
Algunos se especializan en ver relaciones de poder en todos lados, lo que puede ser cierto; el problema es que muchas veces es una manera de no verlas donde son más peligrosas e inevitables, que es en la relación entre el individuo y el Estado. Y lo son porque ese poder deviene de la capacidad de coacción, de sometimiento por la fuerza.
Ahora, por ejemplo, tenemos al Estado paternalista en su máxima expresión, en su versión jaula, el último recurso del estado de bienestar. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires quiere tanto a los ancianos que los llama adultos mayores con toda delicadeza y se arroga autorizarlos a salir a la calle porque se pueden contagiar este virus, como siempre se pudieron contagiar cualquier otro y ser la causa natural del fin de la vida. Como que no vivas para no morir.
Lo que pasa es que el Estado necesita mostrar que si termina con el encierro de todos para poder recaudar, todavía le queda la dosis justa de voluntad de encierro por el bien de los encerrados. Después de chequear tus razones, que será como mostrar el boletín, un joven que entró por acomodo a una oficina pública te dirá si te deja o no ir a fumar un cigarrillo a la plaza (sugiero no intentar con papá pedir permiso para eso) y, en su caso, podrás circular con un papel con su firma que será como el certificado de sanidad escolar.
El paternalismo no es un método de protección, sino de sometimiento. Tiene éxito porque hay mucha gente adulta que añora la sensación de salvaguarda que sentía bajo el cuidado de sus padres y así se pone en peligro al desarrollar a una edad en que no corresponde y con la entidad menos adecuada, el aparato político que, de más está decir, está lleno de políticos, que aprovecha la oportunidad para desarrollar un vínculo perverso más para acrecentar su poder. Y cuando papá se enoja porque saliste sin permiso, agarrate, te van a mandar a una forma de trabajo forzoso llamado “comunitario”. Todo es por el bien...
Siento la pregunta por el aire: ¿y entonces qué hacemos? Está en el origen de casi todo autoritarismo y es porque en la humanidad está muy impreso el mito de que la incertidumbre es resuelta mediante un todopoderoso al cual apelar. Así que es tan último recurso en sus cabezas que quitar al todopoderoso del medio parece ser la creación en sí misma de la incertidumbre. Pero no, está ahí, antes y después de la llegada del comisario.
Ninguna otra pregunta indica más cómo el Estado, que es en definitiva el decreto, la ley, la orden, ocupan el lugar de un dios. La pregunta correcta creo que sería por qué aceptamos esto. Si estamos en la edad de enjaulamiento, por no rebelarnos, y si no lo estamos, por ser cómplices y festejarlo.
La pandemia nos brinda esta ventaja de saber que hay una población de riesgo y que el resto básicamente debería seguir su vida, incluso para que se inmunicen y actúen como protección de los mayores. A partir de ahí todos saben lo que deben hacer, pero no le permite a nadie prohibirle a los que están en peligro correr los riesgos que elijan correr.
¿Qué tendríamos que hacer si no con los corredores de carreras, los equilibristas o incluso los periodistas?
La perversión está en esto: ninguna de esas profesiones de riesgo dan la impresión de ser practicadas por personas desvalidas. La perversión es más fácil, se ve mejor y facilita el efecto del halo presente en muchos abusos de poder. Esto lo dispone gente con uniformes, títulos, choferes, sellos. Parece tan obvio que son confiables, ¿no? Mucho más frente a los “vulnerables”, que es la palabra que usan. Si sos vulnerable, ellos te van a cuidar en la jaula.
No apelo a la Constitución porque es inútil, no le interesa a nadie. Apelo al sentido común.
¿Por qué no podrían prohibirte a los ”vulnerables” fritos, el salir desabrigado o incluso en estos tiempos desarmado, todos descuidos que podrían terminar con tu vida? ¿Será porque podrías causarle un gasto al estado de bienestar? Claro, proteger es dominar. Pero por un lado el mismo Estado está secuestrando respiradores para hospitales privados que los quieren comprar, que podrían ser proveedores de la gente que tuviera una prepaga y no signifique un gasto y después te enjaula para que no necesite usar el respirador secuestrado. El Estado está en todas las situaciones. Por el otro lado si decidieras ponerte en riesgo y efectivamente perdieras la vida, y es tu derecho decidir cómo jugarla y por qué, ¿no se ahorrarían plata que te habían prometido? Es que el poder le interesa más al aparato político que la plata. La plata en todo caso es un instrumento.
Tal vez esta pandemia y estos abusos, que parten de ideas equivocadas sobre el poder político que circulan desde muchísimo antes del coronavirus y han presentado una mortalidad mucho más alta, nos hagan reflexionar de el papel en el que nos hemos puesto frente al aparato estatal. Cómo hemos ido aceptando paulatinamente y por razones aparentemente benevolentes el ser sometidos. Pero nadie cría cerdos para otra cosa que para comerlos.
El engaño es esto de pensar que la autoridad es la superación de la incertidumbre, cuando en realidad es un parásito que conoce todos los disfraces, consume a la víctima y le ofrece siempre la misma solución binaria desinformada e interesada, porque ésta no quiere aceptar que no hay nada garantizado, pero mucho se puede conseguir. Así que termina por comprometer lo que se puede conseguir por una falsa seguridad que siempre termina en miseria. En materia de riesgo, en realidad, no hay otro mayor que ese sometimiento.
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