Horacio Rodríguez Larreta decidió un sistema de permisos –finalmente atenuado- para que los mayores de 70 años puedan salir a la calle. Alberto Fernández salió a respaldarlo apenas arrancó la polémica. Y es probable, como viene ocurriendo con otras medidas, que el mismo criterio sea aplicado en breve por Axel Kicillof. Parece un nuevo tanteo, el anticipo de un camino para ir abriendo la cuarentena. Suena razonable seguir cuidando a los más vulnerables –por franja etaria o riesgo por enfermedades previas-, pero no es eso lo que genera debate sino el modo y, sobre todo, la concepción. La pandemia ha desnudado entre muchas otras cosas varias debilidades democráticas: en este caso, un paternalismo inquietante.
Nadie con sentido común podría suponer “mala intención” en la medida. El tema es otro, de criterio y hasta de reflejo ideológico. El paternalismo es por naturaleza autoritario, no necesariamente represivo en términos de calle. Ejercido desde el Estado es especialmente dañino –con peligrosas estribaciones culturales- bajo la bandera del cuidado de un bien colectivo superior. Y peor, si eso no genera reacciones, debate, críticas desde la propia sociedad. Por temor a un virus o por comodidad o por beneficio personal: da lo mismo.
La idea de un permiso de circulación para ciertos desplazamientos de mayores de 70 no es un dato marginal ni la única expresión de una práctica persistente. El punto es que esta vez generó alguna discusión, seguramente por el núcleo alcanzado, pero es algo que apenas se insinuó frente a otras medidas plantadas del mismo modo sobre un objetivo sensible y necesario. Un ejemplo cercano y vigente: el programa de Tarjeta Alimentaria.
En ese caso, pocos discutieron por qué no se hacía llegar la asistencia a través de un sistema ya probado y extendido: el canal de la Asignación Universal por Hijo. No se trató solo de una medida que de hecho fomenta el clientelismo político con la entrega de tarjetas en actos y besamanos de funcionarios. El concepto que dio origen a esta tarjeta fue aún más grave: garantizar que únicamente sea utilizada para alimentos, es decir, que no se gaste en “cualquier cosa”. El Estado ordenaría incluso la economía y la vida de beneficiarios. En qué gastar: una “guía”, en todo sentido.
Parece claro que banalizar el tema de los mayores de 70 es el peor camino. Resulta negativo y hasta frívolo. Por ejemplo: apelar al horror nazi, o al estado de sitio, o a las proscripciones o a cualquier persecución dictatorial. No sirve siquiera como recurso para llamar la atención sobre un problema real. Menos, claro, para describir las gestiones de Rodríguez Larreta o Alberto Fernández.
Pero tampoco se trata de hechos anecdóticos para el tejido como sistema. Infantilizar o colocarle una “guía” a los mayores de 70 es en la práctica, y lo acompaña cierto discurso –“Los estamos cuidando”, por ejemplo-, una expresión de paternalismo estatal. Y se produce en un país que está viviendo algo así como una situación de excepcionalidades superpuestas. Primero, las emergencias –no sólo económica- que delegaron funciones en el Poder Ejecutivo por la gravedad de la crisis. Después, el agravamiento del cuadro por la pandemia y las medidas adoptadas para enfrentarla, con aislamiento social que expone síntomas de flexibilización de hecho.
Más poder presidencial, escasa o nulo funcionamiento del Congreso y de la Justicia. Es curioso, pero a la vez es visible cierta dispersión o laxitud del poder. Gobernadores cerrando fronteras provinciales, municipios haciendo cosas parecidas, a contramano de la Constitución. Tal vez, un cortinado de fondo que algunos traducen como habilitante de insólitas limitaciones o prohibiciones en edificios o comercios. Normas propias que combinan discriminación y salvación individual.
La anomia suele tener diversas expresiones. No discutirlas también hacen al mismo caldo.