La emergencia sanitaria mundial en la que nos encontramos ha sido la causa del cierre de aulas en Argentina por un tiempo difícil de precisar. Tal medida ha implicado una clara protección para evitar el contagio y, a la vez, el nacimiento de un desafío educativo extraordinario para millones de ciudadanos que aún no se han percatado integralmente de su magnitud. El nuevo rol impuesto a las madres, padres y estudiantes, y por supuesto a los educadores profesionales, ha dado lugar a una mutación repentina, obligada por las circunstancias, de la enseñanza y el aprendizaje en el país. En ese marco dos reflexiones y algunas ideas para contribuir en la construcción de la mejor respuesta a la coyuntura:
1) Aceptemos la realidad: ni las escuelas, ni los docentes, ni las familias ni los alumnos, ni la infraestructura tecnológica estaban listos para esta emergencia. Las autoridades se han movido rápido y con la lógica de enfrentar con medidas extraordinarias la epidemia. Ahora llega el momento de enfrentar como mejor se pueda las consecuencias educativas. Partamos por reconocer que la escuela y el profesionalismo de maestros y profesores presenciales es irreemplazable y valga esta coyuntura para darnos cuenta, reconocer y aplaudir su enorme aporte a la sociedad. Su ausencia física debe sumarse a la tensión que están enfrentando especialmente las madres, padres, y en su caso cuidadores, de los alumnos en aislamiento obligatorio. Comprendámoslo: ellos no son docentes, no conocen los saberes a transmitir a sus hijos, no saben de pedagogía, están absolutamente superados muchos de ellos por su situación laboral, económica y social, y en este contexto, donde la salud está amenazada por una pandemia mundial, deben guiar y apoyar, entre un sinfín de tareas hogareñas, los aprendizajes de los menores en un sistema de educación a distancia para el cual nunca se los preparó. En esta realidad también es bueno reconocer los esfuerzos y las oportunidades que surgen. La respuesta del Estado a nivel nacional y provincial, al reactivar plataformas digitales en tiempo récord, actualizando contenidos y poniéndolos a disposición los medios de comunicación públicos para aportar una solución a la mayor cantidad de niños, niñas y jóvenes de todo el país; así como la de muchos docentes que están haciendo lo imposible por mantener el contacto con sus alumnos; como la participación activa de muchos padres en este nuevo rol, conforman ejemplos dignos de aplaudir y que no debemos olvidar en el futuro trabajo que nos debemos luego de la emergencia.
2) Las diferencias sociales y la consecuente brecha educativa se incrementarán. La emergencia requiere de recursos para poder paliar sus consecuencias: un lugar de estudios, libros, dispositivos, conectividad y, de nuevo, madres y padres preparados para apoyar este difícil proceso. La realidad nos indica que esto es casi imposible en determinados sectores de vulnerabilidad extrema donde faltan las condiciones mínimas de educabilidad. Es cierto que ayuda y mucho que dispongan de celular para acceder a buenas plataformas de educación a distancia, pero obviamente la emergencia se hará sentir con dureza y debe ser una prioridad su atención especial.
En este contexto se resumen a continuación cuatro ideas que intentan aportar experiencia internacional de quince países de la región como respuesta a la crisis y que surgen de recientes reuniones de trabajo de la Red Latinoamericana por la Educación, REDUCA y el BID: 1) Mejorar la comunicación y lograr un vínculo directo entre docentes y alumnos y entre las escuelas y las familias. Es crucial que la escuela organice a sus maestros y apoye a las madres y padres, especialmente en nivel inicial y primaria. A tal efecto, que las autoridades jurisdiccionales ayuden para mantener la comunicación fluida entre docentes y estudiantes -factor crítico en la emergencia- y entre escuela y familia, será fundamental; 2) Un plan para la emergencia. Se debe aceptar que todo el ciclo lectivo 2020 estará atravesado por la pandemia y por ello las autoridades deben trabajar en un plan específico por nivel educativo que: a) adapte el calendario escolar, b) defina contenidos curriculares prioritarios y c) contemple ya medidas específicas para la reanudación de clases post epidemia; 3) Adaptación y lanzamiento ordenado de modalidades de educación virtual. Sin saturar a padres y alumnos y brindado justamente herramientas para que ellos sigan los consejos de sus docentes, es importante poner a disposición de la comunidad educativa modalidades que brinden apoyo al Plan antes citado pero que estén coordinadas y monitoreadas por las escuelas y los maestros respectivos y 4) Alianzas, en los casos que se requiera. A los fines de aprovechar la experiencia que amplíe los accesos y la difusión de los saberes en educación virtual, la unión de distintos actores brindará mayores posibilidades de lograr justicia educativa. En este sentido, incentivar que los establecimientos con mayor experiencia apadrinen escuelas más vulnerables puede ser una herramienta a implementar.
En definitiva, la emergencia no es solo sanitaria en nuestro país, es también educativa. Las medidas lógicas de protección han modificado abruptamente la enseñanza y el aprendizaje a lo largo y ancho de la república. Los nuevos roles de los protagonistas de la comunidad educativa requieren buena comunicación, apoyo y seguimiento y una mirada especial en un plan 2020 cuyo ciclo lectivo ya ha sido impactado de lleno por la pandemia.
El autor es presidente de Educar 2050