Hace pocos días el Presidente volvió a extender la cuarentena. Y al hacerlo volvió a subrayar que la cuarentena en general se cumple. Si vemos esa foto y si miramos la conducta de la mayoría de la sociedad y de la dirigencia política (oficialismo y oposición) podemos decir que estamos aprendiendo a estar a la altura del tremendo desafío de esta pandemia.
Son días que nos movilizan y nos hacen reflexionar como nunca. Muchas personas se manifiestan en redes sociales, en balcones o ventanas, con gritos, cacerolas o aplausos, y lo hacen “puertas adentro”. Los que hacen cola para irse a la costa o los que escrachan un vecino médico son excepciones que para nada grafican el cuadro general. Los argentinos y las argentinas nos estamos cuidando. Y estamos cumpliendo una cuarentena porque confiamos. Confiamos en el Presidente. Confiamos en el Estado. Confianza y demanda, las dos cosas al mismo tiempo. El cumplimiento en democracia no se da por temor, sino por confianza. Ahora bien, es necesario que los que tenemos responsabilidades públicas cumplamos nuestra parte para sostener esa confianza. Porque lo que viene es duro e incierto. Y es importante decirlo: la sociedad cumplió su parte.
La cuarentena también nos saca una foto en la que se ven las desigualdades: el “quedate en casa” nos mostró la realidad de una Argentina con millones que no tienen casa, que viven hacinados. También nos mostró la realidad laboral: los que pueden aguantar y los que no. Los que no pueden separar la salud de la economía porque trabajan para vivir, para comer en el día. El Estado trata de contener y conocer cada realidad, es un Estado que hace y aprende. Porque las medidas que el Presidente anuncia requieren velocidades inusuales. Todo tiene que estar para hoy. Sabemos que no podemos fallar. Esta crisis demuestra también la fragilidad de muchas de nuestras clases medias, no solo de nuestros más pobres porque gran parte de la clase media enfrenta esta crisis sin los recursos habituales que tenían. Y se siguen quedando en casa aunque no puedan ejercer sus profesiones, sus oficios o abrir simplemente sus comercios o emprendimientos. Es justamente ahí en donde el Estado debe estar y convenir diariamente políticas que los dejen a salvo del hilo del que hoy penden para no caer en la pobreza. Porque la tarea es doble: ayudar a los que están en la pobreza y asistir a los que es probable que después de esta crisis sean los nuevos pobres. Las crisis abren la frontera para una mayor exclusión. En este escenario se ve una necesidad extendida de contar con el Estado; incluso quienes con esfuerzo pudieron organizar su vida con medios propios. Hay que cuidar a todos. La clase media argentina es la historia viva de una vieja movilidad ascendente de la que no queremos renunciar. Es el destino prometido para millones. Construir un país justo es construir más clase media.
Una reflexión provisoria que me llevo para cuando pase esta pandemia es que los argentinos vamos a saber mucho más de nosotros mismos. No solo el Estado va a saber (porque se ocupa de reparar pérdidas), sino también cada uno de nosotros conocerá más a su vecino, a su semejante, porque todos de algún modo mapeamos más nuestro vecindario para saber quiénes están más vulnerables, quiénes necesitan una mano, una mano que va desde el que necesita wifi en su casa para laburar hasta las familias que necesitan ayuda para poder comer.
Como político me tomo el trabajo de recorrer. Voy a los barrios periféricos. En La Matanza, en Lomas de Zamora e incluso en la ciudad de Buenos Aires. Como por ejemplo la Villa 1. 11.14, el Barrio Susanita, los Ceibos, San Petersburgo, Puerta de Hierro, Villa Albertina y Fiorito. Hay lugares donde se siguen acumulando cuentas pendientes del Estado que nos harían llorar. Cosas que muchas veces, en el fragor de nuestros debates, damos por hecho en materia de agua, de asistencia sanitaria, de calles. ¿Falta asistencia? Sí, desde garrafa social, pasando por alimentos para todos, hasta una mejor articulación para la ayuda de los sectores más vulnerables. ¿Pero qué hay donde parece no haber nada? Hay solidaridad y hay organización. Comedores y merenderos de las organizaciones sociales, voluntarios de Cáritas y de las Iglesias Evangélicas que gracias a los clubes de barrio o usando sus propias instalaciones entregan su tiempo cada día para que aquellos que hoy no tienen nada puedan sobrevivir a esta pandemia. Los movimientos populares -a los que Francisco no se cansa de valorar- son los que llegan con su largo brazo. Y me corrijo: no “llegan”, nacen ahí, son la respuesta popular a una realidad que los excluye. Como político argentino puedo decir que este tiempo me deja la marca imborrable de conocer de primera mano señales de solidaridad ahí donde no hay nada. Donde no llegó el Estado, llegó la mano solidaria de un vecino y de una organización. Lo que nos coloca no sólo ante el imperativo de que el Estado se haga presente, sino de cuánto Estado se necesita en esa presencia que tiene que resolver demasiadas cosas a la vez. Vamos a llegar a buen puerto, porque nos tenemos a nosotros mismos. En definitiva, ¿qué tiene que hacer la política? Parecerse a la sociedad en lo mejor que tiene. Su solidaridad, su resiliencia y la velocidad de respuesta.