¿Estamos preparados para lo que viene?

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El presidente Alberto Fernández anuncia
El presidente Alberto Fernández anuncia la extensión de la cuarentena en conferencia de prensa (Franco Fafasuli)

La situación excepcional que está atravesando el mundo con motivo de la pandemia del coronavirus implicó una serie de medidas inéditas. La humanidad entera está viendo alterado su modo de vida. No hay decisiones óptimas en este contexto, ya que la incertidumbre es muy alta. La información es aún incompleta y la evolución de los acontecimientos es muy dinámica.

Parece evidente, sin embargo, que la estrategia de mitigación no funcionó. Países que habían evitado estrategias de cuarentena total (como el Reino Unido) tuvieron que dar marcha atrás. La pregunta, entonces no es si cuarentena sí o no; sino en qué momento instalarla. Y lo que es más difícil aún: cuándo levantarla.

En este sentido, el presidente Alberto Fernández actuó rápidamente, mostrando un liderazgo por encima de las rencillas políticas. La sociedad lo recompensó con inéditos índices de popularidad. Sin embargo, su temprana aplicación presenta una serie de desafíos difíciles para nuestro país.

En primer lugar, la cuarentena implica un costo económico altísimo (sobre todo en la situación económica de los segmentos más vulnerables e informales de la población). A esto se suma la crisis económica que nuestro país viene arrastrando hace años, que complica aún más la situación. Es difícil pensar que la cuarentena estricta pueda sostenerse mucho más en el tiempo a este costo. Aunque efectivamente desplazó la curva de contagios en el tiempo, presenta un duro dilema: la necesidad de liberalizarla antes de que el pico de contagios haya llegado.

Una eventual liberalización de la cuarentena, además, presenta otro desafío: la Argentina carece de las capacidades estatales para administrar sensatamente esas situaciones. La “sintonía fina” de las políticas públicas es un trabajo artesanal de gestión para la cual nuestro país no parece estar preparado, como demostró la liberalización del cobro de los haberes a los jubilados. Por sus limitaciones estructurales, el Estado argentino se siente más cómodo gestionando la rigidez que la flexibilidad (un ejemplo notable es la ley de convertibilidad: un chaleco de fuerza que tuvimos que imponernos ante la incapacidad de manejar con sensatez la política monetaria). En este sentido, políticas tales como testeos a gran escala o el rastreo de los contagios parece muy alejada de nuestras capacidades en el caso de poder levantar las restricciones.

Peor aún, es altamente probable que la cuarentena no impida una escalada de los contagios. La medida sirve para desplazar la curva en el tiempo, pero no suprime la enfermedad. Por el contrario, al aislar a la población la mantiene vulnerable al virus y la deja expuesta a contagios masivos ante cualquier liberalización. Además, la vulnerabilidad sanitaria de nuestro país y la situación en los barrios populares no anticipan buenas noticias. La situación brasileña podría ser un desastre y con consecuencias negativas para nuestro país. En este sentido, aunque la cuarentena quiso evitar que seamos Italia, es altamente probable (aunque no inevitable) que lleguemos a ser Italia. Si eso ocurre, el Gobierno debe cambiar la estrategia: de la supresión a la mitigación. El Ejecutivo parece haber preparado los sistemas de salud y emergencia para esta situación, que posiblemente los ponga ante una demanda crítica.

Pero hay algo más: a la eventual crisis sanitaria producida por el virus hay que sumarle la situación económica. Los costos económicos de la cuarentena todavía no se sienten en su totalidad. El aislamiento es hoy popular entre los ciudadanos. Pero lo que es popular hoy tal vez no lo sea mañana. ¿Está preparado el Gobierno para la simultaneidad de los costos sanitarios y económicos del coronavirus?

El autor es docente de UNSAM y UTDT

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