Según la convención lingüística, un intelectual es alguien que participa de actividades o trabajos en los que predomina el uso de la inteligencia aportando “ideas claras y distintas”, tal como pregonó Descartes en el siglo XVI.
Desde el siglo XVIII, por no ir más lejos, los hombres de la Ilustración hicieron lo posible para acabar con la opresión monárquica, poniendo sus ideas al servicio de la comunidad. Esa manera de trasmitir conocimiento, de comprometerse con las vicisitudes de la sociedad, incluso de los planteos más autoritarios, se hizo presente con fuerza en el siglo XIX.
En el siglo pasado, los intelectuales se comprometieron teórica y prácticamente en la elaboración de las doctrinas políticas y su puesta en práctica. Cada movimiento de cambio en profundidad, como el socialismo, el comunismo, el fascismo y el nazismo, tuvo el sostén de importantes pensadores, apostando al bien o al mal en su más profundo sentido. Desde el bien, pregonando la virtud, la ética y moral sociales. Desde el mal, el enfrentamiento, la negación o la eliminación lisa y llana del otro. Una pugna, una manera de actuar y decir que ahora, en países como Argentina, se reitera como la “grieta”.
Algunas ideas claras, pero ninguna “distinta” en ambos bandos locales. Los que las practican, son marginales, si no “traidores”, para ambas partes. Todavía no se ha llegado a los extremos, pero el peligro es que de continuar así, sobre todo ante las previsibles consecuencias económicas y sociales post pandemia, pueda ocurrir lo peor.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el existencialismo ocupó un lugar de privilegio en Europa y en el mundo, con muchas divisiones internas. Albert Camus fue de los pocos que no quisieron someterse a las presiones de los seguidores de la Unión Soviética y sus polémicas con Sartre y otros fueron admirables.
Con los años, se formaron otras escuelas de pensamiento. Historiadores, sociólogos, economistas, politólogos, pensadores de distintas corrientes y escritores aportaron reflexiones atinadas sobre los cambios en las relaciones humanas y la opresión de algunos sistemas políticos, proyectando lo que deparaba el futuro.
Y abundaron las propuestas, los ensayos, una extensa bibliografía y una permanente presencia en los medios de comunicación. Se consideró que todo intelectual que no cuestionara o sugiriera cambios a las decisiones de sus gobiernos se convertía en un empleado a sueldo del Estado.
En Argentina, desde el siglo XIX, abundaron los pensadores que tomaron partido, o por las derechas o por las izquierdas. O por ser socios de unas u otras. Pusieron al país frente al espejo para describirlo en todos sus defectos y en sus virtudes.
Cuestionaron o alabaron al poder. Hubo intelectuales de todas las formas y colores. Más recientemente, tras la década de los años ‘70 y la dictadura militar, con su secuela de víctimas, optaron por militar en política, pero sin armas.
Por ejemplo, Carta Abierta, un grupo heterogéneo, no orgánico, que alabó ciegamente a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Algunos miembros conocidos de ese grupo participaron sin tapujos del poder como funcionarios públicos. Decidieron escindirse tras el triunfo electoral del PRO.
La deriva del Club Político Argentino es el ejemplo de signo contrario. A partir de 2008 este club, con no más de 10 integrantes al comienzo, se fue gestando a través de encuentros informales, con la crisis del campo (la resolución 125 y sus consecuencias) como incentivo. Desde su institucionalización años después, ya con los papeles legales en regla, el Club actuó con firmeza contra todos los equívocos y desatinos del “cristinismo” realizando declaraciones o solicitadas. Muchas tuvieron excelente repercusión y adhesiones.
El Club comenzó a conocerse con notas publicadas por varios intelectuales en distintos diarios o en programas de radio y televisión. Pero al arribar Mauricio Macri a la presidencia, las cosas cambiaron. Muchos de sus integrantes –en particular la Comisión Directiva- aplaudieron la nueva entrada del PRO en la gestión pública. Aumentó notablemente la cantidad de socios y algunos fueron convocados por la Casa Rosada para ocupar funciones públicas destacadas.
Hubo cambio de autoridades en el Club, que actuó con mano de hierro contra cualquier disidencia y castigó a cualquiera que pensara diferente a la Comisión Directiva. Hasta que en 2017 se produjo una crisis que acabó en numerosas renuncias. El Club se había convertido en una suerte de Carta Abierta de signo contrario. Había olvidado, dando la espalda a lo esencial, el intercambio de ideas y propuestas.
El Club ejercía una adhesión ciega a la Casa Rosada. No hubo una sola solicitada cuestionando la ineficiencia de sus funcionarios, la firma de agobiantes créditos externos, la inflación, la recesión profunda, el deterioro de la clase media, el crecimiento exponencial de la pobreza, la marginalidad y el desempleo, la progresiva destrucción de la industria nacional, las torpezas de secretarios y ministros de Estado. Un sugestivo silencio.
Los enfrentamientos dentro de la institución fueron en aumento hasta hoy, durante los cinco meses en el gobierno de este mosaico llamado Frente de Todos, en los cuales comenzaron a aparecer documentos del Club. Advertían –en algunos casos con razón- sobre los errores de la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Esto, acompañado de una abierta o velada reivindicación del gobierno de Juntos por el Cambio. Resultado: una nueva crisis y renuncias en el Club Político.
De ninguna manera el actual gobierno es perfecto. Ha cometido errores, se elogia a sí mismo, se ha manejado con 30 Decretos de Necesidad y Urgencia, pero no puede negarse que trata de manejar la crisis de la pandemia con buen criterio, disposición y apertura, al menos hasta nuevo aviso. Ya se verá como procede después.
Carta Abierta y el Club Político no son más que ejemplos. ¿Qué se hizo de la participación crítica ecuánime, sincera, sin dobleces ni interés personal, de los intelectuales argentinos?
No obstante, sigue habiendo pensadores que sin adherir a ningún sector o institución, brindan sus conocimientos con mucho compromiso y honestidad. Lo hacen a través de los medios de comunicación, enseñando en escuelas y universidades, publicando ensayos o actuando en grupos donde se respeta el criterio de cada uno.