Este distanciamiento de la Argentina de sus demás socios del Mercosur negándose a participar –no a firmar, ni siquiera a participar- en nuevas negociaciones de tratados de libre comercio no es más que una nueva vuelta de tuerca: desde el principio mismo de los gobiernos kirchneristas, incapaces de una gestión económica viable, tiñen de épica ideológica a un rosario de fracasos, uno tras otro. Así, se viene procurando cancelar la función integradora económica y comercial de mercados para convertir al Mercosur en una cáscara vacía donde resonar impiadosamente consignas ideológicas de barricada contra el capitalismo y el sistema institucional republicano. Basta releer el diálogo del presidente Alberto Fernández con el Grupo de Puebla.
El argumento siempre es de coyuntura: no poner en peligro a las empresas y las fuentes de trabajo nacionales. Entonces mejor no cambiamos nada y vamos a la épica del vivir con lo nuestro. Sintomáticamente, los gobiernos que invocan la defensa del sector productivo no reducen un centavo el enorme gasto público, pero aplastan a los privados cada vez con más impuestos que registran récords mundiales y no cesan de crecer. Si de veras quieren proteger al sector productivo, más que de la competencia extranjera podrían más bien protegerlo primero del propio Estado sofocante, enorme causa del histórico retraso nacional.
Esta medida va a causar daño a los intereses del conjunto, pero lo peor es que funciona como el anticipo de muchas cosas semejantes que vendrán. El Mercosur nació como un trampolín para insertarnos en el mundo y el populismo quiere convertirlo en una fortaleza que nos aísle todavía más del mundo. No se trata de abrirnos completa e ingenuamente pero tampoco cerrarnos en grado tan extremo que ni siquiera negociemos como hacen nuestros vecinos. En un cuarto de siglo, nuestros socios se las han arreglado para ir adaptando sus estructuras productivas a las oportunidades que les convenga aprovechar y abstenerse de aquellas que no los benefician. La política es eso, una constante sintonía para que suene lo mejor posible el pentagrama de nuestros intereses nacionales. Pero por ahora, con medidas como esta, en una política exterior manejada por aficionados, parece que hemos regresado al reino del león sordo.
El autor fue vicecanciller argentino