Miércoles 8 de abril, Buenos Aires, una de las ciudades más hermosas del mundo en las que haya vivido. Piso 14° de un edificio entre los barrios de Montserrat y el casco viejo de San Telmo. Un sitio al que muchos denominan “pleno centro de la Ciudad”, donde todo aquello a lo que uno pueda poner en rango de similitud con Madrid, Paris y Frankfurt se observa desde mis ventanales. Incluso con sus diferencias, hasta Washington DC se hace presente en la imponente imagen del Obelisco porteño. No está lejos el Río de la Plata, aparece majestuoso todas las mañanas frente a mi ventana. No hay agua estancada, espacios verdes ni vegetación abundante donde el sicario del dengue, el mosquito “Aedes Aegypti”, pueda sentirse cómodo. Sólo la luminosidad de Puerto Madero y sus restaurantes y sitios de esparcimiento. Lo necesario para una vida tranquila en la gran urbe.
Llevaba 22 días sin bajar a la calle, focalizado en cuestiones de prevención y en la responsabilidad personal y ciudadana ante la inesperada pandemia ocasionada por el Covid-19, el virus chino-comunista que se esparció rápidamente para denigrar la vida humana a nivel local e internacional.
Conozco mi cuerpo, desde 2014, el gimnasio ayuda a combatir algunos excesos y la falta de actividad física que desde algunos años había quedado atrás, con la natación, el tenis, el fútbol y el voley. Noté que algo no andaba bien, pude percibir una sensación de profundo malestar, cansancio físico, dolor agudo en extremidades y músculos y, en la noche del miércoles 8 al jueves 9, sentí que perdía el manejo de mis capacidades físicas e intelectuales. Era normal que eso estuviera sucediendo, los 39.5 grados de temperatura corporal acompañados de una demoledora, inusual e indescriptible cefalea cuyo foco se ubicaba en la parte retro-ocular del cráneo amenazaba con llevarme en curso directo a la inconsciencia. De hecho, no recuerdo mucho más allá del pinchazo para la extracción de sangre de la primera visita del médico de mi prestación privada y de la aplicación intramuscular de Dipirona para bajar la fiebre.
Párrafo aparte, mi gratitud completa para esos médicos que vinieron a mi domicilio de madrugada los primeros tres días a controlarme cada 12 horas y ordenaron la internación domiciliaria para evitar otros contagios. La presunción en el diagnóstico primario se confirmó al día siguiente con el análisis de sangre: “Dengue primario, en principio, no hemorrágico”.
Lo cierto es que la temperatura continuó fluctuando entre 38.5° y 40° durante la primera semana. Los primeros 8 días fueron demoledores en los dolores físicos. Dengue: asumo y reconozco haber leído la palabra no más de una docena de veces en algún titular periodístico que, por lo general, asociamos con enfermedades de países postergados y tercermundistas, relacionada a la pobreza, la falta de higiene y prevención. Pero no es así. Hay que reconocer que en estas latitudes no estamos bien, pero siempre se puede estar peor, y nuestra salud y calidad de vida pueden ir en franco deterioro por desidia e irresponsabilidad de sus gobernantes, sean éstos nacionales, provinciales o municipales, que a veces parecen esmerarse para que los ciudadanos que tributamos impuestos vivamos un poco peor y cada día más al sur de Venezuela.
La verdad es que nunca padecí una enfermedad compleja en toda mi vida, de modo que no tuve temor ni antes ni después del diagnóstico confirmado. Los médicos me brindaron mucha confianza y aceptaron mi pedido de no ir al sanatorio por el peligro de contagio de coronavirus. Si el cuadro se agravaba, se activaría el protocolo y entonces debía internarme para evitar que la enfermedad pudiera escalar y convertirse en dengue hemorrágico, lo que implica riesgo de vida y podía suceder entre el quinto y el séptimo día del proceso, en que también me realizaron la prueba para descartar el virus chino-comunista.
El testeo para Covid-19 dio negativo. Así, se descartó la obra perversa del régimen de Xi Jinping y continué el proceso de recuperación del dengue. Hay que beber entre 3 y 4 litros de agua por día e ingerir 4 gramos de Paracetamol en cuatro tomas diarias. No hay otra medicina ni vacuna para el dengue, sólo dosis muy altas de paciencia, reposo y la necesaria decisión de confrontarlo con la mayor resistencia posible al dolor en esos primeros 10 días. Les confieso que allí comprendí por qué los indígenas de América Latina llaman al dengue “fiebre rompe-huesos”.
Así, cuando mi deplorable estado físico lo permitía, reforzaba la dosis de paracetamol con tantas duchas diarias como fueran posibles para bajar la fiebre. Ese proceso primario de dengue, en mi caso se extendió por 11 días. En ese tiempo, los médicos de la prepaga venían diariamente a efectuar controles, análisis de sangre y recuentos de plaquetas, electrocardiogramas y, por una descompensación de mi presión arterial producto de una taquicardia generada por el dengue, me indicaron 10 gramos al día de Enalapril, que sigo tomando a casi 3 semanas de detectada la enfermedad y que deberé tomar hasta que efectúe el próximo control cardiológico a fin de mes.
El reposo sigue siendo completo, a pesar de que ya puedo ir de un cuarto a otro y al living de la casa. Sin embargo, el infectólogo de cabecera sugirió entre 35 a 40 días para el alta definitiva. En consecuencia, continúo bebiendo 4 litros de agua al día para no descuidar la hidratación y confío en que esta afección que, según los médicos, sin ser hemorrágico ha sido de alto impacto orgánico, desaparezca en los tiempos indicados por la ciencia médica.
Como muchos de ustedes saben, no es este tipo de notas las que usualmente escribo por los últimos 6 años en el generoso espacio de completa libertad de que todo profesional dispone en Infobae. Mi área de expertise es la política internacional, la geopolítica y los sucesos generados por grupos antidemocráticos y violentos en materia de seguridad nacional e internacional. Hoy escribo sobre una situación poco conocida y hasta incómoda al personalizar un hecho puntual. Como sea, lo que me movilizó a poner esta nota en consideración de los lectores es que pretendo compartir una situación de la que ninguno de nosotros está exento pero que -no tengo ninguna duda- es completamente evitable si podemos ayudar contando nuestra experiencia para que otras personas o sus seres queridos no la padezcan. Fundamentalmente lo hago como aporte a la sociedad y como llamado de atención a nuestra clase política para que actúe responsablemente en materia de prevención del flagelo.
En ningún caso busco erigirme en juez de la clase dirigente ni atribuir responsabilidades, mucho menos culpas, en el gobierno nacional o el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Escribo esta nota para compartirla con ustedes en la íntima convicción que el dengue puede ser combatido y anulado si se llevan adelante políticas de salud. Acciones tan sencillas como la fumigación por cuadrículas y sectores de la ciudad podrían bajar las terribles estadísticas que indican que en los últimos 90 días hubo unos 5.673 casos registrados de dengue solo en la Ciudad de Buenos Aires, y a nivel país aproximadamente unos 12.000. De allí que no sea relevante lo que me ha sucedido a mí; lo importante es que las autoridades no digan que nadie les avisó que esto está sucediendo en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires.
Para culminar, mi agradecimiento a ese reducido grupo de amigos, colegas y allegados que se han interesado de una u otra manera por mi salud, han estado presentes y aún lo hacen. Sirva esta nota para expresarles a ellos mi gratitud completa y renovada.
Más allá de la cuarentena por el virus chino, en un par de semanas espero recuperar mi vida y actividad normal. Sin embargo, mi deseo superior es que quien lea esta nota, la juzgue como quiera, pero tome medidas y cuide a su familia en la comprensión de que esta epidemia está tan presente entre nosotros como lo está la pandemia del Covid-19.
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