Viernes negro: una vez más, el sistema arroja a la calle a los más débiles

Muchos jubilados pasaron la noche esperando para cobrar sus habreres (Adrián Escandar)

Aterra pensar en las consecuencias inmediatas de este disparate. Tremendas colas en los bancos. Así amaneció la Argentina cuando se cumplen catorce días de cuarentena. Miles de adultos mayores apiñados en un hacinamiento cruel para poder hacerse de los magros haberes que les garantiza el sistema.

El promedio de edad de los muertos hasta ahora en la Argentina como consecuencia de esta feroz pandemia es de 68 años. Esta particularidad parece tener que ver con el hecho de que el virus entró al país desde el exterior, importado por gente que regresó en las últimas semanas de países muy comprometidos por la pandemia. ¿Cuánto tardará el coronavirus en buscar reproducirse en los muy mayores? ¿Cuánto en devorarse la vida de los más viejitos, de los más débiles? ¿Cuánto en entrar en las casas más humildes, la de los que hoy se amontonan para llevarse la AUH a casa?

Hoy, cuando intentamos resguardarnos y resguardarlos de un triste final, los más vulnerables son arrojados a la calle por un sistema que los tiene como siempre en lista de espera.

Este viernes negro para muchos empezó el mismísimo jueves. Adiestrados en sortear adversidades, algunos, acamparon durante la madrugada. Imposible no estremecerse frente a las inevitables consecuencias de este desmanejo.

Justo cuando parece despegar el otoño, cuando las temperaturas empezaron a bajar, cuando aún no llegaron las vacunas para la mayoría, ellos se ven obligados a salir en montón a la calle. Nada que no pudiera preverse o evitarse.

Se sabía: la inmensa mayoría de los jubilados de la mínima no dispone de herramientas digitales para manejarse desde casa. No es solo ignorancia, es desconfianza. Quieren la plata en mano y toda junta en lo posible. Ya saben de los cajeros desabastecidos, ya conocen de los fines de semana largo en los que las máquinas que entregan la plata quedan secos, vacíos, exhaustos, de los bajísimos montos que se entregan.

Rechazan las tarjetas porque desconfían del sistema, vienen de una larga historia de postergaciones. Ahora, como casi siempre, quedaron en el peor de los lugares. Son los más frágiles, los que quedaron más aislados que nadie, los que no pueden abrazar a hijos ni nietos, los que disponen de recursos escasísimos y los que verán complicada gravemente su situación cuando empiece a flexibilizarse la cuarentena.

Esta escena que los muestra pugnando por entrar a bancos y cajeros también nos habla de un descontrol que afectará a todos. Los que hoy se llevan el virus a casa junto con los pocos pesos del haber jubilatorio serán los que necesitarán las condiciones de atención más extremas, los recursos más complejos: terapias intensivas y respiradores. No tardaremos en ver subir el dato estadístico de la edad promedio de casos fatales.

Mientras se nos dice que la curva natural del avance de la pandemia es inevitable, se generan condiciones que inexorablemente, lejos de aplanarla, van a acelerar la llegada del pico de la curva. Una flagrante contradicción que echa por tierra todos los esfuerzos.

No hay margen para la distracción o el error. Las consecuencias de este día se empezarán a sentir en una o dos semanas. La apertura de los bancos sobre el fin de semana llega tarde. Conforme se dijo oficialmente la circulación es comunitaria y hay muchos casos asintomáticos que no podrán detectarse rápidamente.

El virus es extremadamente contagioso y todos, más allá de edad y condición, somos susceptibles de contraerlo porque no existe anticuerpo alguno para quien no haya alojado el coronavirus y negativizado.

Solo el distanciamiento social y el testeo frecuente ayudarán a bajar el número de contagios que un infectado puede generar.

Mucha atención con la inminente flexibilización de la cuarentena y la eximición de las restricciones por área de actividad. Los adultos mayores que viven en familias multigeneracionales quedarán expuestos mucho más allá de la vocación de permanecer en casa. Habrá que pensar en nuevos protocolos de seguridad en el ámbito doméstico para no concluir que el remedio es peor que la enfermedad. No se pueden tomar medidas a tontas y a locas sin evaluar todas las variables.

Un estudio que hicieron la Fundación INECO, junto al CONICET y la Fundación Favaloro en las últimas horas sostiene que 1 de cada 3 de los argentinos investigados presenta síntomas depresivos y ansiosos de significación. El impacto de estos cuadros es mayor en los jóvenes y adolescentes y estos estados surgen de manera independiente de la aceptación del aislamiento. Los adultos mayores son los que enfrentan con más fortaleza emocional el encierro y la distancia. Según esta investigación encarada por neurocientíficos, lo que más pesa por estas horas en todas las franjas generacionales consultadas es la creciente sensación de soledad y las dificultades para afrontar el teletrabajo desde casa. Que la desesperación no nos tienda trampas mortales.

El virus nos pone a prueba. Mete en crisis todas nuestras fortalezas y debilidades. Democratiza nuestras vulnerabilidades, nos enfrenta a dilemas éticos impensados y nos obliga a poner en juego nuestra sensibilidad social y sentido solidario.

Hoy las calles se llenaron de manera temeraria de gente mayor. La culpa no es del virus.