No quiero que un señor me diga por televisión que me cuida: no necesito un papá. No quiero que me vendan un profesor pasando filminas por TV que nadie entiende, mientras evade preguntas comprometidas y sólo responde las que le convienen para sus mezquinos objetivos políticos. No necesito un macho alfa diciendo que va a encerrar a los que violen el aislamiento. No quiero que califiquen de miserables a los empresarios o acusen de idiota a una persona mientras intentaba volver a su casa. No quiero que me mandoneen con una falsa sonrisa y tono de arrabal. No quiero que me sanateen, ni que me hablen de guerra, ni que flameen la bandera de un nacionalismo berreta.
Es la hora del liderazgo femenino, del cuidado y del amor. No tiene que ver con la biología sino con las orientaciones psicológicas del género. Se puede ser mujer y liderar como un varón, o ser varón y liderar como mujer. Mayormente, las mujeres lideramos distinto y, en épocas de pandemia, se nota mucho más.
¿Qué tienen en común Taiwán, Islandia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Alemania, Nueva Zelanda? Siete mujeres lideran estos estados y se destacan frente a sus pares varones por las formas, las decisiones y su entrega en medio de la pandemia. Además, se ven los resultados que ellas, por su natural humildad, no explotan auto-exhibiéndose como las hacedoras de un milagro o las heroínas de una guerra que no existe. Saben que no lo son y no les pasa por la cabeza sacar ningún rédito político. Saben que pusieron en marcha redes, comunidades y equipos científicos, sanitarios e institucionales. Saben inspirar, saben transformar, saben ponerse detrás de los verdaderos protagonistas. No son ellas: son todos.
Las siete premier son extremadamente competentes, han tomado duras decisiones e implementado planes efectivos y eficientes, no especulan, siempre comunican con la verdad, actúan con amor, lideran con inspiración, optimismo y realismo. No están pensando en las próximas elecciones, ni en las encuestas de opinión pública, ni en la suma del público. Así actúa la gran mayoría de las mujeres líderes a la hora de tomar decisiones: son altruistas y saltan el acantilado de cristal (glass cliff) si deben hacerlo.
Al inicio de marzo y frente al Parlamento alemán, donde todos los partidos políticos están representados, Angela Merkel anunció que el 60 o el 70 por ciento de los alemanes se infectarían de Covid-19, que el desafío era inédito y que dependía de todos. Seis semanas más tarde, es la líder global más respetada y popular. Nada de lo que hizo o hace lo piensa en virtud de una encuesta o un interés particular. Habló con la verdad.
En enero, la premier de Taiwan, Tsai Ing-Wen, introdujo más de cien medidas para atacar el virus. Apeló a la responsabilidad individual y a las capacidades estatales sin confinar a ninguna persona al aislamiento. Katrin Jakobsdóttir, primera ministra de Islandia, testeó tempranamente a toda su población, estableció un sistema de trazabilidad que permitió no cerrar ninguna escuela y que la vida en su país continuara con normalidad. La joven líder de Finlandia, Sanna Marin, apeló a su cultura “millennial” y a decenas de “influencers” en las redes sociales para informar a sus ciudadanos. Luego de Mette Fredericksen de Dinamarca, la primera ministra de Noruega, Erna Solberg, sorprendió con otra conferencia de prensa en la que respondió las preguntas de decenas de niños y, con empatía, dijo que estaba bien sentir miedo pero que superarían ese momento y, en simultáneo, puso en marcha un plan de cooperación multilateral para detener al virus. En Nueva Zelanda, Jacinda Ardern impuso restricciones muy tempranamente. A a mediados de abril, sólo cuatro personas habían muerto y ya está levantando gradualmente las restricciones.
Ninguna de estas mujeres líderes inventó o suscribió teorías conspirativas, comentarios xenófobos o nacionalistas, acusó a los medios y a los periodistas, maldijo la globalización o destrató a la oposición política. Ninguna buscó la suma del poder público o abusar de las facultades institucionales a disposición en una situación de excepcionalidad. Expresamente Merkel declaró: “Para alguien como yo (que vivió en la Alemania del este), para quien la libertad de viaje y movimiento era un derecho ganado con esfuerzo, tales restricciones sólo pueden ser justificadas en la necesidad absoluta. En una democracia, nunca deben ser recortados a la ligera y, cuando se haga, debe ser sólo temporalmente”.
Todas ellas muestran lo mejor de las cualidades del liderazgo femenino: conocen sus limitaciones, son humildes, son empáticas, generan confianza, inspiran con la acción, el diálogo y la gestión, son sinceras, ponen a su comunidad y a sus equipos por delante, no acusan.
Estas siete mujeres están imponiendo su forma de liderazgo público basada en la competencia, el mérito, el respeto, la inteligencia emocional, la visión y la innovación. Construyen colectivamente. Nos ayudan a ingresar al tercer milenio y nos recuerdan que, en el centro de toda actividad pública o privada, debe haber siempre una mirada atenta y una acción basadas y centradas en las personas y su cuidado. Ni los algoritmos, ni las máquinas, ni los populismos, ni las corporaciones, ni los machos alfa reemplazarán ese sentido de humanidad tan femenino que nos salvará de esta pandemia y de las peores atrocidades que en su nombre puedan o intenten llevarse a cabo.
La autora fue diputada nacional (2009-2015) y jefa de la Oficina Anticorrupción (2015-2019)