Un Plan Marshall criollo: poblar y crear trabajo

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El Plan Marshall fue una gigantesca iniciativa para la reconstrucción de la Europa de posguerra. Financiada por el gobierno norteamericano, inauguró las tres décadas de mayor igualdad y prosperidad en la historia del capitalismo occidental: los “treinta gloriosos”.

Lo que movió al gobierno norteamericano no fue mera filantropía. La reconstrucción económica de Europa era la única forma de evitar que el continente cayera bajo las garras del comunismo soviético. Más allá de cualquier valoración moral o ideológica, el “socialismo real” constituía un peligro objetivo para los intereses económicos de los capitalistas. Si la mancha roja se expandía, sufrirían la confiscación de su propiedad como sus pares de Europa oriental y los Balcanes. Los daños a sus inversiones presentes y futuras serían incalculables. Las consecuencias geopolíticas, catastróficas.

El Plan Marshall catalizó lo que la profesora Beatriz Rajland llama el pacto keynesiano. Los capitalistas renunciaban a una parte considerable de su ganancia y el movimiento obrero renunciaba a la confiscación de los medios de producción. En la Argentina, el peronismo recreó este pacto a pesar de la resistencia ciega de las élites oligárquicas, agroexportadoras y librecambistas.

El contexto actual exige un Plan Marshall acriollado. Cuando esta peste retroceda, nuestras economías quedarán completamente destruidas y nuestro pueblo sumido en una miseria aún mayor de la que ya padecía. Miles de fábricas cerradas, millones de nuevos desocupados, un inédito parate de la actividad económica, un aumento sideral en la pobreza. Sin una acción planificada, la catástrofe social va a agrandar fenómenos de radicalidad destructiva como narcoterrorismo, fanatismos religiosos, salvajismo masivo y mesianismos violentos que harán insoportable la convivencia social.

Sin un Plan Marshall criollo, sin una estrategia clara que permita vislumbrar un camino de reconstrucción con todos los ciudadanos adentro, las propuestas políticas que abrazarán la juventud y los desposeídos traicionados por el sistema harán que las élites ciegas extrañen la agenda moderada del llamado populismo latinoamericano con su pequeño impuesto a las grandes fortunas, sus pequeñas retenciones a las exportaciones, su pequeña intervención en el sector financiero y sus magras políticas sociales. La tentación de apelar a soluciones drásticas como nacionalizaciones masivas, confiscación de bienes suntuarios, gravámenes altísimos y reformas económicas socializantes será cada vez más fuerte.

La democracia argentina está en condiciones de crear un plan de recuperación que permita una vida digna para todos. Además de las grandes obras públicas y la reconversión de nuestra industria en clave ecológica, un plan semejante deberá destinar gran parte de sus recursos materiales y humanos al desarrollo de la economía popular. Es evidente que al menos la mitad de los argentinos no tendrá otra alternativa que trabajar en ese sector. Los datos de inscripción en la IFE muestran con claridad que ya son más de 8 millones los trabajadores que no perciben un salario registrado ni cuentan con derechos laborales, es decir, están excluidos tanto del empleo público como del privado. Estos números no van a mejorar en los próximos años.

El abanico de tareas que pueden desplegarse en el marco de la economía popular: urbanizar los barrios populares, construir miles de viviendas, crear nuevas ciudades, revitalizar pequeños pueblos, desarrollar colonias agrarias, producir alimentos agroecológicos, dignificar las actividades de cuidado de niños, ancianos y personas con discapacidades, sanar a las personas con adicciones, reinsertar a quienes pasaron por un penal, expandir la atención primaria de la salud, promover el reciclado social, multiplicar las tareas de saneamiento ambiental, fortalecer las empresas recuperadas, potenciar la producción cooperativa de manufacturas simples, regular el comercio callejero, jerarquizar la producción artesanal, reorganizar la caza y pesca comunitaria, recuperar las labores tradicionales de las comunidades indígenas, etc.

Sin embargo, si todas estas actividades no están ordenadas estratégicamente en un plan integral, si la economía popular siguen siendo abordada en forma fragmentada y burocrática por ineficientes organismos públicos balcanizados en distintos ministerios, los esfuerzos caerán en saco roto. Se requiere una nueva institucionalidad y una actitud similar a la que la economista italoamericana Mariana Mazzucato denomina Entrepreneurial State (estado emprendedor). La realidad social post pandemia lo exige.

Un Plan Marshall criollo que aborde de frente al menos alguno de los grandes problemas que nos aquejan requiere dos importantes innovaciones institucionales de aplicación transversal. Se trata, en definitiva, de construir una nueva síntesis entre los lemas “gobernar es poblar” de Alberdi, padre del constitucionalismo liberal y “gobernar es crear trabajo” del general Perón, padre del constitucionalismo social.

En ese sentido, frente a la crisis de la sociedad salarial, es indispensable la creación del salario universal como sugirió el Papa Francisco en su carta pascual a los movimientos populares. En nuestra visión, se trata de un ingreso fijo mensual que permita a todo ciudadano mayor de edad la satisfacción de sus necesidades básicas a cambio de una contraprestación mensual de 32 horas de trabajo comunitario. Estas 320 millones de horas mensuales de trabajo, organizadas en un plan estratégico, posibilitarían transformar profundamente la argentina y recuperar de verdad la cultura del trabajo.

Asimismo, frente a la crisis de sobreurbanización, es fundamental desarrollar una política nacional de repoblamiento que permita una mejor distribución de nuestra población en el extenso y prodigioso territorio argentino. Nos sobra tierra para ofrecerle a cada familia una pequeña chacra o un lote para que pueda escribir su propia historia. Son millones los argentinos que con algunas certezas y un pedazo de tierra elegirían reiniciar su camino más cerca de la naturaleza, desconcentrando los conglomerados urbanos superpoblados y contaminados donde se hacina la vasta mayoría de la población argentina.

No es una utopía inalcanzable. Con esfuerzo y coraje podemos lograr una transformación pacífica y profunda de nuestro país. La alternativa es dejar negligentemente que la degradación se profundice y esperar que estallen las fatídicas consecuencias de nuestra inacción. Aunque el espectro no sea visible esta vez, está ahí, esperando con paciencia china.

*El autor es abogado y dirigente de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular

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