Milan Kundera escribió: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. El autor checo-francés de La insoportable levedad del ser nos anima a descubrir que las armas más poderosas en la lucha contra todo poder las llevamos dentro.
El poder en sí mismo no es malo ni bueno. Como todas las cosas, la maldad o la benevolencia está en las manos de quienes lo detentan. El problema del poder es que generalmente aquellos que lo alcanzan jamás se satisfacen con su porción. “Homo Homini Lupus, El hombre es el lobo del hombre”, la frase de un antiguo autor romano que popularizaría Tomas Hobbes, retrata la imagen de ese lobo hambriento que cuanto más come, más hambriento está. El drama del poder aparece cuando deja de ser un medio para poder lograr altos y nobles objetivos, y pasa a ser el único objetivo.
El relato bíblico del Éxodo de Egipto conmemorado en las Pascuas Judías estos días se transformó a través de los siglos en paradigma de la lucha contra el absolutismo y las ansias de libertad. En las noches de Pesaj insistimos cada año en que dejamos de ser esclavos del Faraón para ser, como enseña Kundera, esclavos de la memoria. De esa manera, Egipto dejó de ser un lugar geográfico para convertirse en un concepto. En una idea. En el imaginario de todo poder.
El Dr. Micah Goodman, del Shalom Hartman Institute en Jerusalén, define a Egipto como símbolo del poder. El primer desafío sería escapar de Egipto. Egipto era la civilización más poderosa del momento. Poder económico, bélico, tecnológico, religioso, territorial y político. El reto de escapar de la seguridad y las certezas de un mundo armado, equipado y preparado para todo. Egipto detentaba todas las respuestas. Aquel Egipto representa la fantasía del confort que genera el dominio, el tener, el poder, pero a cambio de la falta de libertad.
Un segundo desafío, completamente opuesto al primero, era ingresar al desierto. Ningún ícono más claro de la no-civilización. El desierto es el reino de las inseguridades y las incertezas, en donde todo futuro es sólo promesa. Pero ese mundo de incertidumbres era la moneda de cambio, a la total libertad.
En el Leviatán, Tomas Hobbes sugiere que el pacto social se genera en el momento en que el individuo cede su libertad al gobierno a cambio de seguridad. El Éxodo es de esta forma la antítesis a lo que plantea Hobbes. La idea central del relato trata de hacernos renunciar a la fantasía de una vida de certezas que nos aprisiona, a cambio de un mundo más real por desierto que sea, lleno de incertezas, pero libres.
Un trabajo existencial del día a día. Solemos preferir la seguridad del pasamanos, al vértigo y la duda que generan la libertad de subir ese peldaño. En términos de Goethe: “Sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día”.
A lo largo del relato del Éxodo, son varios los pasajes donde el pueblo viajante prefiere regresar a Egipto. Recuerdan en nostalgia el confort de la esclavitud, la comodidad del conformismo, la seguridad de la pasividad y la certeza que les daba saber que al día siguiente les volvería a caer el mismo látigo, pero no otro. Egipto es el pecado de preferir la seguridad por sobre la libertad. La resignación a lo que somos, por sobre la libertad de alcanzar lo que podemos ser.
El rabino italiano Umberto Cassuto, uno de los más prominentes y prolíficos analistas bíblicos de comienzos de siglo pasado, enseña que en el antiguo Código Mesopotámico de Hammurabi, previo históricamente a la Biblia, figura que cuando un esclavo se fugaba y era recapturado, el castigo suponía cortar la oreja del fugitivo. En la Biblia aparece algo similar, pero con un mensaje opuesto. La legislación bíblica determinaba que luego de siete años los esclavos debían ser liberados. Sin embargo cuando un esclavo no quería ser redimido y pedía quedarse de todos modos con su amo, se le debía perforar una oreja. En Mesopotamia el pecado era querer ser libre. En la Biblia, el pecado era no preferir la libertad.
El gran Oscar Wilde dijo: “En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra, conseguirlo”. Si el primer desafío era salir de Egipto, el siguiente sería no volver a transformarse en Egipto. Porque si Egipto es un concepto, ese virus es trasladable al desierto de cualquier nueva y flamante libertad. Tener el coraje de salir de lo que nos aprisiona hacia la libertad tan deseada, lleva a la fantasía de pensar que ahora que somos al fin libres, tenemos finalmente el poder. Entonces, como en un déjà vu espiritual, abandonamos algún Egipto, sólo para volver a llevarlo dentro nuestro. Tal como dijo Jean-Paul Sartre, "la libertad es lo que haces con lo que te han hecho”.
En el Jardín del Edén, Adán y Eva comen del fruto prohibido recién cuando les aseguran que ese bocado, los haría ser como Dios. Desde el origen, desde el tiempo de la Creación, la Biblia muestra al ser humano intentando no ser humano. Aspirando a escapar de su naturaleza humana y creerse más de lo que es, o de lo que puede ser. Hemos sido creados frágiles, finitos, imperfectos y vulnerables, y sin embargo pretendemos desconocer esas limitaciones. Somos criaturas atrapadas en las restricciones del espacio y del tiempo. Sin embargo en este último siglo, creímos haber derrotado al espacio a través de la globalización y la tecnología, y haberle ganado al tiempo en nuestra carrera contra la vejez y la muerte. Yuval Harari lo relata de manera fascinante. Creímos haber comenzado a escapar de nuestra humanidad. Creímos haber alcanzado al fin, todo el poder.
Sin embargo, la pandemia nos devolvió a nuestra humanidad. Resultó ser que el espacio era real. Que no podíamos alcanzar en libertad ni siquiera la esquina de nuestra casa, y todo el espacio del que somos dueños eran apenas las cuatro paredes que nos contienen. También resultó ser que el tiempo era real. Ya nadie está exento de ser alcanzado por la flaqueza de la salud, la vulnerabilidad del cuerpo y la finitud de los días.
Amigos queridos. Amigos todos.
Este año hemos vuelto a salir de Egipto. Tan a las apuradas y de golpe como aquella vez. A salir de la seguridad del creernos con tanto poder, para comenzar a ansiar la libertad que alguna vez dimos por obvia. Salir de Egipto representa reconocer nuestras limitaciones humanas y, a la vez, saber de la potencia espiritual de crecimiento para poder ser no más humanos, sino mejores seres. El coronavirus ha disparado en nosotros la memoria acerca de nuestros Egiptos, aquella herramienta que teníamos guardada para combatir nuestro supuesto ser todopoderoso interior.
Salir de Egipto es aceptar nuestra humanidad. Nuestra falta de seguridades. Nuestro desierto. Pero a la vez, nuestra libertad de decidir quiénes seremos.
Ya lo dijo Don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida".
El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.