“Un médico por allá”: los grandes hombres de la medicina en la Argentina

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José María Ramos Mejía, Cosme
José María Ramos Mejía, Cosme Mariano Argerich, Juan Pedro Garrahan, Ricardo Gutiérrez, Ricardo Finochietto, René Favaloro, Ángel Roffo y Esteban Laureano Maradona

La pandemia del COVID-19 ha puesto sobre el tapete la noble profesión de los médicos, que para serlo han tenido que dedicar casi noventa mil horas de sus vidas a estudiar cómo proteger las de la los demás. En este difícil contexto son nuestros héroes, al igual que todos aquellos que los acompañan en esa orgullosa y difícil tarea se sanar, tales como enfermeros, camilleros, instrumentistas, etc., y están en la primera línea del campo de batalla.

Como nunca, resuenan en nuestros oídos aquellos reclamos que el candidato a presidente Raúl Alfonsín realizaba desde las tribunas proselitistas en el año 1983, cuando algún asistente se desvanecía por efecto del calor que provocaban las aglomeraciones: “Por favor, un médico por allá”.

Traigo al recuerdo esta anécdota, para usarla como excusa para rendir un homenaje a estos profesionales de la salud -hoy soldados- que nos cuidan día a día, y referirme de este modo a muchos médicos argentinos que tuvieron una actuación importante en nuestro pasado, y que a pesar de estar entre los que menos dinero ganan en el mundo (están igualados a los médicos de Bolivia, Paraguay y Venezuela), por su excelencia han logrado reputación internacional.

Uno de ellos fue Cosme Mariano Argerich, nacido el 26 de septiembre de 1758 en la ciudad de Buenos Aires. Era hijo de un cirujano catalán y estudió medicina en España, obteniendo el título de médico en el año 1783. De regreso al país integró el Protomedicato (institución pública que, en América, controlaba el desempeño de los médicos), participó en la lucha contra los brotes de viruela que se produjeron en los años 1794 y 1796, introduciendo las primeras vacunas que contra dicha enfermedad llegaban desde Gran Bretaña. Su preocupación por combatir la viruela era fundada, ya que aún hoy puede decirse que es la patología que mayor cantidad de gente ha matado en la historia, inclusive más que todas las demás enfermedades infecciosas juntas.

Pero más allá de su actividad profesional, Argerich también tuvo una intensa actuación política en los primeros años del siglo XIX. Como oficial del segundo escuadrón de Húsares creado por Juan Martín de Pueyrredón, y en el marco de las invasiones inglesas, participó de la defensa de Buenos Aires, dedicándose a la atención de los heridos. Más tarde fue convocado, junto con otros vecinos ilustres de Buenos Aires, a participar de las deliberaciones del Cabildo Abierto reunido en el mes de mayo de 1810, que desembocaron en la creación del Primer Gobierno Patrio.

Atendió también la salud de María Guadalupe Cuenca, esposa de Mariano Moreno; fue cirujano del Ejército del Norte, acompañando al Gral. Manuel Belgrano y asistiendo a los heridos de las batallas de Tucumán y Salta; así como también atendió a José Francisco de San Martín, proveyéndole los insumos médicos y sanitarios que necesitaba para el Ejército de los Andes, cuando se iniciaba la histórica campaña que terminaría liberando a Chile y Perú de los españoles.

Argerich falleció en Buenos Aires el 14 de febrero de 1820, a los 62 años de edad, y el actual hospital porteño –fundado en 1897 como Estación Sanitaria de la Boca-, desde 1904 se llama Hospital Cosme Mariano Argerich.

Otro galeno de notable trayectoria al que quiero recordar, fue un notable pediatra argentino: Ricardo Gutiérrez.

Corría el año 1865 y nuestro país era gobernado por Bartolomé Mitre. Paraguay había invadido a la Argentina en la provincia de Corrientes, lo que luego daría origen a la guerra con el Paraguay. Mitre, que además de ser el presidente de la Nación estaba al frente del Ejército combatiente, no solo necesitaba movilizar tropas para desalojar al enemigo sino que además necesitaba médicos y enfermeros. El problema no era solamente que había pocos, sino que además muchos de esos pocos no querían inmiscuirse en una guerra. Fue entonces cuando decidió convocar, para tal fin, a estudiantes de medicina. Varios voluntarios se sumaron a la gesta, entre ellos un muchacho nacido en Arrecifes, de 29 años de edad, quien si bien dedicó tiempo y esfuerzo al cuidado de los heridos de guerra, enfermó y debió regresar a Buenos Aires para curarse. En ese ínterin se recibió de médico con su tesis “Cómo evitar dolores de parto con cloroformo”. Pero su debilidad era la proteger la salud de los niños, lo que lo llevó a especializarse en ellos.

A Ricardo Gutiérrez lo atormentaba la falta de infraestructura que había en nuestro país en materia sanitaria. Fue por ello que gestionó una beca para obtener especialización en Francia, la cual le fue concedida por Domingo F. Sarmiento. Allí profundizó su especialización, y desde Europa exhortó y aconsejó a las autoridades nacionales para que abrieran un hospital de niños. Así, en 1875, en lo que hoy es la calle Hipólito Yrigoyen al 3.200, abrió sus puertas el primer nosocomio especializado en menores. Aquel voluntarioso estudiante, ya graduado de médico, había logrado su cometido, y cuando estuvo de regreso quedó a cargo de ese hospital a cuyo funcionamiento y conducción le dedicó el resto de su vida.

El emblemático Dr. Ricardo Gutiérrez, cuyos restos yacen actualmente en el cementerio de la Recoleta, falleció el 23 de septiembre de 1896 cuando tenía 59 años, pocos días antes que se inaugurara el edificio en el que hoy está el histórico nosocomio infantil (Gallo 1330 de la ciudad de Buenos Aires), y que desde el año 1946 lleva el nombre de quien tanto bregó por su existencia: Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez.

Pero además de estos dos notables médicos argentinos, nuestro país ha sido cuna de grandes profesionales de la medicina: Francisco Javier Muñiz (1795-1871), Guillermo Rawson (1821-1890), Juan Antonio Fernández (1786-1855), Ramón Carrillo (1907-1958), José María Ramos Mejía (1842-1914), Ricardo Finochietto (1888-1962), Juan Pedro Garrahan (1893-1965), Luis Federico Leloir (1906-1987, Premio Nobel de química), Esteban Laureano Maradona (1895-1995), Ángel Roffo (1882-1947), René Favaloro (1923-2000), Bernardo Houssay (1887-1971, Premio Nobel de Medicina), Luis Agote (1868-1954), Facundo Manes y tantos otros que merecen especial consideración.

Del mismo modo, relevantes personalidades de la vida política de país han sido médicos: empezando por Don Arturo Umberto Illia (quien llegó a ser presidente de la Argentina entre 1963 y 1966), Oscar Alende (fundador del Partido Intransigente: 1909-1996), Juan Bautista Justo (fundador del Partido Socialista Argentino en 1896), el radical Amadeo Sabatini, Ernesto “Che” Guevara y José Ingenieros.

Por su parte el Congreso de la Nación ha dispuesto homenajear a los profesionales de la medicina de nuestro país, al consagrar determinados días para su recordatorio. En efecto, la ley 25.598 establece que el 12 de julio de cada año es el “día nacional de la medicina social”, en conmemoración del nacimiento de René Favaloro, ocurrido ese día del año 1923.

Asimismo la ley 25.448 instituye al 4 de julio de cada año como el “día nacional de médico rural”, para celebrar el natalicio del Dr. Esteban Laureano Maradona, ocurrido ese día del año 1895. Por su parte la ley 25.958 dispuso que cada 7 de marzo sea el “día del médico legista”, por cuanto ese día del año 1890, nació Nerio Rojas, hermano del célebre escritor Ricardo Rojas y fundador de la Sociedad Argentina de Medicina Legal y Toxicología.

Por último, en el año 1956, el presidente militar Pedro Eugenio Aramburu, durante el gobierno de la llamada Revolución Libertadora, a través del Dto. 11.869, adhirió a la decisión adoptada por la Confederación Médica Panamericana, de instituir al 3 de diciembre de cada año como el “día del médico”, en honor al nacimiento, en el año 1833, del Dr. Carlos Juan Finlay Barres, médico y científico cubano quien descubrió que la transmisión de la fiebre amarilla es ocasionada por el mosquito aedes aegypti. Finlay falleció el 20 de agosto de 1915.

“Un médico por allá” fue el reclamo de Alfonsín en los actos proselitistas de 1983. Hoy se necesitan por acá, por allá y por el otro lado. Y ahí están, en el medio de esta pandemia, poniendo el cuerpo para que otros estemos protegidos. Valga este “aplauso escrito” para ellos y nuestro más sincero agradecimiento en esta hora.

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