Periodismo de calidad en tiempo de crisis

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En el plazo de muy pocas semanas, el mundo entero se ha sumergido en una pesadilla inimaginable. Una epidemia global que ha provocado una psicosis colectiva sin precedentes y que aumenta día a día a través del miedo que provoca la incertidumbre sobre el presente y el futuro. Allegados y no allegados a nosotros que enferman y otros que por desgracia mueren. Los recuerdos de los encuentros con amigos y familiares quedan lejanos. El confinamiento multiplica la ansiedad. Una situación que parece no tener fin.

La progresión del virus se contendrá con investigación, con conciencia social y con medidas muy rígidas de prevención. Eso lo comprobaremos antes o después. Pero lo que tendremos que superar también es la epidemia de ese miedo que atraviesa puertas y fronteras a una velocidad escalofriante. Superar ese profundo temor precisará de un esfuerzo colectivo sin precedentes en el que el papel de los medios de información, de los editores y periodistas, será esencial. Sólo proporcionando una información cercana, útil, veraz, completa, rápida, precisa y comprometida con los ciudadanos lograremos frenar el pánico al contacto social. A la normalidad.

El periodismo es, sin duda, el mejor antídoto contra la desinformación, los silencios y las mentiras que, premeditadamente, generan movimientos interesados en el desequilibrio de las instituciones y de la sociedad. Intereses que se multiplican con igual rapidez que el propio coronavirus, generando una situación grave y confusa, dañina para todos los que la estamos padeciendo.

Ante estas circunstancias, nuestra responsabilidad como editores y periodistas es más importante que nunca. Seguramente, el mayor reto al que nos hemos enfrentado en los últimos cien años. Los ciudadanos de todos los países tienen ahora más necesidad de nuestro trabajo periodístico. Es verdad que nos encontramos ante una contingencia nueva y, por tanto, desconocida para todos, pero los medios de comunicación hemos demostrado históricamente que sabemos cómo reaccionar ante cualquier desafío; cuanto más complicada era una situación, más evidente ha sido nuestra capacidad de reaccionar, haciendo nuestro trabajo con más esfuerzo, más esmero, más seriedad y más eficacia.

Los periodistas y editores somos, antes que nada, un servicio público de primera necesidad. Lo mismo que los médicos, los enfermeros, los fabricantes de material sanitario, los policías o soldados, los repartidores… estamos en la primera línea de este combate común, aun a costa de nuestra salud, conscientes de que tenemos el deber inexcusable de garantizar el derecho de los ciudadanos a saber la verdad. No otra cosa. La verdad de lo que sucede.

Por lo tanto, nunca como ahora hemos sido tan necesarios. Nunca como ahora ha sido tan evidente nuestra función de cohesión social, de defensa del sistema democrático, de estímulo de la solidaridad y de la conciencia ciudadana. Nunca como ahora ha sido tan grande nuestro afán de hacer el mejor periodismo. Nunca tan loable nuestro compromiso con la verdad. Un deber social y ético inexcusable.

La inmensa mayoría de nuestros medios en el mundo no son de titularidad pública, sino privada. Somos empresas que pese a nuestra caída en picado de nuestros recursos seguimos siendo conscientes de nuestra función social y de cómo prestar eficazmente nuestro servicio a los ciudadanos. Hemos pasado por situaciones críticas. El terremoto de Internet y la terrible crisis económica mundial, que comenzó en 2008, supusieron para la prensa libre y democrática de todo el mundo un golpe durísimo y un reto sin precedentes. Muchos no sobrevivieron. Otros, emprendimos una difícil transformación profesional y estructural para adaptarnos a las necesidades informativas de una sociedad cambiante en sus valores, pero sobre todo en su tecnología. A un ritmo sin precedentes. Tras años de sacrificios lo estábamos consiguiendo. Con enormes dificultades, pero viendo ya luz al final del túnel.

Y de repente, nos encontramos de improviso con este nuevo escenario, sin precedentes cercanos, que ha llegado con la virulencia y la rapidez de un rayo. Y nos sumerge de nuevo en una paradoja perversa: el periodismo se hace más necesario que nunca, pero nuestros medios de subsistencia se evaporan en días, y con ellos nuestro sustento para sobrevivir. La publicidad prácticamente ha desaparecido. Comprar periódicos es cada vez más complicado. El frenazo económico mundial, que apenas tiene precedentes en el tiempo que nos ha tocado vivir, nos ha afectado de una forma brutal.

Precisamente ahora, pese a esta precariedad de medios, nos vamos a exigir más que nunca para cumplir con nuestras obligaciones, ya que prestamos un servicio esencial en unas circunstancias excepcionales. No podemos ni debemos cesar en nuestra actividad. No podemos cerrar ni tomarnos unas semanas de descanso hasta que todo esto pase, porque eso sería traicionar a la sociedad que ahora mismo nos necesita de manera perentoria. Encontraremos soluciones a nuestros problemas para cruzar ese puente que nos permita llegar hasta el otro lado del río sin ahogarnos en el intento.

Ahora más que nunca, todos, los propios medios como estamos demostrando, la sociedad civil en su conjunto, los gobiernos, las administraciones públicas, las instituciones, tenemos que conjurarnos para superar este trance, mientras mantenemos vivo el compromiso con la libertad de expresión y con el derecho a la información. Los medios son indispensables para apuntalar en estos momentos la serenidad en una sociedad atemorizada. Y esa serenidad se logra con una información veraz, completa y recta. Nadie debe dudar de la necesidad que tienen los ciudadanos de disponer de medios sanos, independientes, fiables y creíbles.

Estamos poniendo por nuestra parte sacrificio, esfuerzo y responsabilidad. No nos arrepentimos a pesar de la dureza del momento. Los medios de comunicación constituimos un pilar esencial de la convivencia democrática, con nuestros aciertos y con nuestros errores. Una sociedad sin medios solventes, que requieren sin duda ser apoyados sobre todo en momentos tan delicados, no podrá jamás sentirse libre y su convivencia estará seriamente amenazada. No estamos hablando de beneficios ni de cuentas de resultados. Ahora eso no importa. Hablamos de mantenernos vivos para continuar con nuestro compromiso de apoyo a los ciudadanos, a su dignidad, a la cohesión social, al sostenimiento de la democracia. Hablamos de poder seguir haciendo buen periodismo pese a las circunstancias, de continuar con nuestra labor, aún a costa del enorme sacrificio que a todos se nos está exigiendo en este terrible trance. Hablamos, en definitiva, de que los medios puedan continuar con su compromiso irrenunciable en defensa de la libertad y del futuro democrático de nuestro mundo. Ese es el reto.

*El autor es presidente de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores (WAN-IFRA)

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