De un tiempo a esta parte se ha rebajado la idea de la democracia a una mera cuestión numérica. Nada más ilustrativo que lo que he citado antes del eminente constitucionalista Juan González Calderón, quien sostuvo que los demócratas de los números ni de números entienden pues se basan en las siguientes dos ecuaciones falsas: 50%+1%=100% y 50%-1%=0%. En un contexto análogo, este absurdo conduce a mantener que adhieren a la democracia las parodias electorales de los ayatollah, Gadafi, Hitler, Stroessner, Castro, Allende y Maduro de nuestro planeta.
Esta visión suicida para las libertades individuales remite principalmente a Rousseau, Fitche y Hegel. El primero subrayaba en El contrato social que había que dar rienda suelta a la voluntad general “para que el pueblo no se equivoque nunca”, el segundo en su Mensaje al pueblo alemán aseguró que “El Estado es el poder superior más allá de cualquier reclamo”, y el tercero enfatizaba en La filosofía de la historia que “El Estado es la Idea Divina como existe en la tierra”.
Las advertencias de los mencionados desvíos vienen de largo. Es importante detenerse en estos antecedentes con la debida atención a los efectos de tomar nota de las advertencias para no repetir errores garrafales. Tucídides en Historia de las Guerras del Peloponeso nos dice que Pericles al honrar a los muertos en aquellas guerras afirmó: “Nuestro régimen político es la democracia y se llama así por los derechos que reconoce a todos los ciudadanos. Todos somos iguales ante la ley”. Cicerón en Tratado de la República concluye que “El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo”. James Madison en Los papeles federalistas condenó severamente la constitución de las facciones: “Por una facción entiendo un número de ciudadanos, sean mayoría o minoría, a los que guía el impulso, pasión o los intereses comunes en dirección al conculcamiento de los derechos de otros ciudadanos”. Benjamin Constant en Curso de política constitucional apunta que “los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que viole esos derechos se hace ilegítima […] la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.
Más contemporáneamente Bertrand de Jouvenel en su ensayo titulado “Order vs. Organization” confirma que “La soberanía del pueblo no es, pues, más que una ficción y es una ficción que a la larga no puede ser más que destructora de las libertades individuales”, Giovanni Sartori en Teoría de la democracia explica: “El argumento es de que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte a un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría. Debido precisamente a que el gobierno de la mayoría está limitado, todo el pueblo (todos los que tienen derecho al voto) está siempre incluido en ese demos”. Gotttfried Dietze en American Political Dilemma: from Limited to Unlimited Democracy opina que “La democracia que supuestamente debe promover la libertad, se ha convertido en un desafío para la libertad”. Por último, Friedrich Hayek nos dice en el tercer tomo de Derecho, legislación y libertad que “Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitado voluntad de la mayoría no estoy dispuesto a llamarme demócrata".
En algunas constituciones como la estadounidense y la original argentina no se menciona la democracia al efecto de subrayar la guía que iluminan los principios republicanos que son cinco: la alternancia en el poder, la división de poderes, la igualdad ante la ley, la responsabilidad de los actos de gobierno ante los gobernados y la publicidad y transparencia de las disposiciones gubernamentales ante los habitantes. Como hemos apuntado, no han sido pocos los autores que han temido la degradación de la democracia, incluso algunos la han visto como incompatible con el capitalismo. En este sentido Hayek en su conferencia “Economic Freedom and Representative Government” (reproducida en New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas) alude a la idea corrupta de democracia en contraposición al concepto original: “Coincido con Joseph Schumpeter, quien hace treinta años dijo (en Capitalismo, socialismo y democracia) que había un conflicto irreconciliable entre democracia y capitalismo; omitió sin embargo decir que el conflicto no se presenta entre la democracia como tal sino en aquella peculiar forma de organización democrática que parecería que ahora se acepta como la única forma posible de democracia, la cual produce una expansión progresiva del control gubernamental”.
Como ha dicho en 1788 el antes mencionado James Madison, el padre de la Constitución estadounidense, “dondequiera que resida el poder del gobierno, existe el peligro de opresión”. En esta instancia del proceso de evolución cultural solo hay la alternativa entre democracia o dictadura, el asunto clave estriba en diferenciar claramente lo uno de lo otro para lo cual es menester cuidar con especial atención los límites del poder para que la democracia no se transforme en dictadura con la bendición de los votos. Esta es la preocupación y ocupación de pensadores como Clase G. Ryan en Democracy and the Ethical Life, donde subraya que “la palabra democracia es simultáneamente la expresión más usada y abusada en el discurso político moderno".
He aquí el problema medular de nuestra época. El asunto es cómo se resuelve o, por lo menos se mitiga. Naturalmente los abusos de poder hacen que las autonomías individuales se contraigan a riesgo de desaparecer en un mundo donde surge una nueva esclavitud, resulta imperioso establecer nuevos y más estrictos límites a las atribuciones a los aparatos estatales.
Muy variadas han sido las propuestas para contener al Leviatán. Por nuestra parte hemos sugerido algunas que es del caso reiterar resumidamente a los efectos de promover el debate en torno a su aplicación. Si por alguna razón el lector estima que las propuestas que ahora pasamos a formular no se ajustan a su criterio, sugiero que proponga otras pero lo que no es permisible es que nos quedemos con los brazos cruzados esperando una hecatombe a través del entierro de la democracia y, lo que es peor, en nombre de la democracia. Es urgente ejercitar las neuronas y la imaginación si deseamos evitar que lo que viene sucediendo se agrave hasta un punto que pueda resultar tardía la reacción.
En primer lugar, el Poder Legislativo. En este caso es de interés tomar los ejemplos de lo adoptado en algunos estados en EEUU en los que los legisladores trabajan tiempo parcial y con un plazo establecido para sesionar pasado el cual deben ocuparse de sus faenas personales para que no se excedan en el ímpetu legislativo. A esto debería agregarse una sustancial reducción en el número de diputados que representarían a jurisdicciones poblacionales mayores y también la limitación para que represente a las provincias o los estados miembros un solo senador, en ambos casos con la expresa prohibición de contar con más de un secretario/a por congresista. También debiera puntualizarse que la razón de ser del Congreso estriba principalmente en la aprobación del presupuesto anual y la fijación de cargas impositivas y las leyes indispensables para resguardar los derechos individuales, en un contexto donde queda excluida la posibilidad de contraer deuda externa y la imposibilidad de manipular la moneda debido a la supresión de la banca central.
En cuanto al Poder Judicial, resulta de gran fertilidad el abrir todos los canales posibles para que puedan operar árbitros privados sin ninguna limitación al efecto de promover un sistema en el que el derecho resulte en un proceso competitivo de descubrimiento a espaldas de toda ingeniería social y diseño para acercarse a los mecanismos del common law. Esto en un sistema de cárceles privadas en las que los delincuentes paguen sus confinamientos y financien el resarcimiento a las víctimas de sus tropelías.
Respecto al Poder Ejecutivo es del caso recurrir a lo dicho por Montesquieu que a los espíritus aplastados, incrustados y asfixiados por el statu quo les resultará inconcebible: en El espíritu de las leyes escribe que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”. Esto que fue adoptado por las repúblicas de Venecia y Florencia de antaño puede sonar estrafalario, pero está en línea con lo consignado por Karl Popper cuando critica la postura de Platón referente a su figura del “filósofo rey” en cuyo contexto le atribuye especial significación a los marcos institucionales y no a los hombres que circunstancialmente ocupan cargos políticos y concluye Popper que solo instituciones libres permiten que “los gobiernos hagan el menor daño posible” (en La sociedad abierta y sus enemigos). Es precisamente en este sentido es que en vista de la imposibilidad de acercarse e influir en determinados candidatos los incentivos se vuelcan al establecimiento de protecciones a la vida, libertad y propiedad ya que cualquiera puede ser el gobernante. Esto también minimiza aquello de la necesidad de pastosos “líderes” y, como queda dicho, pone el acento en las instituciones.
En momentos de escribir estas líneas seguimos en pleno coronavirus en cuya situación, como ya hemos puntualizado en otras columnas, no parece percibirse que una cosa es la eventual circunstancia gubernamental que aconseja momentáneos aislamientos al efecto de evitar contagios con la debida precaución de tomar en cuenta el delicado balance costo-beneficio del caso y otra bien distinta es el embate de aparatos estatales prostituyendo la moneda e interfiriendo en los precios y otros desmanes que acentuarán notablemente la angustia y los graves problemas que nos envuelven. Como hemos puntualizado antes, debe estarse muy precavido de no caer en la pesadilla orwelliana y el consiguiente agravamiento de la prostitución del concepto de democracia como pretexto para un combate al virus de marras y sustituirlo por el otro virus mortal (y no en sentido figurado) cual es el virus del estatismo.
Por último, con la idea de mitigar los problemas que genera el estatismo hay quienes con el mejor de los propósitos sugieren recortes a los ingresos de los políticos en funciones, pero es del caso insistir en que, igual que con la jardinería, las podas hacen que el crecimiento se produzca con mayor vigor. El asunto crucial es eliminar funciones incompatibles con un sistema republicano al efecto de aliviar cargas tributarias insoportables, deudas públicas colosales, regulaciones asfixiantes y aberrantes manipulaciones monetarias, todo para alimentar a un Leviatán de dimensiones astronómicas.
Finalmente recordemos que Herbert Spencer en las últimas líneas de El hombre versus el Estado nos dice: “La gran superstición política del pasado era el derecho divino de los reyes. La gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos”.
El autor es Doctor en Economía y también Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.