Ideología y política exterior: la lección del cardenal Richelieu que el Gobierno ignora

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El cardenal Richelieu no dudó en anteponer los intereses nacionales de Francia a sus propias convicciones religiosas
El cardenal Richelieu no dudó en anteponer los intereses nacionales de Francia a sus propias convicciones religiosas

Henry Kissinger escribió que pocos hombres como el cardenal Richelieu han tenido un mayor impacto en la Historia. Primer ministro de Francia durante el reinado de Luis XIII, en tiempos en que las guerras religiosas asolaban a la Europa de la primera mitad del siglo XVII, Richelieu sirvió los intereses del país más poderoso de entonces en aplicación de lo que pasaría a conocerse como la raison d´etat.

Richelieu no dudó en anteponer los intereses nacionales de Francia a sus propias convicciones religiosas. Su sentido de Estado lo posicionó como uno de los mayores estadistas de todos los tiempos. De él escribió Kissinger: “Como príncipe de la Iglesia, Richelieu habría debido ver con agrado el afán de Fernando (su rival, el emperador de los Habsburgo) por restaurar la ortodoxia católica” y destacó que “su condición de cardenal no le impidió ver el intento de los Habsburgo de restablecer la religión católica como amenaza geopolítica para la seguridad de Francia”.

Richelieu comprendió que debía aliarse con los protestantes para salvar a Francia, que estaba amenazada a quedar reducida a una nación de segunda clase. Y aunque había derrotado a los hugonotes (protestantes franceses) en La Rochelle años antes, ahora los intereses nacionales del país exigían que su conducción de política exterior estuviera basada en criterios de Estado y no en razones religiosas. “Richelieu es el padre del sistema moderno de Estados Nacionales”, sintetizó Kissinger en Diplomacia (1994). Fue su sucesor, Mazarino, quien terminó de ratificar en los tratados de Westfalia el fin de la Guerra de los Treinta años (1618-1648) y la consolidación del orden de estados soberanos.

La Historia está plagada de ejemplos en los que distintos gobernantes tuvieron que dejar de lado sus preferencias personales y sus inclinaciones ideológicas en pos de un interés superior. El caso más repetido, como es sabido, es el que llevó a aliar a los gobiernos democráticos de los Estados Unidos y el Reino Unido con el tírano de la Unión Soviética para enfrentar a la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Las enseñanzas de Richelieu sobre los criterios de Estado para guiar las relaciones internacionales no son una pieza de museo. Por el contrario: permanecen vigentes. La política exterior seguida en las últimas tres décadas por nuestro país muestra aciertos y errores, continuidades, zigzagueos y contradicciones. Una de las pocas políticas de Estado continuadas desde 1983 hasta nuestros días es la construcción de un sistema de integración regional con nuestros vecinos. El Mercosur fue creado gracias al impulso de los dos primeros gobiernos democráticos encabezados por Raúl Alfonsín y Carlos Menem, alcanzando un grado de institucionalidad que aun requiere de un gran esfuerzo de cooperación y confianza entre los socios del bloque. Es en este sentido verdaderamente preocupante que las relaciones diplomáticas con nuestros vecinos permanezcan en un punto tan bajo.

La geografía sigue siendo el factor inalterable de la política exterior. Un gobernante puede cambiar de ideas, de aliados o de partido pero no puede modificar las condiciones geográficas en las que opera. Tampoco puede elegir las circunstancias en las que le toca actuar ni escoger a los gobernantes de los países que lo rodean.

Los recientes traspiés del gobierno argentino con varios de nuestros vecinos parecen responder a una política exterior basada en criterios ideológicos y gustos personales. La ideología ocupa en la actualidad el lugar que la religión representaba en el siglo XVIII. Los intereses permanentes de la nación requieren una política exterior basada en criterios de Estado.

El autor es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador en Israel y Costa Rica.

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