El coronavirus es una amenaza social, que inevitablemente concentra la atención de los argentinos.
Pero ello no debe llevar a olvidar fechas y acontecimientos de nuestra historia que proyectan luz sobre el presente.
Hoy 11 de abril, se cumplen 150 años de la muerte del general Justo José de Urquiza.
Las circunstancias de su fin hacen que al recordarse su aniversario, su obra y legado queden en segundo plano. Es que murió asesinado en su propia casa (el Palacio San José, en Concepción del Uruguay), en presencia de varias de sus hijas, por una “partida” -grupo de hombres armados en al jerga de la época- que respondía a Ricardo López Jordan, quien lo había secundado en lo político y militar. Para ese momento, consideraba a su jefe un “traidor” por haberse abrazado semanas antes con el presidente Domingo Faustino Sarmiento, en una histórica visita que realizara a Entre Ríos.
Pero López Jordán no quiso matar el símbolo, sino a la política que representaba.
Es mucho lo que se puede decir sobre Urquiza. Ante todo, fue el caudillo político de Entre Ríos, provincia que bajo su liderazgo se transformó en eje de la política nacional y tras la derrota de Rosas, en la base política del partido federal. Fue un militar exitoso, caracterizado por su capacidad de conducir con éxito la caballería entrerriana en diversas acciones militares, ocho de las cuales quedaron consagradas en espléndidos cuadros de Juan Manuel Blanes. Fue un político habilidoso, que supo tejer alianzas y superar antagonismos. Algo semejante tuvo en lo diplomático, estableciendo acuerdos tanto en la región, como con potencias extranjeras. Tuvo una idea de progreso económico que puso en evidencia tanto en su gestión política como en su patrimonio personal. Fue el primer presidente electo para el período 1854-1860, en la primera etapa del proceso conocido como “Organización Nacional”. Dio relevancia a la educación y el Colegio de Concepción del Uruguay que fundó no sólo apuntó a ilustrar a la juventud entrerriana, sino a la futura clase dirigente de toda la Confederación.
Pero en cuanto a los valores políticos, combinó la firmeza y la flexibilidad, buscando evitar los extremos y mantener la unidad nacional en momentos que ello no era tan fácil de lograr.
Tras vencer a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros, convoca a los gobernadores que lo habían acompañado para organizar el país, firmando lo que se llamó el “Acuerdo de San Nicolás” con ellos. En la larga puja entre la Confederación que él presidió y lideró y el Estado de Buenos Aires, que duró casi una década, tuvo el predominio militar, derrotando a las fuerzas porteñas, pero no suficiente fuerza para tomar la Ciudad Puerto y doblegarla. Su retirada tras imponerse militarmente a Mitre en la batalla de Pavón fue una decisión política que buscaba poner fin a la guerra civil que venía desangrando al país durante las cuatro décadas precedentes. Ahí empieza a ser visto como “traidor” por algunos de sus lugartenientes. En la Guerra del Paraguay, no acepta las propuestas de Alianza de Francisco Solano López y se mantiene leal al gobierno de su “enemigo” Bartolomé Mitre, aunque sin participar activamente. Evita verse comprometido con los levantamientos montoneros que tiene lugar en el noroeste del país durante dicha guerra. Trata de ser presidente en 1868, pero no reúne los electores suficientes. Tampoco los logra el candidato de Mitre, su canciller Rufino Elizalde. En esta circunstancia se impone la candidatura de Domingo Faustino Sarmiento, políticamente un militante de la casual porteña, pero sociológicamente un hombre del interior.
Para ese momento -como lo plantea claramente el historiador Claudio Chaves- el abrazo Urquiza-Sarmiento, que tiene lugar en febrero de 1870, irrita a los dos extremos del arco político del momento: los federales decepcionados con Urquiza, representados por López Jordán, y los porteños inflexibles, que ven entonces a Sarmiento con un provinciano que ha escapado a su control.
El asesinato de Urquiza desencadena el último levantamiento “montonero” liderado por López Jordan, quien subleva varias veces Entre Ríos contra el gobierno nacional, hasta que sus fuerzas lo derrotan definitivamente, antes de que Sarmiento termine su presidencia.
En estas acciones militares emerge la figura de Julio A. Roca -en el campo histórico-literario, el “Soy Roca", de Félix Luna, es la primera frase que el joven militar pronuncia ante Sarmiento- ascendido a coronel en el campo de batalla de Ñaembé, derrota decisiva para los “jordanistas”.
La “grieta” no es algo nuevo en la historia argentina. Alguien puede decir que empezó con 1810 con los enfrentamientos entre saavederistas y morenistas.
Pero tampoco es nuevo que se intente cerrarla y una expresión de ello es el legado de Urquiza en este sentido.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría