), y que esas particularidades deben ser identificadas y favorecidas en pos de lograr aprendizajes más significativos y duraderos.

En una situación normal, identificar esas particularidades es dificultoso, pues los alumnos suelen recibir un tratamiento y abordaje estándar producto de una metodología de escolarización presencial y sincrónica. Más o menos, todos los alumnos son expuestos al mismo contenido, en el mismo momento y de la misma manera, y se supone que todos deben demostrar más o menos de la misma manera y en un mismo tiempo la forma en la que han internalizado esos contenidos. Pues bien, ahora ese sincronismo con la escuela se ha roto, aunque sea parcialmente. Si bien docentes y maestros están haciendo un gran esfuerzo por intentar recrear la idea de la rutina presencial sincrónica diaria escolar, la verdad es que los niños y adolescentes se vuelve más escurridizos para responder a ese esquema, y se acomodan a su propio estilo y preferencia. Y los únicos que pueden observar esa adaptación cada día en toda su dimensión son padres, madres y adultos responsables del hogar.

Que se haya roto el sincronismo con la escuela presencial es tanto una preocupación para docentes y directivos escolares como una gran oportunidad para los padres, a quienes se les abre una enorme ventana de información y conocimiento de los hábitos y estilos de sus propios hijos. A pesar de que no se puede exigir lo mismo al alumno de grado 1 que a uno de grado 12, ese debilitamiento del sincronismo presencial abre un maravilloso territorio de trabajo sobre la autonomía del aprendiz.

La autonomía es una característica central del ser humano, y debe ser alentada y favorecida desde temprana edad, tanto dentro como fuera de la escuela. La autonomía, definida como la facultad de obrar según el propio criterio, con independencia de la opinión o el deseo de otros, está estrechamente vinculada con la virtud cardinal de la templanza, y esta con la responsabilidad personal. Una sociedad moderna, libre y próspera solo puede ser desarrollada en plenitud allí donde es habitada por ciudadanos libres, responsables, solidarios y autónomos.

Si bien existen métodos que hacen de la autonomía del aprendiz la piedra angular de su arquitectura pedagógica, como la metodología Montessori, el grueso del sistema educativo de la región funciona dentro de estrictos marcos y normativas desde donde se da un tratamiento homogéneo a todo el alumnado, restringiendo tanto como sea posible la idea de la autonomía y de obrar según propio criterio. Cada clase ofrece una secuencia, cada día una estructura, cada materia una ruta de aprendizaje predefinida, y cada año una currícula con la rigidez de una ley grabada sobre piedra. Todo, al costo del sacrificio masivo de la autonomía, el autogobierno y la responsabilidad personal del aprendiz.

Ya decía Isaac Asimov en 1988: “…se llama aprendizaje a algo que te fuerzan a aprender, y todos son obligados a aprender lo mismo, el mismo día, a la misma velocidad en la clase. Y todas las personas son diferentes, para unos esa metodología va muy rápido, para otros muy lento, para otros en la dirección equivocada…”.

La pandemia abre a padres y madres la posibilidad de observar si sus hijos aprenden mejor a la mañana, a la tarde o a la noche, en pantuflas o en ojotas, peinados o despeinados, si necesitan ruido o silencio, si prefieren aislarse o rodearse, si el sol los concentra o distrae, si los capítulos de las series les marcan una secuencia temporaria necesaria organizadora o si simplemente son una ‘recompensa’, si el tópico que más cuesta comprender lo prefieren dejar para el fin de semana o trabajarlo en red con los compañeros en el momento, si el contenido audiovisual es preferido por sobre el texto escrito, si el hipertexto desconcentra o enmarca, si la coproducción los entusiasma o los distiende, y así hasta el infinito. Identificar estilos de aprendizaje significa encontrar los rasgos de la personalidad del aprendiz que la escuela encubre y desestima, por las razones que fuere, y que el aprendizaje virtual podría apuntalar y hacer florecer.

El interés por aprender no es creado por una estructura que imponga estudiar, mucho menos cuando ese mecanismo trata a todos por igual. Trabajar en la autonomía de los hijos e hijas en el hogar frente a esta situación novedosa es tal vez la “materia escolar” más relevante de este año 2020, y aquella a la que nos deberíamos dedicar todos, en especial durante el confinamiento.

Un alumnado autónomo y en poder de su propio proceso de exploración y descubrimiento de áreas del saber, es la garantía de que la llama del aprendizaje se mantenga encendida y flameando muy alto. Y eso, más que nunca, hoy es tarea compartida entre escuela y hogar. ¡Bendita oportunidad!

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